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Viernes 22 de Noviembre
PENSAMIENTO
Sara Lafuente Funes:
La reproducción asistida es en este momento la clave de un mercado en auge. Sara Lafuente Funes ha investigado sobre estas técnicas y el contexto político e ideológico en el que funcionan estos mercados.
Sara Lafuente Funes es investigadora en biotecnología, actualmente está trabajando en la Universidad Goethe de Frankfurt. ELVIRA MEGÍAS
Pablo Elorduy
2 DIC 2021 05:53
Primer supuesto. Un retrato biográfico común: una pareja —o una persona sola— activa el deseo de tener una criatura. Acude a la sanidad pública y allí le derivan, tras una consulta o un par de ellas, al sistema privado, donde le reciben fotos de bebés sonrosados y familias felices. Segundo punto de arranque. Una joven necesita dinero para poder pagar el alquiler. Una amiga le habla de centros en los que puede donar óvulos. Acude a otra puerta de la misma clínica. En la consulta le hablan de la nobleza de ayudar a otras mujeres a cumplir su deseo de ser madres. Esa misma semana inicia un tratamiento a cambio de mil euros. Tercer supuesto. Un diputado quiere iniciar una campaña en torno a la natalidad. La fundamenta en que España está en peligro porque no nacen bebés autóctonos. Insta a la ciudadanía a evitar el invierno demográfico congelando material biológico, reclamando cheques bebé o, en última instancia, acudiendo a la externalización del embarazo, esa “gestación subrogada” que se ha convertido en el centro del debate sobre la reproducción.
Los tres supuestos forman parte de las biografías personales de miles de personas, lo que es una forma de decir que no son accidentes, sino una serie de problemáticas comunes a nuestro tiempo. La socióloga e investigadora en biotecnología Sara Lafuente Funes (Madrid, 1986) se ha enfrentado a la tarea de juntar todas las piezas del rompecabezas que existe en torno a la reproducción asistida. El resultado es un libro editado por Katakrak en 2021, Mercados reproductivos. Crisis, deseo y desigualdad, en el que desarrolla un extenso trabajo sobre las técnicas que han permitido la apertura de una vía de acumulación para el capitalismo del siglo XXI, así como sobre el contexto político que ha permitido esa nueva economía.
“Este es un tema que está muy presente en las vidas de alguna gente con mucha intensidad en un momento dado pero no es fácil hablarlo. Y para aquellas que no lo tienen presente, el tema desaparece”, reflexiona Lafuente. No es un tema fácil tampoco para quienes parten desde posiciones anticapitalistas. Libros como la novela Quién quiere ser madre, de Silvia Nanclares (Alfaguara, 2017), Dónde está mi tribu (Carolina del Olmo, 2013, Clave Intelectual) o El vientre vacío, de Noemí López Trujillo (Capitán Swing, 2019), han puesto el cuerpo y la cabeza en un debate que cruza muchas variables: la generacional, la de clase y la territorial, el deseo, la responsabilidad y la interdependencia.
Sara Lafuente ve en estos primeros acercamientos una aproximación a una política nueva y contemporánea que permite pensar en un asunto relativamente nuevo. No en vano, la primera técnica de reproducción asistida tiene los mismos años que la joven Constitución Española. “Es difícil que surjan grupos que piensen este tema en términos políticos si solo lo abordamos cuando nos afecta directamente —denuncia Lafuente— porque cuando afecta directamente suele ser en momentos de mucha intensidad en los que resulta muy difícil politizarlo y además, cuando sales de ahí, mucha gente se queda con muy pocas ganas de volver a pensar en el asunto”. Con el objetivo de que nadie lo tenga que pensar en soledad escribió Mercados reproductivos, un libro clave para abordar un tema que no es individual aunque parezca que lo es.
Incluso aquellas personas que no estamos en un momento de crianza tenemos recursos para trabajar o defender a favor de la educación pública, pero no ocurre lo mismo con la reproducción. Las personas que están en ese proceso, además, tienen más difícil politizar su experiencia. ¿Por qué ocurre esto?
