Un solete
Irailak 02 Astelehena
EL SÍ DE LOS PERROS
(Juan Vilá, Barcelona, Piel de Zapa, 2014)
Habría que pensar esta novela de Juan Vilá como un ajuste de cuentas. Con una época. Un estilo de vida. Una forma de entender el mundo. “Aquello era imposible que funcionara, pura ficción, una empresa basada en la mentira, la envidia y la codicia más extrema. Una empresa de capital riesgo.[…] No recordé a Marx (…) Lo primero que me vino a la cabeza fue Dante. El séptimo círculo del infierno, donde los usureros y los sodomitas conviven por ir en contra de la naturaleza, por querer hacer productivo lo improductivo”. (pp. 83-84)
Una boda en un chalet del extrarradio de Madrid. Septiembre de 2010. Parece que la ‘crisis’ ha pasado pero lo peor está por llegar. Un mundo hueco se muestra a través de la mirada perversa de un miembro de ese grupo privilegiado.
Tres partes. A partir de este sencillo esquema se desgrana una novela divertida en muchos momentos, aunque nos congele la mueca en tantos otros.
Uno [Exordio del pijo o pijismo]. (“El pijo no tiene moral. El pijo sólo tiene entorno. El pijo es de derechas y cree firmemente en el individuo y en esa estúpida superstición llamada personalidad”) Noche onírica. Desenlace. Ecos de Ignatius Reilly (La conjura de los necios), Saul Karoo (Karoo) y William Fisher (Boston: Sonata para violín sin cuerdas). Descripciones de cirujano de diferentes estamentos, formas de vida, estilos huecos que esconden la nada debajo del oropel y la fatuidad. Y una conclusión demoledora: “la generación mejor preparada de la historia de España, no ha producido nada, absolutamente nada, ni una idea, ni una gran empresa (…) Los que tienen algo lo han heredado y si no, lo han conseguido especulando. El resto son burócratas, chupatintas, contables o comerciales de lujo que defienden sus privilegios a costa de joder a los demás”. (p. 75)
Dos [sueño]. Arde Madrid. Milicianos van tomando la ciudad. ¿Es posible la revolución? Imágenes delirantes. Ansias de un mundo mejor. El protagonista recuerda:
“¿Habrá ardido también la capilla esa que un constructor tuvo la desvergüenza de instalar en la planta 33 de uno de los rascacielos y que hasta bendijo el cardenal Antonio María Rouco Varela? (…) Don Antonio María, participando de la desvergüenza del constructor y de la desvergüenza general, se atrevió a calificar la torre como un símbolo de la aspiración del hombre por llegar a Dios. Sí, a Dios. El camino hacia el Señor pasaba entonces por la especulación y la desigualdad, por la codicia, por la explotación, por cardenales que, como pijos de tres al cuarto, perdían el culo ante cualquiera con un poquito de poder o de dinero, tan serviles, tan indignos” (p.130)
Corolario [desenlace]: “La destrucción creativa, la obsolescencia programada, la moda que imprime en cada objeto una fecha de caducidad que nada tiene que ver con la calidad del mismo o la posibilidad de utilizarlo decenas de años más, las rebajas y ofertas para liquidar el stock, cualquier tipo de stock perfectamente válido y utilizable, pero que obstruye la cadena de producción, esa misma cadena que te ata a ti, avezado e hipócrita lector, y me ata a mí, a una vida y a unos empleos que odiamos” (p. 167)
Eduardo Arteta