«El arte de no ser gobernados» en LE MONDE DIPLOMATIQUE
Viernes 20 de Diciembre
POR ANTROPÓLOGA TRASTORNADA el 29 DICIEMBRE, 2018
La noción de antipsiquiatría es bastante conocida y a ella se podrían adscribir muchos de los profesionales que dicen estar comprometidos con “la causa”, a saber, con las psiquiatrizadas que sufren la opresión del sistema psiquiátrico (y, en general, del psistema). En la obra La institución negada, que contiene textos de Franco Basaglia y su equipo colaborador, así como trascripciones de asambleas del psiquiátrico entre médicos, enfermeros y pacientes, podemos encontrar un referente de lo que es la posición antipsiquiátrica. Pero, como indica Giorgio Antonucci, Basaglia se quedó en la negación de la institución y no dio el paso hacia la eliminación de la psiquiatría. Por esto me ha parecido oportuno distinguir tres tipos de posiciones antipsiquiátricas, extraídas del libro El prejuicio psiquiátrico, de Antonucci:
1 La primera, la más conocida tanto en Italia como en el extranjero, es la posición antiinstitucional defendida por Franco Basaglia en Gorizia, con quien trabajé durante unos meses, cuyo objetivo era la transformación y apertura de los hospitales psiquiátricos con la finalidad de eliminarlos y que dio vida a la Ley 180, de 13 de mayo de 1978.
2 La segunda posición, que podemos llamar antipsiquiátrica -de alguna manera relacionada con la antipsiquiatría inglesa (Laing, Cooper)- es un intento de interpretar las concepciones psiquiátricas de una forma distinta, limitando la función represiva del psiquiatra, sin negar sin embargo su papel profesional.
3 La tercera posición, la que yo defiendo, está representada por el pensamiento no-psiquiátrico, que considera la psiquiatría como una ideología que carece de contenido científico, un no-conocimiento, cuyo objetivo es la aniquilación de las personas, en vez del intento por entender las dificultades de la vida tanto individual como social para luego defender a las personas, cambiar la sociedad y dar vida a una cultura realmente nueva.
La radicalidad y compromiso de la postura de Antonucci le llevó a “discrepancias” (cuando no conflictos) en diversas instituciones en las que trabajó. Su lucha no era únicamente abrir las puertas, eliminar las contenciones (mecánicas, químicas y psicológicas) y herramientas de tortura. Ni estaba interesado en meramente mejorar las condiciones de vida de los psiquiátricos. No. Su batalla va más allá. Se negó a elaborar historiales clínicos por considerarlos “herramientas de control”, rechazaba la condición de “enfermedad mental”, requería e invitaba a la sociedad a la participación en su objetivo.
No hay que confundir la enfermedad mental con las enfermedades del cerebro que corresponden a la neurología. Estas son enfermedades reales, que tienen una explicación fisiológica, y su cura empieza precisamente cuando termina ls psiquiatría, cuando se supera el prejuicio de la enfermedad mental. (G. Antonucci).
Lo problemático es que no es suficiente con que unos cuantos psiquiatras tengan la valentía de actuar como Antonucci. El obstáculo mayor es la necesidad que la sociedad se implique en lo que, si me permitís, podemos llamar una “política de la locura”. Pero no para que la sociedad se familiarice con la locura y combatir el estigma. Esto es bueno pero insuficiente. Se necesita a la sociedad porque son las condiciones de vida sociales las que hacen enloquecer. Y, en este sentido, todas las personas están “en riesgo”. Sobre todo las más vulnerables socialmente, pero no solo ellas.
Este es uno de los motivos por los que llevo tiempo proponiendo la expresión “trastornariado” para tratar de movilizar y aglutinar a nosotras, las locas, teniendo en mente que la lucha no es solo contra el sistema psiquiátrico. Sino también con una sociedad que “trastorna”, “enloquece” a quienes no encajan en sus moldes preestablecidos (que suelen ser, además, los de la rentabilidad). Pero el trastornariado también es un concepto que invita a aquellas personas no psiquiatrizadas a ser partícipes de una lucha que, considero, es compartida más allá de si eres o no una loca.
Desde luego, interpelo principalmente a mis compañeras locas. Asumamos el concepto de trastornariado para crecer juntas y elaborar un lenguaje distinto al que nos imponen.
Pensémonos como trastornadas, pero no haciendo de ello un sinónimo de enfermedad mental sino como un concepto político que nos empodera. Trastorno es la desviación de los moldes sociales, culturales, políticos, económicos. Y no una enfermedad.
Pensémonos, ¿por qué no?, como la vanguardia de las trabajadoras, o de lo que ahora se ha venido denominando “precariado”.
Pensémonos como aquellas subjetividades que le resultan escurridizas al psistema y ante las cuales la sociedad despliega todo su armamento para normalizarnos: contenciones, ingresos, terapias, estigmatización…
Pero también desearía que se unieran a nuestra lucha todas aquellas personas cuerdas que están empezando a comprender la trascendencia y gravedad de una política de la locura. Porque, como he sostenido en otras ocasiones, el neoliberalismo requiere de la medicalización y de la sobre-medicación para sostenerse. Porque son estrategias despolitizadoras. Porque individualizan conflictos que son sociales y ante los cuales deberíamos luchar unidas como trastornariado.
Antropólogra transtornada