Para mucha gente supone tener que mirar de frente muchas contradicciones. Gente que no está habituada a acercarse al ámbito de lo privado dentro de la salud, a la medicina privada, se ve de repente en una clínica y eso genera muchas dudas. Tanto si has terminado teniendo un bebé como si no te ha funcionado, en general se quedan pocas ganas de seguir pensando en ello. Sobre todo, según terminas. También hay una falta de comprensión de los procesos de desgaste que genera ser paciente de reproducción asistida por parte de otras personas. Luego, sigue habiendo cierto estigma en torno a la donación de óvulos no tanto por una crítica anticapitalista, que también, pero sobre todo que existe una especie de juicio moral a mercantilizar según qué cosas. Entonces, desde la perspectiva de las propias donantes a menudo es difícil politizarlo o reivindicar derechos o cuestionar el modelo.
¿Hay excepciones a esa individualización de las experiencias dentro de los mercados reproductivos?
Sí, he visto algunas chicas más jóvenes con un discurso muy politizado de crítica a la donación. Personas a las que no les gusta que esa posibilidad exista. Parte de mujeres jóvenes a las que en sus centros de Formación Profesional o en la Universidad, por ejemplo, les reparten flyers para ir a donar a las clínicas y se rebelan contra eso. Esa es una interpelación como potenciales proveedoras de material biológico. Quizá no están exactamente dentro de esa historia, pero tienen algo que decir. Esa posición puede tener más potencia y puede ser una respuesta menos atravesada por contradicciones.
Nos tenemos que relacionar con la estratificación reproductiva como con todas las desigualdades y las estratificaciones: viendo cómo se pueden difuminar y cuál es nuestro papel en ellas
La tendencia, sin embargo, es a que este tema se omita dentro de esa “calendarización de luchas”, que se viva como un episodio biográfico pasajero.
Creo que hay un segundo momento. La gente que ha tenido peques por reproducción asistida, quizá con donaciones de óvulos o de esperma, que en un principio pasó de pensar en la reproducción asistida a pensar en la crianza y a politizar el tema de la escuela pública y demás, llega un momento en el que vuelve a abrir la cuestión, quizá porque se lo están contando a sus peques y estos hacen preguntas. Las clínicas nos han dado unas respuestas aparentemente muy sencillas pero lo que se va viendo es que lo que hay detrás es mucho más complejo y necesitamos herramientas para pensar esa complejidad juntas.
Hay una parte de la historia que nos cuesta ver más a quienes hemos sido socializados en la clase media y es la estratificación de clase a la que aludes en tu libro: cómo está todo dispuesto para que unos sujetos provean el material biológico y otros el deseo de alcanzar la paternidad o maternidad, entendida exclusivamente como la reproducción una serie de genes.
Creo que una de las claves para ser consciente de eso que comentas es ser conscientes de cómo esa educación de clase media no nos permite ver ciertas estructuras. Para eso es necesario escuchar a otras, que forman parte de nuestros mismos espacios —en ese sentido, los movimientos sociales tienen una gran riqueza— pero que no han sido socializadas en esas clases medias; creo que eso es fundamental para las que sí lo hemos sido. En el tema de la donación de óvulos lo que hay es una segmentación muy fuerte por edad. Pero no es solo que todas las donantes sean de clase súper baja. Ese perfil existe, pero no es el único, para nada. Y ahí también se difuminan la forma que toman las estratificaciones y las desigualdades. No nos sirven solo los esquemas tradicionales.
Amaia Pérez Orozco dice en el prólogo que el libro es importante en cuanto entiende y explica cómo estos mercados reproductivos se han convertido en una vía de acumulación para el capital.
Es importante abordar esta cuestión en el momento político global. Una cosa es cómo nos hayamos educado y el mundo que nos contaron una vez que iba a existir y otra cosa es la realidad de que ese mundo ya no existe y que no nos gusta cómo funciona. En ese sentido, nos tenemos que relacionar con la estratificación reproductiva como con todas las desigualdades y las estratificaciones: viendo cómo se pueden difuminar y cuál es nuestro papel en ellas. Analizando la mezcla de opresiones y privilegios que habitamos cada una. Y siendo responsables y comprometidas con esas posiciones que ocupamos de opresión y de privilegio. Y, sobre todo, más allá de lo que hayamos hecho hasta ahora, pensar cómo queremos que la reproducción sea a futuro, pensando en el futuro desde el presente. Cómo queremos que sea el año que viene dentro de diez años y dentro de veinte: si queremos mantener el tran-tran que nos lleva a esta estratificación o si podemos mirarla y comprender que, más allá de lo que ha pasado hasta ahora, quizá es el momento de poner en marcha medidas o apuestas políticas que hagan que no se llegue a resolver los deseos individuales a través de ampliaciones de estas estratificaciones.
