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Ander Izagirre en Diario de Noticias

«En Potosí, los últimos del escalón, los más machacados, son siempre una mujer y sus críos»

Ander Izagirre (Donostia, 1976) vuelca en el libro ‘Potosí’ la experiencia de habitar un lugar inhabitable, donde los mecanismos de la riqueza extraordinaria conviven con la pobreza más feroz
Una entrevista de PAULA ETXEBERRIA Fotografía de PATXI CASCANTE - Sábado, 4 de Febrero de 2017

PAMPLONA - El Cerro Rico de Potosí, emperador de todos los montes, pirámide de todos los minerales, es hoy un vertedero de escombros que amenaza con derrumbarse sobre los diez mil mineros que entran todos los días. Y estar dentro de una mina en Potosí, dice Ander Izagirre en su libro, “es lo más cercano a estar enterrado”. En esos estrechos túneles “basta con abrir los codos para tocar la pared de la izquierda y la pared de la derecha al mismo tiempo, basta con levantar un poco el cuello para golpear el techo con el casco. Alrededor de nuestros cuerpos hay unos pocos centímetros de aire y luego millones de toneladas de rocas compactas”, describe el periodista y escritor donostiarra en las primeras páginas de Potosí. Un libro que presentó ayer en Katakrak y en el que, partiendo de su experiencia habitando durante un mes un lugar inhabitable, el autor ahonda en la problemática realidad de las minas bolivianas para dar respuesta a una pregunta que le inquietaba desde que en 2009 visitó por primera vez Potosí: ¿por qué una niña de 12 años tiene que empezar a entrar a la mina en Bolivia?

¿Cómo fue su primer contacto con Potosí?

-La primera vez fue en un viaje en el año 2009 con el periodista pamplonés Dani Burgui. Fruto de aquella experiencia hicimos un reportaje, Mineritos. Queríamos abordar el trabajo infantil y el caso de las minas de Bolivia nos parecía un ejemplo bastante extremo. Allí conocimos a una niña que tenía entonces 14 años, y que llevaba desde los 12 entrando en la mina, y era la protagonista. Dos años después decidí volver para ampliar el tema, me quedé con ganas con el reportaje. En 2011 estuve mucho más tiempo allí, un mes entero en la ciudad y en la montaña, yendo y viniendo, pasando los días allí con las familias, y pude profundizar más.

¿Volvió porque son realidades de las que cuesta desprenderse?

-Sí. Primero, por un aspecto humano acabas estableciendo vínculos con la gente de allí, con la que hemos mantenido relación durante años, y como periodista también, el reportaje salió bien, recibió algunos premios y tal, pero a mí me daba la impresión de que se podían contar muchas más cosas. Yo necesitaba entender mejor el día a día y los detalles de la vida de esta gente, porque es un tema complejo, y por eso me ha costado sacar este libro. Al final, yo quería responder a una pregunta: ¿por qué una niña de 12 años tiene que empezar a entrar a la mina en Bolivia? Y quería dar una respuesta lo más completa posible, que abarcara desde la historia hasta el contexto social y político actual.

La respuesta son las 200 páginas del libro, en el que afirma que las cosas ocurren por algo, que detrás de la pobreza hay decisiones políticas.

-Claro. Bolivia está en una situación de pobreza muy grave, aunque en los últimos años haya mejorado un poco, que viene de muy atrás; y esto se explica porque es un país que ha sido explotado siempre por cuatro que se han enriquecido y han tenido a los otros 96 aplastados. Hay una frase en el libro al principio, cuando hablo de la época colonial, que dice: la riqueza de Potosí no era la plata, la riqueza de Potosí era el indio. Y esa es la clave de todo. También en épocas posteriores, con el primer capitalismo minero boliviano, al final es lo mismo: hay una riqueza en materia prima, pero la gente que se forra lo hace porque está explotando a la población local y llevándoselo todo. Bolivia se ha quedado arrasada sin ninguna infraestructura, y ahora hay sectores de la sociedad que están completamente desamparados, sin estructura que los proteja. Esas son las causas remotas. Luego hay todo un ecosistema en el Potosí actual que intenté conocer un poco: las cooperativas, el ocultismo que hay con los datos y estadísticas con todos esos mineros que trabajan de manera alegal, sin contratos, sin seguros... quería contarlo, porque la niña es consecuencia de ese sistema.

Y la situación especialmente injusta, como siempre, de las mujeres.

-Sí. Ese sí que fue un descubrimiento del segundo viaje. Porque, obviamente, cuando no tienes confianza esas historias duras la gente no te las cuenta tan fácil, pero cuando ya pasas varios días, semanas, empiezas a ver que en cada casa hay un dramón de violencia machista, de ataques sexuales... ves que hay un entorno social y cultural que protege ese sistema.

La historia fatal de mano de obra esclavizada se repite en Potosí.

