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«La cultura es un proceso colectivo»

Entrevista publicada originalmente en catalán el 18/03/2021 en EL PUNT AVUI
http://www.elpuntavui.cat/cultura/article/19-cultura/1940187-la-cultura-...

JORDI OLIVERAS | TRABAJADOR DE LA CULTURA

«La cultura es un proceso colectivo»

MARIA PALAU | @MariaPalau75 - Barcelona
Fotografía de Oriol Duran a Jordi Oliveras en el recinto de Fabra i Coats.

Jordi Oliveras impulsó en 1995 la plataforma Indigestió con una visión de la cultura que pone el foco sobre la ciudadanía. De esta organización han ido brotando iniciativas de naturaleza diversa, con atención especial a la música, entre las que se encuentra la revista Nativa, y todas tienen en común que son espacios de reflexión y aprendizaje compartido. En 2016 coordinó y editó la publicación coral Cultura en tensión. Seis propuestas para reapropiarnos de la cultura, tejida con ideas valientes que atraviesan también esta entrevista que le hemos hecho, condicionada por el nuevo factor pandémico y al mismo tiempo por los males enquistados en un mundo que pide cambios urgentes.

¿Cómo le ha afectado la pandemia, personal y profesionalmente?
Tengo la suerte de llevar años trabajando en el ámbito de la cultura, eso sí, siempre con inestabilidad y teniendo que sortear momentos críticos para salir adelante. En 2019 pasé por uno que, al enlazar con la pandemia, me hizo sufrir más que nunca por mi futuro. Por lo que te digo, que estaba acostumbrado a vivir en la provisionalidad, pero en este nuevo escenario veía la salida mucho más lejos. En el plano económico, me he sostenido principalmente gracias a las ayudas Covid para autónomos. En el laboral, decidí aplazar dos veces el Fòrum Indigestió porque tiene un espíritu de encuentro que no se podía dar con mascarillas, con miedo, sentados en sillas a metro y medio de distancia… Al final, lo haremos el próximo miércoles. En cuanto a la revista Nativa, algunos de los colaboradores, que solo escriben cuando tienen algo que decir y no por ningún tipo de exigencia productiva, me decían que solo se les ocurrían artículos de tono pesimista y que preferían no publicar. La pandemia también ha ralentizado el proceso de formalización de la cooperativa La Murga.

Desde La Murga habéis impulsado un manifiesto por la renta básica universal e incondicional, que va más allá de la tendencia de reclamar ayudas específicas para la cultura. ¿De dónde surge la iniciativa?

La Murga, un proyecto cooperativo de reflexión y experimentación cultural, paralelo a Idigestió, que comparto con otras personas y que tiene más potencial que el que podemos tener en Indigestió, sigue un proceso que viene del 2016. Desde entonces, hemos trabajado bastante para concretar el proyecto y el colectivo y hemos ido haciendo cosas. Hay un antecedente del manifiesto, el que impulsamos con otros colectivos cuando surgió la polémica entre el Macba y el CAP Raval Nord. A mucha gente que trabajamos en cultura nos parecieron muy desafortunadas las declaraciones y la postura de la presidenta de la fundación del museo. “Nos están desahuciando”, dijo. Y, además, hubo adhesiones que nos sorprendieron, supongo que por sentido corporativo. Nos incomodó que se hablara así en nombre de la cultura. Nos sentimos empujados a tomar partido y lo tomamos a favor del CAP. Recogimos más de 400 firmas. El manifiesto por la renta básica, que ya supera las 4.600, también tiene algo de reacción al momento, de pronunciamiento desde el mundo de la cultura en la situación actual.