La cuestión es abordar este tema políticamente para que esos intercambios o esas posibles soluciones a problemas reproductivos no pasen por ampliar la estratificación reproductiva y la desigualdad
¿Cuáles son los primeros pasos?
Creo que la clave es no pensar la reproducción asistida aislada de todo lo demás, sino pensar qué es lo que está pasando para que muchas acabemos en clínicas de reproducción asistida, qué está pasando para que la reproducción cada vez se retrase más —que es uno de los principales motivos por los que crecen las clínicas reproductivas— y cómo podemos abordar colectivamente ese hecho. Y cómo nos podemos situar frente a unas cadenas globales reproductivas que se pueden ir expandiendo cada vez más. El Estado español tiene un papel dentro de esas cadenas pero además está vinculado a redes mayores, como en el caso de la gestación por sustitución. Debemos pensar por tanto cómo nos relacionamos con la gestación por sustitución y con las normativas en otros países, o si tenemos algo que decir sobre la importación y exportación de óvulos o de esperma. La cuestión es abordar políticamente este tema para que esos intercambios o esas posibles soluciones a problemas reproductivos no pasen por ampliar la estratificación reproductiva y la desigualdad. Y, sobre todo, que no interfieran con los derechos sexuales y reproductivos de nadie.
Es importante tener una visión de cómo la lógica del beneficio y de acumulación está formulando de alguna forma a las respuestas que se dan a los problemas reproductivos
Tras leer el libro da la sensación de que los discursos moralizantes en torno a la reproducción nos hacen perder mucha perspectiva.
Sí, porque lo que enfocamos es mucho más pequeño y no es donde realmente se están dirimiendo las grandes preguntas que tienen que ver con esto. Es importante desarrollar una ética política en torno a qué pensamos sobre la reproducción, la desigualdad y la mercantilización, pero es fundamental ver que lo que mueve esto es un mercado y una lógica de acumulación muy particular. Ahí es clave entender que no deja de pasar porque nosotros no lo miremos. Una de las cuestiones que están modificando muchísimo los mercados reproductivos en el Estado español es que han entrando de forma muy fuerte los fondos de inversión a comprar las clínicas.
¿Qué efectos va a tener ese desembarco?
De aquí a unos años esto va a modificar cómo será este mercado y qué perfil tienen las clínicas. Habrá que ver, pero no creo que sea una lógica muy distinta a la que los fondos han desarrollado en otros ámbitos. Si están comprando las clínicas es porque claramente genera dinero. Eso nos muestra que es importante tener una visión de cómo la lógica del beneficio y de acumulación está formulando de alguna forma las respuestas que se dan a los problemas reproductivos. Si desde los feminismos y desde las teorías críticas no conseguimos ofrecer alternativas, o no conseguimos tener espacios en los que pensarlas, las soluciones las va a proponer el mercado. Y el mercado funciona con una lógica muy particular.
Si el problema que queremos resolver es ese “yo quiero tener hijos genéticamente propios”, las respuestas van a ser muy limitadas
También cuestionas que la parte más arisca de esos debates tiene que ver con la gestación por sustitución —eso que conocemos como gestación subrogada y que ha dinamizado en España Ciudadanos— y que se olvidan otros elementos con muchísimo peso como es la donación de óvulos.
El de la donación de óvulos es un debate importante y ahí tenemos una responsabilidad, porque es algo que muchas conocemos y que, incluso, alguna hemos utilizado en una de las dos direcciones. Para abordarlo políticamente y no tener los debates que nos ofrece Ciudadanos o los que nos ofrece la industria reproductiva, la clave es pensar colectivamente, pararnos a pensar qué hay de común en todos esos problemas reproductivos que estamos abordando de forma independiente. Qué tienen en común la chica que se enfada porque le dan un flyer en la Universidad para donar sus óvulos y la que intenta quedarse embarazada en torno a los 40 años porque no había pensado que a esa edad es súper difícil y acaba en la clínica, accediendo a ovodonación, y lo vive con cierta culpa, o cuestionamiento, o dudas. Cómo podemos pensar respuestas colectivas que aborden esos problemas de base.
