PASAJES ENTRE EL ESTADO DE EXCEPCIÓN Y EL ESTADO-GUERRA

PASAJES ENTRE EL ESTADO DE EXCEPCIÓN Y EL ESTADO-GUERRA

Esteban Zamora Godoy

22,00 €

BEZa barne

Badugu

PASAJES ENTRE EL ESTADO DE EXCEPCIÓN Y EL ESTADO-GUERRA

ISBN 978-987-3621-60-4
Orriak 376
Urtea 2019
Argitaletxea La Cebra
Saila Filosofía Contemporánea

Presenta su autor Esteban Zamora con su editora Ana Asprea, de la Editorial La Cebra (Buenos Aires). ...

Leer más

Participa Marina Garcés. Nos proponemos trazar un diagrama global de las relaciones entre poder y política en nuestro presente tomando como contexto histórico el proceso en curso de instalación del neoliberalismo y como marco analítico el biopoder. Éste último, a su vez, se desdobla como objeto de investigación, en la medida en que el biopoder también es pensado como uno de los paradigmas de gobierno dominantes en nuestra contemporaneidad. Entendemos por diagrama global la constitución de las múltiples líneas de sentido que definen la composición del mundo como campo de fuerzas, este campo de fuerzas se materializa en la producción de unos espacios que van dibujando una geopolítica expandida tendiente a integrar los territorios. En esta perspectiva, trazar un diagrama global del neoliberalismo, nos abre el plano de inmanencia de una cartografía de los múltiples espacios y territorios de efectuación del biopoder y es en dicho plano donde emergen los cuerpos y sus formas de vida y de muerte como el confín móvil de estas múltiples líneas de fuerza y efectos de sentido, es decir como elementos constitutivos de todo diagrama biopolítico. En términos epistemopolíticos el paradigma del biopoder emerge como aquello que media la relación entre conocimiento y realidad, allí donde la pregunta por el fundamento de la ley es la pregunta por el destino de la comunidad. En este espacio de desfundamentación ontológica que nos abre la pregunta por el acontecimiento biopolítico, aquello que se pone en juego en la articulación entre vida y política es precisamente la relación entre violencia y poder, es decir, el estatuto de la violencia como cifra de la acción política. Al asumir la compleja y conflictiva relación epistemopolítica entre verdad y justicia como premisa del conocimiento de la historia -allí donde el lenguaje de la crítica de la violencia adopta el lenguaje de la crítica de la injusticia-, abordamos el paradigma biopolítico del estado de excepción como figura que delimita el campo de lo jurídico respecto del campo de lo político, en esta zona umbrálica, que es limen y pliegue, frente y frontera, el estado de excepción nos sitúa en el actual estado de indiferenciación entre adentro y afuera de la ley (entre physis y nomos), dicho estado de indiferenciación incide en la articulación de los actuales modos de relación entre espacio y territorio, y las formas de vida y de muerte que se producen en este interregno, lo cual nos permite interpretar al estado de excepción como un paradigma de gobierno dominante de nuestra contemporaneidad. Uno de los aspectos definitorios del estado de excepción es la dimensión nómica, la producción de un nomos de la tierra. En este sentido, el sistema político de occidente se articula como una máquina bipolar basada en la dialéctica entre dos elementos heterogéneos y en cierto modo antitéticos: el nomos y la anomia, el derecho y la violencia, la ley y las formas de vida, cuya articulación soberana pretende garantizarse inmunitariamente mediante el dispositivo del estado de excepción. Desde esta perspectiva analizamos las ordenanzas soberano-gubernamentales de alcance global como la USA patriot act emanadas del gobierno norteamericano a partir septiembre de 2001, dichas ordenanzas al suspender de facto el estado de derecho, la vigencia del derecho internacional y por consiguiente la protección de los derechos humanos, vienen a exponer la anomia constitutiva del poder soberano global emergente y el estado de excepción global y permanente en que comenzamos a vivir. A su vez, verificamos a través de su aplicación ubicua y desterritorializada, el proceso de expansión del paradigma gubernamental del campo de concentración entendido como matriz oculta del actual nomos planetario. El gran encierro que supone la expansión de este nuevo universo concentracionario, incide en la producción de formas de vida y de muerte que se dan como interregno y como cultura de la emergencia que se manifiestan en la implantación de múltiples estados de excepción que vienen a incidir materialmente en la gestión y administración de la población mundial: Hiperguettos, prisiones clandestinas, carceles de máxima seguridad, Centros de internamiento para extranjeros, check point urbanos, campos de refugiados, zonas de detención en las fronteras y aeropuertos conforman todo un archipiélago de estados de excepción. Llegados a este punto, Agamben nos propone que el análisis del estado de excepción no puede ser considerado un fin en sí mismo, sino un medio para llegar al análisis del arcano de la gubernamentalidad. Este criterio entra en relación con el análisis de Foucault en cuanto una de las transformaciones fundamentales de la institución estatal en la modernidad consiste en su proceso de gubernamentalización, teniendo en cuenta que dicha gubernamentalización se enmarca históricamente dentro del programa neoliberal. Una de las hipótesis centrales de esta investigación es que la gubernamentalización del Estado comporta un proceso histórico en curso que conecta múltiples pasajes entre el Estado de excepción y el Estado-guerra. Esta consideración sobre el proceso de gubernamentalización del Estado, a su vez, resignifica el pasaje hacía la guerra como paradigma de nuestra contemporaneidad, y por lo tanto, de su pertinencia como