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Separados pero iguales. Desigualdad escolar en Navarra

“Separados pero iguales”, en las décadas centrales del siglo XX, fue el lema de quienes presentaban como aceptables las políticas de segregación en Alabama, Louisiana, Georgia, Mississippi y otros estados del sur de los EEUU. Desde la distancia, a todo el mundo nos parece un horror ese ejemplo histórico de segregación racial “dura”, pero desde el punto de vista de muchos de sus defensores, se trataba más bien de una cuestión económica: una escuela integrada (como antónimo de segregada) suponía una merma en las posibilidades de ascenso de la clase media blanca estadounidense. Por ese mismo motivo, muchos barrios de clase media blanca combatieron con igual ferocidad la integración de las escuelas y la integración de los barrios, ante la amenaza de una caída en picado del valor de sus viviendas tras la llegada de nuevos vecinos de menor nivel de renta y/o racializados.

Uno de los argumentos principales a favor de la segregación educativa de hoy en día -el preferido por las administraciones navarras- no se aleja demasiado de esta lógica de autodefensa de la clase media. En todas los centros educativos navarros se garantiza la misma “calidad” de educación, y para asegurarlo se establecen indicadores, estándares e incluso a veces medidas compensatorias. Si esto fuera realmente así ¿qué interés podría tener una persona en llevar a su progenie a un centro o a otro y qué interés podrían tener las administraciones en garantizar que los padres y madres de rentas medias y altas pudieran, efectivamente, decidir a qué colegio o instituto llevar a sus hijos e hijas?

Es una obviedad, constatada por la propia información que proporcionan los departamentos de educación de Navarra y de la CAV que los centros e incluso las clases en las que la renta media de los padres es mayor obtienen mejores resultados académicos. Y no solo eso: asistir a un determinado centro o a una determinada línea dentro de un centro te garantiza una serie de conexiones con otros alumnos y alumnas de una renta similar o superior que, tal y como prueban varios estudios sociológicos a nivel estatal, tiene un papel determinante en el futuro laboral de los chavales y chavalas.

Dicho de una manera más clara: la segregación en Navarra es un hecho y se produce a través de diferentes ejes, que intentamos apuntar en un artículo anterior y que podemos resumir, sin muchas dificultades, en el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos. Pero ¿por qué resulta tan difícil poner en cuestión el derecho de los padres a llevar a sus hijos a un centro con un determinado modelo lingüístico, o con un determinado enfoque pedagógico -quizá incluso progresista- o a un centro religioso? La solidez de un argumento individualista, sí, utilizado hasta la caricatura por el PP, pero tremendamente eficaz a la hora de generar consensos que van mucho más allá de la derecha partidista, reside en que está sustentada por los deseos y las necesidades materiales de unas clases medias amenazadas de derribo.

La escuela en el ocaso de las clases medias

Si pretendemos abordar la segregación en la educación, nos parece necesario realizar un análisis que desborde los límites estrechos del enfoque puramente educativo o pedagógico -importante, pero no definitivo en esta cuestión- y que hable también de la estructura de clases en la que se inserta el sistema educativo navarro. De hecho, nuestra hipótesis central parte de dos libros que no tienen por tema principal la cuestión educativa: El efecto clase media, de Emmanuel Rodríguez y también en el recientemente publicado La sociedad de propietarios, de Pablo Carmona. Dicha hipótesis no es otra que, puesto que vivimos en una sociedad de clases medias (en las que la hegemonía, el sentido común y la propia idea de integración y de pertenencia al cuerpo social normalizado viene marcada por los valores, deseos y necesidades de las clases medias) la escuela responde a esta ordenación social y opera como mecanismo de conservación de la misma. Si nos tomamos en serio nuestra hipótesis, la escuela, lejos de funcionar como un factor de igualación social, tal y como, de forma muy modesta, intentó serlo durante los años 80 y primeros 90, se nos aparece como un elemento que cumple una doble función:

Por un lado, tal y como vienen señalando el sindicalismo estudiantil crítico, la escuela reproduce lo que ellos llaman “valores capitalistas” o neoliberales. Especialmente durante los gobiernos de la derecha, se han introducido en los currículums asignaturas en las que se tematiza sobre el emprendizaje, la empresarialidad, la competitividad o donde se describen las guerras como “intervenciones humanitarias”, por no hablar de la perspectiva directamente fascista de algunos libros de texto a la hora de abordar los derechos reproductivos de las mujeres y la diversidad sexual. No obstante, sin quitar gravedad a estas cuestiones, creemos que la escuela cumple una función ideológica más sutil pero más relevante y que no está exclusivamente vinculada con el contenido de los currículums sino con el origen social del profesorado -que podemos definir, más allá de su inclinación ideológica, como la epítome de la clase media- y con el carácter hegemónico de los valores, necesidades y deseos de la clase media. Nos referimos a la idea de meritocracia, que impregna el sistema educativo desde su raíz, pero que se muestra de forma más descarnada en el nivel medio y superior: “si te esfuerzas, puedes”, “tienes la nota que te mereces”, “te queremos proponer que dejes el modelo D, pero es que vas a estar mejor en un centro de castellano”, “no tienes el nivel suficiente de inglés para estar en el British”, etc. Como si el nivel y la capacidad del alumnado pudiera desgajarse del nivel educativo y económico de sus padres. O como si fuera posible analizar la educación en Navarra sin hablar del papel que cumple, junto con la vivienda, en la reproducción de las condiciones de vida de las clases medias.