¿Qué soluciones encuentras?
Depende de cómo planteamos la cuestión. Si el problema que queremos resolver es ese “yo quiero tener hijos genéticamente propios”, las respuestas van a ser muy limitadas, pero si lo que queremos abordar es qué es lo que está pasando con la reproducción, o cómo podemos acceder a formas de criar más compatibles con nuestros modos de vida, o cómo puedo tener hijos si no tengo la capacidad de gestar, creo que las respuestas pueden ser diferentes.
Lo que pasa es que, en realidad, en el Estado español ni siquiera hay realmente políticas natalistas que funcionen. La gente no tiene criaturas, o tiene menos, porque las condiciones para reproducirse son muy malas
¿Y en qué punto estamos ahora?
Estamos pensando a través de las respuestas que ya nos ha ofrecido el mercado. De forma que debatimos sobre la gestación por sustitución en lugar de estar pensando cómo podemos ampliar el registro de filiación y tener una peque que tenga tres progenitores, o ampliar el registro para que haya cinco personas encargadas del cuidado y la crianza de una criatura. Eso quizá podría ser una respuesta alternativa si el problema es cómo acceder a la crianza o cómo implicarse en el cuidado de criaturas bajo modelos diferentes al de la familia nuclear. Primero tenemos que hacer un trabajo colectivo de nombrar qué hay de común en esos problemas vividos a nivel individual y, posteriormente, ver qué posibilidades podemos pensar para abordar esos problemas de fondo. Las formas de abordar esas cuestiones de fondo no van a resolver todos los problemas individuales si eso pasa necesariamente porque todos tengamos acceso a la reproducción genética, porque igual eso no es compatible con un marco de justicia reproductiva, pero quizá sí que se puedan encontrar otras maneras.
Relacionado con el deseo de perpetuación genética hay un discurso en torno al “invierno demográfico”. En ese sentido, tu libro lanza una proposición arriesgada como es decir que no existe un problema de natalidad en España.
Realmente creo que no es un problema per se que haya menos criaturas naciendo. La cuestión no es numérica, no es cuantitativa. Lo que sí es un problema es que hay mucha frustración y que cada vez los datos indican que hay mayor brecha entre deseos y realidades reproductivas. Esto es, que la gente querría más criaturas de las que tiene. Ese es el problema y eso es lo que habría que abordar. Al mismo tiempo, hay más gente que querría vivir en España de la que se permite. El problema es utilizar argumentos poblacionales cuantitativistas para hablar de la vida, que debería ser otra cosa. Si se piensa solo la reproducción asistida aislada no se ve, pero cuando se piensa en vinculación con las políticas migratorias, todo el discurso de la natalidad está claramente atravesado por un eje fundamentalmente racista, en el que un tipo concreto de criaturas, son buscadas deseadas y se anima a tenerlas — en teoría— y otro tipo no son bienvenidas y se las expulsa.
Ese natalismo alerta a menudo del riesgo de que se pierda un fenotipo, vamos a decir, “español y blanco”.
Lo que pasa es que, en realidad, en el Estado español ni siquiera hay realmente políticas natalistas que funcionen. La gente no tiene criaturas, o tiene menos, porque las condiciones para reproducirse son muy malas. No hay una responsabilidad social colectiva, ni estatal, ni de las empresas, y muchas veces tampoco por parte de los hombres, en el ámbito de la reproducción social. Esto se une a la crisis más amplia de reproducción social o a la crisis de cuidados. Si no tienes casa, no tienes trabajo o estás en precario, es muy difícil plantearte tener hijos. Todos estos discursos pronatalistas que se centran en dar ayudas individuales a una serie de personas concretas para tener hijos están también focalizando primero a qué tipo de personas se les dan las ayudas, y con eso se puede volver a hacer estratificaciones, y en segundo lugar volviendo a resolver desde lo individual cuando lo fundamental sería dar soluciones más amplias y más colectivas.
¿Qué condiciones pueden funcionar en lugar de esos cheques bebé?