Explíquese.
Entiendo y comparto que los trabajadores del espectáculo que no tienen un sistema contractual claro reclamen protección como la que han tenido otros trabajadores con los ERTE y entiendo también que sufren por la suspensión de la actividad. Pero hay algo en el tono y la manera de hacerlo que parece situarnos en un mundo aparte, como si se nos olvidara que las dificultades son compartidas con mucha más gente y que a menudo tenemos más en común con un rider o un camarero que con un director de museo. Hay un punto de ombliguismo, incluso de vivir al margen de la realidad, cuando alguien dice que “la cultura nos ha ayudado a vivir la pandemia”, que “se ha demostrado más que nunca que la cultura es necesaria”. En algunos momentos ha sonado como si se reclamase el derecho a tener tu escaparate para poderte exhibir pase lo que pase, caiga quien caiga. Sin menospreciar el sufrimiento real de mucha gente que trabaja en cultura (como yo mismo) que ahora de golpe y porrazo ve que se le viene el mundo encima, con la renta básica universal salimos del marco exclusivamente sectorial y pedimos algo que es para todo el mundo y a la vez responde a nuestras necesidades. Y lo hacemos defendiendo el derecho a vivir más allá de si se tiene trabajo o no. La redistribución de la riqueza a través del trabajo no está funcionando. Ni ahora ni antes de la pandemia. El problema de la renta básica es que aún no tiene una masa crítica que la reclame como tuvo, por ejemplo, la lucha por la jornada de 40 horas. Por ese mismo motivo nos pareció apropiado que la gente de la cultura se implicase en esta reivindicación.

Los representantes del sector no han firmado. ¿Le sorprende?
Bueno, creo que si han firmado la PAAC (Plataforma de Artistas Asamblearios de Catalunya), la APCC (Asociación de Profesionales de Circo de Catalunya), el SMAC (Sindicato de Músicos Activistas de Catalunya), la ACCA (Asociación Catalana de Crítica de Arte), Mujeres y Cultura, CASC_CAT (Coordinadora por la Animación Sociocultural de Catalunya) y muchas otras, y conviene celebrarlo. Mucha gente dice que la cultura está demasiado dispersa y que cada cual va demasiado por su cuenta, pero yo pienso lo contrario, que a menudo parece pronunciarse con demasiada unanimidad, siendo un entorno tan amplio, sin apenas distingos entre ricos y pobres, por entendernos. Dentro del mundo de la cultura hay grandes diferencias. Con algunas excepciones, las organizaciones acostumbran a hablar por todo el sector de la música, por todo el sector de las artes escénicas… Y acaban siendo como sindicatos verticales. En la época de las mareas, la roja, la de la cultura, se pronunciaba contra el IVA cultural como si eso fuera un problema que afectara a todos los trabajadores de la cultura. No es una reclamación injustificada, pero sí me parece sorprendente que la gente que no factura, que es muchísima, se alineara a favor de esta medida como si fuese la principal prioridad. Dentro de este marco, es normal que las grandes organizaciones de la cultura no tengan en su agenda la renta básica. De otro lado, tampoco la tienen los otros sectores: el del automóvil, el de la educación… Ya que es un planteamiento ajeno a las lógicas sectoriales.

¿Llora quien menos tendría que llorar?
En los medios de comunicación hablan con frecuencia unos representantes de la cultura que de precarios no tienen nada. Las personas precarias no suelen tener altavoces.

Tiene una visión muy crítica del sector cultural, del “gremio” como dice a menudo.
Para mí es más amable “gremio” que “sector”. Gremio tiene una connotación artesanal, sector está dentro de la lógica industrial. Te diría que soy menos crítico que hace un tiempo. El problema de base es la propia manera de concebir la cultura como un proceso de producción por parte de unos para el consumo de otros, la idea de que es una cosa que hacen profesionales, organizaciones e instituciones, en vez de algo común. Yo creo que en todos los casos, no solo en lo que se encasilla como cultura social, es un proceso colectivo. No es el proceso de creación de la persona que trabaja para desarrollar una habilidad. El artista está catalizando algo de su entorno familiar, de su entorno educativo, de su entorno sectorial, del público que tiene delante cuando actúa… Y para mí no tiene sentido, aunque hay gente que sí lo defiende, si lo que hace no tiene una resonancia. No tiene sentido hacer música si no tienes ni que sea diez personas delante, que según quiénes sean, las edades que tengan, si son de pueblo o de ciudad… El concierto acabará siendo diferente. No depende solo del artista. No comparto la visión de la cultura como un sector productivo más.