Y esa sería la segunda función: reproducir las condiciones de vida de la clase media, a través de la reproducción del capital escolar. Es cierto, desde luego -y por eso queríamos citar también el libro de Pablo Carmona La democracia de propietarios- que esta reproducción pasa cada vez menos por la vía tradicional del trabajo y cada vez más por otros mecanismos de tipo rentista, como es el patrimonio inmobiliario y su puesta en juego a través del mercado del alquiler. Pero es innegable que el colegio y el instituto al que asiste determinan en gran medida las posibilidades futuras del alumnado.

Por un lado, como muestran los propios estudios del Gobierno de Navarra, existe una correlación innegable entre el nivel de renta medio de los centros educativos (especialmente los de secundaria) y los resultados académicos -especialmente los resultados de la asignatura de inglés, un tradicional marcador de la “excelencia” del alumno y de las posibilidades económicas de sus progenitores-.

Por otro, de un modo más general, existe una marcada diferencia en la tasa de paro de las personas con titulación universitaria y aquellas que no la tienen. Es decir, que una carrera universitaria, aunque ya no garantice por sí sola como antaño la plena inclusión en la clase media -casa, coche, trabajo estable, vacaciones- si que representa una ventaja. Y, por supuesto, el complejo hojaldre de la segregación navarra responde de forma inequívoca a este juego de suma cero: cómo lograr ventajas para las clases medias en un entorno económico degradado que pone cada vez más difícil mantener estas posiciones sociales. En este contexto se dan estrategias de estratificación que desmienten, cada vez más, cualquier paralelismo entre el sistema educativo y una supuesta meritocracia intelectual. Poner en marcha una meritocracia perfecta, en la que verdaderamente obtuviera los mejores resultados educativos aquella persona que más se esforzara o, incluso aquella persona con mayores capacidades, sería justo lo opuesto a la práctica actual, que consiste en reservar, mediante distintas herramientas, las mejores aulas y los mejores centros para aquellos que ya parten con una posición privilegiada merced a su renta. Este y no otro es el carácter propiamente ideológico de la meritocracia y de la libertad de elección, ya que actúan como ficciones incontestables, casi unánimemente aceptadas. Ficciones al servicio de la reproducción de la clase.

Posibles alianzas por una educación igualadora

Este panorama hace ciertamente difícil debatir con honestidad y con datos sobre la cuestión, ya que lo que se pone en cuestión es la posibilidad, ni más ni menos, de que las generaciones futuras tengan acceso a unos bienes de consumo y un nivel de vida que se corresponde con esos “años dorados” de la democracia: aquellos en los que el Estado español estaba en los puestos de cabeza de la economía mundial y se construían más de 700.000 viviendas anuales (año 2006). Un ciclo inmobiliario del que no escaparon ni Navarra ni la CAV, con sus consiguientes desahucios a partir del inicio de la Gran Depresión en 2008 (y que siguen siendo 350 al año en Navarra, la mayoría por impago de alquiler, según MRA-Fundazioa). Es complicado que un debate como este parta desde el diálogo o el reconocimiento, por parte de determinados sectores de clase media, de su condición de privilegio. Y eso incluye también a algunos sectores tradicionalmente considerados como “progresistas”, tal y como puso de manifiesto, de forma muy dolorosa para muchos, el reciente artículo de Jose Mari Esparza que, si bien fue rechazado rápidamente por la izquierda institucional, refleja un “mar de fondo” transversal a toda la clase media, más allá de su adscripción ideológica. Es más probable que el cuestionamiento de este “timo meritocrático”, de este injusto reparto del capital educativo, provenga de los propios afectados y afectadas y del conflicto que sean capaces de generar.

No obstante, nuestra propuesta no es observar pacientemente a la espera de una insurrección de los “sans-culottes” que habitan nuestra ciudad. Una mirada benevolente hacia el 15M, una que pase por alto sus mayores defectos, puede servirnos para arrojar luz sobre una siempre tentativa propuesta que nos sirva para empezar a erosionar el pacto de silencio en torno a la segregación escolar. No era infrecuente escuchar en las plazas la idea de que el estado había fallado a una determinada generación, justo a aquella que salía en ese momento de la universidad y que veía como sus posibilidades de encontrar trabajo habían caído desde el 87% en el 2007 -justo antes del estallido de la crisis- hasta el 72%. No es mi propósito analizar los resultados políticos del 15M, si no tan solo poner de manifiesto el potencial transformador de esa epifanía que muchos y muchas jóvenes experimentaron en sus carnes: nos habían prometido que, si estudiábamos y cumplíamos con las reglas, accederíamos al edén de la clase media -coche, casa, trabajo estable y vacaciones- y nos han timado. “Emosido engañado”.