Mejorar las condiciones de habitabilidad, mejorar las condiciones de trabajo, probablemente trabajar menos horas por el mismo salario. Lo que hace falta es realmente un cambio mucho más global. En este sentido la idea del libro ha sido dialogar con la economía feminista y hablar desde ese enfoque más amplio de cómo proponer un cambio, de cómo pensar posibilidades para situar en el centro la sostenibilidad y la reproductibilidad de la vida. No por la necesidad de que tenga que nacer más gente blanca en España, sino por habilitar un espacio en el que todas las personas puedan tener acceso a crecer en condiciones de igualdad y a ser cuidadas.
¿Cómo poner en marcha un sistema público desde esa perspectiva?
Ya existe un sistema público fuerte de cobertura de reproducción asistida que es mucho mayor que en otros países. Eso es importante reconocerlo. Lo que creo es que el problema que ha tenido es que ha ido detrás del sistema privado. Básicamente ha sido decidir cuántas de las tecnologías, o de las prácticas, o de los tratamientos que se hacen en la privada se incluyen en el ámbito público. Yo lo que planteo es que lo interesante sería ver cómo se puede desarrollar un sistema de atención a la reproducción desde una lógica pública: no de imitación de lo privado, sino que se construya desde otra lógica. Eso supondría empezar casi desde cero, de alguna manera “volver a los 70” y pensar otras formas de abordar los problemas a través de estas tecnologías. Eso es muy difícil de hacer a día de hoy, pero una vía sería vehicular las transferencias de capacidad reproductiva, las donaciones de esperma o las donaciones de óvulos a través de un organismo que formase parte de la Organización Nacional de Trasplantes.
En concreto en la donación de óvulos, ¿qué pasos se pueden dar?
Por lo que yo conozco, las propuestas que hay de introducir bancos de óvulos en el sistema público de salud consisten en copiar el sistema de lo privado e introducirlo en lo público. Eso sería una pena, sería una oportunidad perdida de intentar pensar cómo podrían ser las provisiones de óvulos partiendo de una lógica diferente. Lo interesante del sistema público de salud es que se puede pensar de una forma más holística. Igual no es tanto incluir el acceso a óvulos donados dentro del ámbito público como la posibilidad de que haya una formación para todo el mundo en cómo entendemos el cuerpo y cuáles son los límites del cuerpo desde más temprana edad; y que las personas crezcamos comprendiendo cómo funciona eso. Pero, sobre todo, es clave que lo reproductivo forme parte de una atención holística que esté vinculada a mejorar las condiciones materiales de la existencia para que se puedan tomar las decisiones reproductivas de forma más libre y no condicionadas por el estatus económico.
Es importante que cuando haya un cierto interés de buscar al donante, se pueda hacer o, si las personas que han donado quieren tener conocimiento de qué ha pasado, lo pueden hacer
¿Cómo se pueden producir las transferencias de material biológico en esa clave?
Hay que tratar de no hacer una mímesis de lo que pasa en la privada sino buscar cuál es el formato desde una perspectiva de lo publico, en qué formato se podrían pasar los óvulos de unas personas a otras. Sería entre gente conocida, que lo hace por motivos relacionales. Y además siempre creo que para que funcione, o para que pueda realmente cambiar cosas en un mercado que hoy por hoy tiene tanta fuerza, tendría que ir de la mano de limitaciones a la forma en la que el ámbito público puede generar lucro a través de estas donaciones. Lo uno sin lo otro no sirve de nada.
En el libro insistes en ese tema de los límites.
Sí, pero en este caso me refiero no tanto a nuestra propia capacidad de pensar los límites de la reproducción sino a que, si queremos que los mercados no sigan creciendo o que no generen lucro a través de las desigualdades, hacen falta medidas que limiten esos mercados y que limiten la posibilidad de generar lucro a través de las donaciones de ese material.
Siempre y cuando exista un mercado, y siempre y cuando haya gente generando lucro a partir de, por ejemplo, las donaciones de óvulos, creo que el modelo de altruismo con compensación no funciona
Del modelo actual críticas también la obligatoriedad del anonimato que hay en el marco legal español. ¿Debe cambiar?
