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Reseña «Sumario 3/94»

Vicente Arlandis y Miguel Ángel Martínez, Sumario 3/94, La uña rota, 2017 Segovia

Gracias a la editorial La Uña Rota, podemos disfrutar de la lectura de Sumario 3/94; un libro muy especial, una joya de estas que te encuentras muy de vez en cuando. Un libro que resuena, en su forma o en sus apuestas, con otras obras, como Yo, Pierre Rivière… (Michel Foucault, ed. Tusquets) o como El Preceptor (Michael Hagner, ed. Mardulce).

El juego que establece el libro es múltiple. Por un lado, atrapa como una novela negra, como la auténtica novela negra, escrita con mayúsculas. Lleva hasta el extremo la afección y moviliza rápidamente todas las pasiones. Incluso cuesta hablar de ello, ya que no permite la distancia de la ficción. Si una obra de ficción es buena cuando «te atrapa», Sumario 3/94 no te deja, desde el principio, soltarte. Porque soltarse nos acercaría a la frivolidad (peligro que acecha incluso a una reseña como esta).

Desde el primer momento sabes que no se trata de un juego, de un «como si»; estamos ante unos hechos reales y la novela es un ejercicio particular de narrar lo ocurrido desde una parte silenciada. Paradójicamente, esta parte silenciada, y que ahora habla por medio de este escrito, lo hace de una manera muy particular: volviendo a callarse, recopilando documentos escritos por otras personas, por quienes sí han podido hablar. Y el efecto que produce la recopilación, como bien dice Miguel Ángel Martínez en su texto final, es crear una voz narradora desde el silencio de quien no crea, quien no habla, quien no escribe.

Sin embargo, por otro lado, la novela pretende también algo más, y lo atestigua el estudio crítico final. Pretende hablar de cómo los discursos policiales y jurídicos son en sí mismos narraciones, construcciones, relatos con sus mochilas y sus deudas inconfesadas. El brillante artículo de Raquel Taranilla en el estudio crítico desmenuza con esmero algunas de esas deudas, que solo podíamos intuir, y nos muestra los entresijos de esa justicia narrativa. El libro pretende, así, destripar cómo funciona eso que se suele llamar «hacer justicia» por parte de una institución que utiliza como herramienta fundamental, sin saber lo que tiene entre manos, el lenguaje.

Y es en este punto cuando podemos ver la apuesta teórica que subyace, quizás también agazapada, a Sumario 3/94. Dicha apuesta, un auténtico órdago, apunta a las bases mismas de cómo se constituye en nuestro mundo (occidente, modernidad, elíjase el mejor nombre) la objetividad.

Pero vayamos por partes. En primer lugar, decíamos que el libro muestra las narraciones que se producen en un proceso penal, y por lo tanto analiza ese buque a la deriva que es la institución jurídica. Un buque peligroso y terrible, que prefiere seguir adelante definiendo la verdad como si no fuera una construcción, como si se la encontrara ahí fuera, antes que reconocer sus límites íntimos, hacer autocrítica y analizar sus inconsistencias y condicionamientos internos. Antes que reconocer que su más alto objetivo; el establecimiento de un ámbito llamado verdad, es una empresa que tiene más que ver con una construcción que con un descubrimiento.

Sin embargo, en segundo lugar, podemos ir todavía algo más allá. El libro nos muestra, de algún modo, cómo esta mediación subjetiva, «denunciada» en el ámbito jurídico, es otro de los problemas fundamentales que hacen encallar la búsqueda de la objetividad moderna, así en general. Lo que ocurre en el ámbito jurídico, donde enseguida se muestra como ilusión la apuesta de la razón de poder construir un ámbito volcado en su objeto, independiente del sujeto (de quien juzga, quien escribe, etc.) es lo mismo, o al menos es análogo, a lo que ocurre en otras esferas de la vida. Se trata de la ilusión de poder operar como cálculo, de poder llegar a la verdad (a la justicia, aquí) siguiendo una serie de axiomas independientes de cualquier carga subjetiva. Es el mismo patrón que ha seguido la ciencia, y ahora se distribuye por otros ámbitos de conocimiento, donde lo no reductible a elementos cuantitativos queda fuera de toda consideración. El mismo patrón que ha permitido la intromisión creciente del mercado en muchas esferas de la realidad (todo puede tener un precio, todo es susceptible de que su valor de uso quede asociado a un valor de cambio, en lenguaje marxiano). Y el mismo patrón que reduce lo social a la yuxtaposición de individuos (gestionables gracias a la estadística, la ciencia del Estado), y empuja la democracia al conteo de votos y sumas que dan o no mayorías. ¡Ay, el número, ese tótem tan incontestable, y tan nuestro!

Sin embargo, como bien sabemos, no por mucho conjurarlas desaparecen las cosas. Lo cualitativo se nos cuela siempre por el lado menos indicado, y las igualdades formales están tan atravesadas por elementos ajenos a su rigor que permiten cualquier tipo de desigualdad brutal que se haya adaptado a las reglas propuestas. Así, hecho el mapa global, ¿no es mejor admitir la derrota moderna, y atender a esos rumores cualitativos? ¿No es más honesto, y más fructífero, indagar nuestros límites, convertir en consciente y explícito lo que se cuela por las rendijas, aunque tengamos que renunciar a nuestros sueños de totalidad? ¿No es esa la lección necesaria del descubrimiento del fracaso absoluto de una justicia que no se atreve a mirarse por dentro?

En fin, dicho todo esto, no puedo terminar sin recomendar que lean Sumario 3/94, esa novela negra que no solo remueve sino que hace pensar.

Imanol Miramón



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