Un segundo evento esperanzador, en este mismo sentido, es la movilización ciudadana en la Comunidad Autónoma Vasca ante una nueva vuelta de tuerca en la comunidad que más segrega de todo el Estado. La caída demográfica -que se está haciendo notar más entre las clases medias autóctonas y menos entre la población migrante y/o de rentas bajas- augura un futuro incierto para la concertada vasca pese a que, más allá de su adscripción ideológica, es la que más dinero público recibe de todo el Estado. Sencillamente, su clientela está dejando de tener hijos y, por tanto, de nutrir mediante cuotas su modelo de negocio. La respuesta del Gobierno Vasco, con la concurrencia de EH Bildu y el PSN, va en la línea de apuntalar a la concertada. Una respuesta, por otro lado, bastante razonable en términos electorales: son las clases medias con agencia política y niveles de renta suficientes quienes votan mayoritariamente a estos partidos y a quienes presta servicio la concertada, en la medida en que les proporcionan aulas purgadas de “elementos indeseables” ya sea a través de las cuotas, la exclusión por motivos religiosos o la utilización de la exigencia académica como mecanismo disuasorio. El hecho de que haya habido una respuesta reseñable al apenas disimulado rescate a la concertada que supone la nueva ley vasca de educación es esperanzador. No obstante, tanto en este caso como el del 15M, nos seguimos preguntando si es posible una alianza entre esos sectores de clase media -que son los que han propiciado la multitudinaria movilización de noviembre en Bilbao- y los sectores precarios y migrantes que se concentran en los centros públicos, especialmente en los más segregados.

¿Qué es lo que puede un curso?

Valga todo lo anterior como resumen de nuestra interpretación política de la segregación escolar en Navarra y en la CAV. Esta hipótesis está ligada a la idea de que existen otra serie de factores -dentro de los que la educación es solo uno más- que contribuyen a esta segregación y que están imbricados con ella, de forma que no estaríamos hablando solamente de las escuelas, sino de la propia estructura de clases en nuestro territorio y de las oportunidades para intervenir en ella que nos brinda la educación en el actual contexto de crisis. No obstante, tenemos más preguntas que respuestas, y es por ello que, desde el Centro de Estudios Katakrak hemos organizado este curso, Desigualdad escolar. Educación y reproducción de clase , que esperamos poder convertir a medio plazo en una investigación en forma de libro.

Las preguntas que queremos hacernos a lo largo de sus 6 sesiones no tienen fácil respuesta y es posible que nos coloquen en lugares incómodos, tanto a los que nos dedicamos a la educación como a los que no. ¿Se puede hablar de descomposición de las clases medias en en el caso de Navarra, donde los indicadores que miden el grado de integración social son siempre ligeramente superiores a la media del Estado? ¿Es posible ir más allá de la dualidad clásica entre concertada y pública y entrar a analizar factores y tácticas de segregación dentro del propio sistema público? ¿Son los modelos lingüísiticos un factor de segregación? Es decir, ¿podemos sacar conclusiones acerca de los niveles de renta tan uniformes que se perciben en determinados centros de modelo D o en aquellos en los que se ha implantado el modelo British? Las líneas que hemos establecido tentativamente y que separan al alumnado en función de su renta ¿coinciden también con líneas de segregación por el origen del alumnado?

El propósito de lanzarnos estas preguntas no es solamente incomodar a muchos de nuestros compañeros y amigas con respecto a sus decisiones sobre la escolarización de sus retoños -que también- sino la de intentar estirar conflictos relativamente exitosos -como el de la movilización en favor de la educación pública en la CAV- hacia el territorio inexplorado de las alianzas imprevistas y mestizas. Dicho de otra manera ¿es viable y deseable establecer puentes entre las clases medias en caída de las que hablamos y los espacios críticos, estables, pero muy poco activos en nuestra ciudad? Más aún: ¿existe alguna manera de aliarse con las familias de toda esa chavalada migrante y gitana a la que estamos amontonando en la pública en castellano y en las FP básicas? La Plataforma de Afectados por la Hipoteca fue un experimento de ese tipo, siquiera durante los años en que la crisis hipotecaria afectó parcialmente a las clases medias autóctonas con posiciones patrimoniales menos sólidas al tiempo que golpeaba de lleno a miles de migrantes. La necesidad común, y no solamente un vago reconocimiento ideológico de que la sociedad navarra puede y debe acoger a aquellos que migran en busca de un futuro mejor, hizo de pegamento en esa alianza, impensable apenas unos años antes. ¿Es posible reproducir experiencias similares en la puerta de un colegio?



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