Un solete
Lunes 02 de Septiembre
PERDÓN
Ida Hegazi Hoyer, Nórdica, 2017 Madrid
«Pero ésta no es una de esas historias. Ésta es tu historia, tu relato, mi versión. ¿Y cómo de inverosímiles pueden llegar a ser los límites antes de desdibujarse?»
La cara oculta del paraíso nórdico. Un relato estremecedor. Una lectura que no deja indiferente. Una historia que provoca estremecimiento, dolor, ternura y asombro. Literatura que remueve. Y mucho.
Perdón de Ida Hegazi, joven escritora noruega, y traducido por Cristina Gómez-Baggethun, es un libro quirúrgico. Con un ritmo constante, nos descubre un amor juvenil que, poco a poco, irá mostrando los lados oscuros de un pasado duro, traumático. Entroncado con Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, -al desvelarnos el final en la primera página-, no es óbice para leamos el libro de un tirón. Sin darnos pausa para desentrañar, conocer, vivir e incluso sentir, tan vivas, deslumbrantes y creíbles descripciones con las que la autora teje la trama. Trama múltiples veces contada, pero tan profunda y conmovedora que ansiamos terminarla. Como si estuviésemos leyendo una película de Ingmar Bergman.
«Quería que hablara contigo. Esa era la finalidad del relato» (p. 125). Esto es el libro. Una historia que nos interpela, desde la voz de la narradora que habla a un «tú», en busca de explicación, de expiación. Nos descubre los recovecos, los pliegues donde se esconde el trauma y las grietas que desencadenan el desmoronamiento; esa aparente indestructibilidad e indiferencia. Una narración, en definitiva, bien escrita y con gran talento interno.
En palabras de la protagonista: «Ya no había límites, no había barreras ni umbrales (…) me zambullí en el palpitante sentimiento de querer, poder y tener que hundirme más, y el fondo de aquel mar estaba muy oscuro y calmado (…) Y entonces lo supe: que lucharía hasta que no quedara nada. (…) Las personas como nosotros, éramos indestructibles» (p. 167). La lucha de la escritura contra la terrible verdad que no lo hace posible: finalmente, somos mortales.
Eduardo Arteta Irujo