¿Falta de humildad?
La visión sectorial amplifica los valores románticos como, por ejemplo, que la cultura es algo que va por delante del resto de la sociedad. “Tú aún no lo entiendes, pero ya lo entenderás”. Cuando yo creo que los esfuerzos deberían volcarse en trabajar desde la codependencia y en cuidar más los vínculos con la gente que los vínculos con el poder.

La crisis de la pandemia ha puesto contra las cuerdas el modelo de las industrias culturales, predominante en los últimos tiempos. Puede que sea una oportunidad para hacer cambios.
Solo una parte de la cultura encaja, si hablamos en sentido estricto, en la industria. Pero se ha querido extrapolar a todas las prácticas culturales, se le ha pedido a todo el mundo que sea rentable, que genere ingresos propios… Las actividades industriales tampoco son negativas de por sí. Hay quien dice que ahora los festivales de música ya no tendrán sentido. No estoy tan convencido. Encontrarse en un sitio con mucha gente es una necesidad humana arcaica. Soy muy partidario de defender el espacio pequeño, la relación más directa, pero el deseo de coincidir en un lugar con mucha gente está ahí, y la industria simplemente ha encontrado una manera de sacar partido. Que la podemos examinar críticamente, claro. Pero yo no quiero que los festivales desaparezcan. Dicho esto, todas las crisis, la pandémica, la económica y las ecológicas, imponen una revisión del modelo productivo. También el cultural.

¿Qué urge cambiar del modelo cultural? También se lo pregunto pensando en la deriva de las instituciones públicas. Un dato nada más: el Macba este año destinará un triste 8% a programación. Todo lo demás es para sostenerse como estructura.
Hablar de modelo ya me espanta de entrada porque implica pensar los cambios de manera uniforme y desde arriba. La gestión comunitaria de la cultura, a la cual me siento cercano y que abre un debate alternativo, más centrado en los procesos, ha vivido durante mucho tiempo alejada de aquello que identificamos más con el mundo artístico. Sí que últimamente se han empezado a mover algunas cosas. Muy lentamente, hay movimientos que están desplazando la lógica dominante. Es necesario rascar mucho desde abajo para que las cosas cambien. La obsolescencia del Macba llegará cuando los visitantes dejen de ir o los artistas consideren que ya no tiene sentido exponer allá solo para los turistas. El cambio no llegará únicamente por un cambio institucional o de dirección. Uno de los problemas de la cultura es que tenemos unas expectativas muy fuertes depositadas en la política institucional. No me imagino un cambio cultural potente en el ámbito de las administraciones sin una revisión profunda de las propias estructuras administrativas. Y no veo fácil que eso ocurra. Me siento alejado, por ejemplo, de la mentalidad algorítmica cada vez más sofisticada para las bases de las subvenciones, cada vez con más apartados, como si el reto consistiera en encontrar el reglamento perfecto. Yo apuesto por unos mecanismos más dialécticos para decidir sobre el dinero público. Para incidir en la dimensión comunitaria de la cultura, sería interesante que en la toma de decisiones sobre cultura interviniera más gente de fuera del sector. Si queremos una cultura para todo el mundo, hace falta que también participe en las decisiones gente de fuera del sistema productivo, del mismo modo, por ejemplo, que en las escuelas los alumnos, los padres y las madres han de tener voz en las decisiones. Ni los mismos sectores lo reclaman. Más bien reclaman lo contrario, que solamente haya especialistas.

Cuando le he dicho que era una oportunidad de cambiar las cosas, ha fruncido el ceño. Me refería también a ese primer momento de la pandemia en que quizá ingenuamente algunas creimos que haríamos clic y repensaríamos nuestra forma de vivir y de relacionarnos con los demás. ¿Usted cayó en la trampa?
Participé en unos vídeos que hizo el Ateneu de 9 Barris en los que me preguntaron qué creía que cambiaría con la pandemia. Dije que vivimos continuamente el presente con la expectativa de un cambio histórico. De hecho es así como se nos ha explicado el pasado, como si en un determinado momento un hecho lo cambiase todo radicalmente. Pero lo cierto es que no es fácil relatar los cambios en tiempo presente. Las cosas tal vez se muevan por sitios que no son a los que miramos. Quizá nos pueda dar perspectiva mirar qué pasa en otros ámbitos. Hace unos años, la vivienda se veía principalmente como una inversión. Ahora es más hegemónico el discurso de la vivienda como necesidad social y hay fuerzas que lo encarnan. ¿Eso ha cambiado las políticas? No, aún no, pero acabará cayendo, por la presión social.