-Sí. Y además ves que siempre es lo mismo: hay una materia prima rica, los que la controlan organizan todo un sistema para explotar a la gente y para que esa gente no pueda reclamar ningún derecho y no tengan ni un mínimo servicio, y después esa riqueza se va fuera y no deja nada a la población local. Y luego deja un sistema de ley de la selva en el que el que está en el penúltimo escalón machaca al que está en el último. Ese es un tema que me interesaba, ver esos mineros que son trabajadores explotados, que luego a su vez reproducen ese infierno... los que están en el último escalón suelen ser siempre una mujer y sus críos, y el pobre minero que está explotado luego llega a casa y traslada el infierno a su familia. Es un tema difícil, porque tú tienes empatía por un grupo de trabajadores pero luego ves que muchos de ellos tienen también una cara muy negra.

¿Qué responsabilidad tenemos en todo esto los demás países?

-Esa pregunta es muy compleja. Seguramente con un sistema económico mundial más justo, y esto son palabras ya muy gordas, no se podría juguetear con las materias primas y con los países como se ha jugueteado a menudo. Bolivia ha sufrido el hecho de ser un país campamento, cuando las potencias han querido jugar con las materias primas para domesticar a países o hundirlos lo han hecho. Hay jugadas muy claras de especulaciones hechas aposta, con intenciones políticas. Y al final de todos estos juegos hay una niña que entra a la mina. Lo que ya es más difícil es que cada uno de nosotros, individualmente, como consumidores o como ciudadanos, podamos hacer algo... Esto te pilla muy remoto, de dónde viene el estaño... hay una distancia sideral de la producción al consumo, y no tengo una respuesta clara para eso. Pero lo mínimo es conocerlo un poco.

Aunque las familias del Cerro Rico de Potosí viven en un lugar invivible, allí tienen que pasar su día a día, su ocio, sus alegrías, sus penas. ¿Cómo lo sobrellevan?

-La gente que vive en la montaña tiene un día a día lleno de obstáculos: desde conseguir el agua, que toman agua contaminada que sale de la mina, hasta conseguir ropa y comida suficiente, poder ir al colegio... todo son obstáculos. Pero en el libro me apetecía contar también la parte peleona de esta gente, muy meritoria. Y la niña protagonista es un poco como el casco de luz del minero, es una historia muy negra pero a la vez es el rayo que se proyecta de una chica joven con fuerza y con ideas claras, para seguir estudiando, para buscarse un oficio... Incluso en el libro hay alguna escena un poco más relajada, en la que nos vamos al cine, a cenar por ahí, hay algún momento un poco cómico... es parte de la vida de allí. Cuando llevas tiempo escuchando sus desgracias, también se hartan y te dicen: oye, vamos un día a pasear por ahí, no vamos a estar todo el día aquí contándote miserias. Esa capacidad humana para soportar una situación mala, incluso para buscarle el humor, o salir a respirar un poco, también es parte de la vida y es justo contarla.

En el libro llama la atención la extraña relación de los mineros con la propia mina. Estar ahí dentro tanto tiempo puede provocar un punto de locura en la persona.

-Sí. Los mineros desarrollan un sistema de pensamiento muy peculiar, con creencias mágicas. Hay mineros que te dicen que los que se mueren son los que se retiran de la mina, porque se han acostumbrado al aire de dentro y cuando el médico les dice que tienen que dejar el trabajo, entonces se mueren. Claro, se mueren porque ya están enfermos, pero algunos de ellos creen realmente que ahí dentro hay unos espíritus y que están respirando el aire que les da vida.

Buscan maneras de sobrevivir.

-Sí, a través de la cultura y las creencias... Pero esas creencias hacen pensar otras cosas. Como la creencia de que las mujeres no pueden entrar a la mina. Es una superstición, una leyenda, pero en el fondo es una justificación cultural para una discriminación: las mujeres no pueden acceder al trabajo que da más dinero, ¿por que? Los mineros te dicen: porque están amenazadas, porque aquí pueden sufrir violencia... Claro, la violencia la ejercen ellos... Pero se escudan: no, es que aquí está el demonio (representado en una escultura de arcilla a la que los mineros llaman Tío) y es mejor que no entren. Entonces, algo que al principio te parece cultural y antropológicamente interesante y rico, luego te das cuenta de que es una tradición que sostiene y justifica un sistema social de discriminación.

En el libro comparte con el lector una duda muy humana del reportero-escritor: ¿servirá para algo contar todo esto? ¿Queda un poso de impotencia por el hecho de que, aunque la injusticia salga a la luz, las vidas de esas gentes sigan igual?

-Sí. A la vuelta te llevas de allí un poco de congoja y un sentido de responsabilidad. Hay que ser realista: tienes la sensación de que tú estás haciendo algo para tu provecho sin saber si eso sirve a los protagonistas, a los que les has quitado el tiempo y te han contado cosas íntimas. Tuve esa duda personal, me costó decidir si publicaba el libro o no, pero me gustó hacerlo porque creo que al final el libro es una refutación de eso: si lo publicas, es porque crees que para algo sirve. Siempre quieres creer que contribuyes mínimamente a un debate, que sacas un tema a la luz. Aunque el impacto es limitado y sabes que no vas a cambiar el mundo, sientes un deber. Lo peor sería rendirse del todo y callarse, dejar de contar las cosas.



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