Un solete
Lunes 02 de Septiembre
«y en todas partes dejó una estela de asombro. Luego no se lo vio más»
Ror Wolf
Asombro. Inercia. Perplejidad. Así he leído este libro. Un hombre estupefacto. Pequeña pieza de ingeniería de lo cotidiano. ¿Cuentos fútiles? No. Maestría en lo absurdo diario. Es un texto breve pero que admite múltiples lecturas. Agradecemos la perseverancia de José Aníbal Campos, traductor de libro, en su peregrinar con hojas sueltas. Trabajando aleatoriamente, cual cuento de Ror, durante veinte años. Hasta encontrar una editorial dispuesta a publicar a un autor de la estirpe de Daniil Jarms, Monterroso o Albert Caraco.
Como dice el propio autor «y pasará mucho tiempo para que se entienda lo que yo quiero decir» (p. 95). Es posible, pero hombres y mujeres con suerte estamos ante ese momento. Sospecho. Afortunadamente podemos anotarlo y comentarlo. Y sobre todo disfrutar. Mucho. De una lectura diferente, que no dejará a nadie ajeno o distante. Mirando más allá de la aparente inanidad del argumento. Tal vez ahí resida su genialidad. Para muestra, dos botones: «A mediodía se detuvo para ganarse las simpatías del lector» (descollante) y «No sería difícil describir el modo en que abrió la boca y los movimientos al hablar, pero sería del todo superfluo, innecesario, inútil» (soberbio).
Concluyo con una cita para no hacer más larga esta reseña que los cuentos de Wolf: «Con frecuencia escucho elogiar la brevedad y, provisionalmente, yo me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno, si breve, dos veces bueno. […] Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y como, al punto»*. Punto y coma. Apóstrofe sin dicterio.
Eduardo Irujo
* Augusto Monterroso: Cuentos, Madrid, Alianza, 2014, p. 175