Considero que tiene sentido que cambie pero es que creo que va a cambiar, porque ya lo está haciendo en muchos países. Además, con la proliferación de test genéticos tampoco se puede garantizar el anonimato como se podía garantizar antes. Cada vez hay más posibilidad de acceder a la información genética, a lo que se suman las nuevas aproximaciones legales tanto a nivel a nivel europeo con el tema del derecho a conocer los orígenes. No digo tanto a nivel retrospectivo, que no lo sé, pero sí parece que eso va a cambiar. Realmente tiene sentido en esa línea de no hacer sencillo algo que es más complejo. Es importante que cuando haya un cierto interés de buscar al donante, se pueda hacer o, si las personas que han donado quieren tener conocimiento de qué ha pasado, lo pueden hacer. Eso no modifica la filiación pero tiene mucho sentido, siempre y cuando las personas que van a donar lo sepan.
Otra de las cuestiones con la que has querido generar debate en el libro es sobre la compensación económica a donantes. Actualmente, el modelo altruista establece una compensación tipo de mil euros. Ni demasiado alta ni desdeñable para personas en situación de precariedad. ¿Es preferible un modelo de salarización, que otorgue mayores derechos y pueda incrementar la remuneración por algo que al final es poner al cuerpo a trabajar durante unos cuantos meses?
Yo tengo claro que el modelo de salarización no es el que yo prefiero. Mi apuesta en este ámbito es buscar modelos relacionales en los que se aborden estas problemáticas y sus soluciones desde lógicas diferentes, no mercantilizadas. Lo que sí creo es que el modelo intermedio de altruismo con compensación tiene unos niveles de toxicidad muy altos. Dentro de ese modelo mercantilizado quizá sea mejor o bien una intervención en la que se saque completamente la donación de lo mercantilizable —en ese modelo de derivarlo hacia lo público y hacerlo desde otras perspectivas— o bien enfrentar que se genera un nuevo trabajo y abrir el debate de cómo este nuevo trabajo podría plantearse: cuáles serían realmente las condiciones que harían falta para que ese trabajo pudiese formar parte de los estatutos de trabajadores. El modelo actual de ni una cosa ni la otra es muy tóxico y frente a eso hay que pensar qué otros modelos posibles podemos encontrar. Realmente me decanto por uno distinto, en el que lo relacional sea lo principal. Desde el momento en el que saquemos la reproducción asistida de lo mercantilizado y de lo que se mueve a través de la lógica de la generación de beneficios irán saliendo diferentes formas de abordar estas cuestiones. Pero siempre y cuando exista un mercado, y siempre y cuando haya gente generando lucro a partir de, por ejemplo, las donaciones de óvulos, creo que el modelo de altruismo con compensación no funciona, no es justo, y ahonda en desigualdades tanto económicas como de género.
Creo que hay mucha potencia en generar redes intergeneracionales de cuidados, en ampliar la forma en la que nos sentimos comprometidos con otras personas diferentes
En el libro miras en varias ocasiones al futuro y planteas algunos modelos, el distópico es el de un país amable para el turismo reproductivo, un destino que el mercado presenta como el espacio ideal para acceder a estas técnicas de reproducción.
Más que la distopía, es lo que está pasando.
¿Cuál sería el escenario utópico?
Me gustaría pensarlo más. No he tenido tiempo para pensar más a fondo construir algo más profundo en el plano teórico o en la práctica. Hay ciertas prácticas políticas, ciertas prácticas sociales, vitales y relacionales que contienen claves para ese futuro posible. Prácticas que pasan por lo comunitario, que pasan por lo colectivo, pero desde un respeto y convivencia con la diferencia. Siento que las ciudades son ámbitos muy complejos para una respuesta anticapitalista a medio plazo, aunque hay muchas resistencias las ciudades y se van a poder hacer muchas cosas desde ahí. Creo que hay mucha potencia en generar redes intergeneracionales de cuidados, en ampliar la forma en la que nos sentimos comprometidos con otras personas diferentes. Es un compromiso en el propio cuidado, en el sostenimiento de las redes y de las personas, que va más allá de las familias nucleares. Y no solo en la crianza sino en todo el rango vital: redes que atiendan a gente mayor, a envejecimiento y demás. Creo que esas utopías las tenemos que construir juntas. Hoy se me ocurren los centros sociales, se me ocurre la Invisible de Málaga, si pienso en cómo resistir a los ataques. Diría que, cuando en lugar de estar solo resistiendo conseguimos ser de forma colectiva, se generan alternativas que tienen fuerza para proponer esas utopías.