El exceso de contenidos digitales, sobre todo durante el confinamiento domiciliario, ya fue mala señal. El mundo se había parado pero seguíamos resistiéndonos a parar.
Incluso en pandemia se ha mantenido este imaginario productivo, sí. En mi caso, he consumido menos cultura porque no tenía la cabeza para eso. No era una cuestión de tener más tiempo. Y la que he consumido era, cómo diría, cultura de mi pasado, la que ya conocía. Colectivamente creo que también ha sido así: la cultura ha sido un refugio para la nostalgia. Leí un artículo que decía que en las listas de Spotify durante la pandemia triunfaba la música de los años ochenta. Se ha ido a buscar prácticas culturales a un sitio que te daba más seguridad y confort que aquel que estábamos viviendo. Cuando se han hecho actividades públicas, la idea que se ha privilegiado es la de mantener la actividad sin tener mucho en cuenta si el público estaría cómodo, física y anímicamente. La mayoría de cosas culturales en vivo a las que he asistido me han parecido tristes, un poco decepcionantes como vivencia.

¿No le parece muy desafortunado el lema “La cultura es segura”?
Para mí sí. Tengo una visión de la cultura no sé si llamarla situacionista: lo que importa no es tanto que el libro sea muy bueno sino el momento de la lectura, no solo que el músico sea muy bueno sino también lo que pasa en el concierto. En ese sentido, siempre hay un factor de riesgo. La seguridad del producto avalado, la seguridad del artista de prestigio, la seguridad del concierto en el que encuentras lo que ya habías escuchado antes y se reproduce tal cual… No son mi manera de entender la cultura. El valor de la cultura es cuando lo que pasa no está del todo previsto, y eso está en contradicción con una etiqueta tipo “cultura segura”.

¿Por qué cuesta tanto hacer políticas decididas para corregir las desigualdades de acceso a la cultura? ¿Qué familias se pueden permitir pagar cuatro entradas para entrar en un museo?
En general, lo que llamamos público, que yo creo que deberíamos nombrar de otra manera pero no sé cuál, no forma parte de la ecuación cuando se piensa en cultura. Las empresas y los creadores sí están, pero el público es “ese que no se interesa y se tendría que interesar”, a quien “hemos de educar para que consuma”... Este relato no se corresponde con la realidad. La gente influye en las canciones que se hacen, la gente que asiste a los conciertos configura el clima… El entorno social condiciona lo que pasa culturalmente. Eso se tiene poco en cuenta cuando se hacen los planes. Considerar de otra manera esta interacción entre quienes distribuyen, producen y participan de la cultura sería básico para pensar otro modelo. Y ahora te respondo. Hay un problema en la formulación de los planes de igualdad. En el fondo, se sigue presuponiendo que hay un estándar de cultura al que todos debemos acceder y que el problema es si tenemos acceso o no a estos consumos. Y lo que pasa tal vez es que te importa un comino entrar en un museo porque estás bajo tanta presión que lo más lógico del mundo es que tus prácticas culturales busquen cosas que no te compliquen mucho la vida, o que te ofrezcan la posibilidad de tomar tú las riendas en vez de situarte en el rol de consumidor. Volvería a lo que representa el debate de la renta básica universal. Si aspiramos a otros consumos, prácticas y participación culturales, lo que hace falta no es una llamada voluntarista o paternalista a la implicación, sino una transformación en las condiciones de vida que nos permitan otra cultura. O, en otro sentido, si lo que queremos es una cultura vivida con interés, lo que hace falta es que esta dialogue bien con las vidas que tenemos.



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