matriz de análisis de la misma. Ahora bien, la emergencia de la gubernamentalidad no siempre implica la suspensión de la soberanía, ya que la gubernamentalidad se ejerce en el acto de suspensión de la ley, pero también en el acto de autoatribución de prerogativas jurídicas. La gubernamentalidad implica una operación de poder administrativo que es extrajurídica, incluso cuando se vuelve hacía la ley como campo de operaciones tácticas, y es precisamente en este contexto en que nuestra situación histórica está marcada por la emergencia de la gubernamentalidad y como consecuencia de ello, por una cierta pérdida del poder gravitacional de la soberanía en el orden político moderno, en este interregno, la soberanía resurge en el seno de la gubernamentalidad como un modo de compensar dicha pérdida. Soberanías locales proliferan en medio de instituciones burocráticas militares, emergen figuras delegadas con el poder de tomar decisiones unilaterales sin tener que responder ante ninguna ley y sin ninguna autoridad legítima, sea en guerras civiles, religiosas o planetarias, dictaduras soberanas o comisariales, democracias parlamentarias o policiales. Ya que nada es esencial a la facticidad neoliberal, la soberanía resurge, no bajo la forma de un poder unificado bajo condiciones de legitimidad, sino más bien bajo la forma de la ilegalidad, bajo la prerrogativa de un poder que se constituye en la anomalía. De esta forma, los Estados-nación, en un contexto de crisis y disolución, se refuerzan por dos vías. Por un lado, a través del estado de excepción, lo cual marca un cierto retorno espectral de la soberanía, es decir, del ejercicio del poder como poder de dar muerte, como necropolítica. Por otro lado, también se recupera mediante su gubernamentalización, ésta permite al Estado sobrevivir a su propia crisis. En este sentido, parte del complejo diagrama del poder contemporáneo se da a partir de la intersección entre estas tecnologías, procedentes de dos formas de entender y gestionar el poder: la soberanía y la gubernamentalidad. Este entrecruzamiento hace de la gubernamentalidad neoliberal un dispositivo productor de vida y a la vez una máquina letal. El espacio de indistinción e indiferenciación abierto por el estado de excepción -en donde se pone en escena la supeditación de la ley al orden normativo, -ecuación que regirá la economía política de la gubernamentalidad neoliberal-, abre el horizonte histórico para la proliferación de una hipernormatividad no circunscrita a ningún principio regulador. Este proceso de desregulación nómica propio de la razón neoliberal es el horizonte de instalación del Estado-guerra. Este desplazamiento epistemopolítico nos permite comprender la actual guerra en curso como biopoder, es decir, como un dispositivo de producción de subjetividad. Esto significa que la guerra no antecede a la soberanía, sino que es más bien su forma de ejercicio; no es tanto la restauración del derecho y el orden, sino el mecanismo de su producción. La guerra no es destructiva sino performativa, ya que produce y ordena a la población a través de procedimientos de carácter policial que instalan una realidad institucional eco-anómica, normativa y moral. La naturaleza constituyente de la guerra afecta, por lo tanto, a la producción de la subjetividad y la vida, y el Estado-guerra emerge como una forma del biopoder que se propone la consecución de un mando sobre la población y sus formas de vida, en el Estado-guerra, la concepción de la guerra no es sólo militar, sino también gubernamental. El concepto de Estado-guerra piensa el acontecimiento del 11S desde el despliegue de una guerra en curso, entendida ésta como elemento interno al proceso de valorización del capital y como fenómeno que cuenta con una fuerza de propulsión autónoma. El despliegue de esta potencia de la guerra abre una relación de retroalimentación mimética con la fuerza de propulsión autónoma de expansión del capitalismo, cuya economía política es precisamente la guerra. Esto nos lleva a una resignificación antropolítica de la guerra como principio normativo, como dispositivo de regulación y cohesión social, como sistema de pensamiento y, en definitiva, como hecho social total. Los pasajes abiertos entre el Estado de excepción y el Estado-guerra, nos abren a un entramado biopolítico cuyo agenciamiento mas decisivo tiene que ver con la desrealización de la democracia en nuestro presente. En la actualidad postdemócratica, es la anarquía de los mercados la que tiende a gobernar a los Estados, en donde son operarios tecnócratas de instancias supranacionales no elegidos por nadie los que gobiernan y deciden el futuro de los pueblos, en este contexto, la guerra deviene un principio normativo de la realidad y deja de ser expresión del máximo estado de excepción. De aquí podemos desprender que uno de los objetivos de esta reflexión es exponer la crisis radical de legitimidad de la gubernamentalidad democrática, en tanto que crisis de identidad normativa experimentada por las democracias contemporáneas dentro de la creciente anomia sociopolítica. Incide, por lo tanto, en el gesto de recuperar una dimensión crítica, genealógica, deconstructiva y utópica de la política en oposición a las concepciones normativas, técnicas y policiales de la misma que tienden a clausurar sus posibilidades en las estructuras contingentes de organización existentes, las cuales desposeen a la política de su fuerza emancipatoria y la transforman en un dispositivo de producción de realidad clave en el proceso de expansión del capitalismo.


Te puede interesar

La gran utopía

Iñigo Bolinaga Iruasegui

HUMANISMO NEGRO

Jürgen Paul Schwindt

El tiempo de la promesa

Marina Garces

Sobre dialéctica

Manuel Sacristan