El Fiord
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El Fiord
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Año | 2015 |
Editorial | Ediciones Sin Fin |
Sección | Narrativa Latinoamericana |
Apuntes sobre Fiord de Carlos Aguilera: ...
No sería difícil imaginar un Lamborghini prostituto. Un Lamborghini gamberro, mascador de pijas, atracador de culos. Un Lamborghini extasiado ante el olor de la leche, tal y como de alguna manera él se ha diseñado en sus libros. Esos libros orgiásticos donde alguien casi siempre se inclina para que lo claven. Y digo no sería difícil, porque al Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires, 1940-Barcelona, 1985) casi beato creado por César Aira, uno con cara de virgen y cuerpo de virgen y escritura de virgen: un Lamborghini rosé… o al Lamborghini pendenciero, más al estilo Luis Gusmán, preocupado por su imagen y la contradictoria recepción de sus únicos tres libros en vida, los lectores de El fiord siempre tendremos otro, uno vampiro, político, chupafetos. El Lamborghini que se paseaba por Barcelona observándole de cerca el parche a los transexuales en la Rambla. Un Lamborghini pos-Perón. ¿No dicen las malas lenguas que en verdad el argentino se exiló en Barcelona, en 1976, más que huyendo del golpe militar, huyendo de sus antiguos kamaradas peronistas; kamaradas de los que se fue distanciando en la misma medida que su desencanto por la militancia se hizo más grande? En todo caso, un Lamborghini pos-Perón es la mejor noticia que puede traer a los incondicionales del "cachetudo y erudito" Osvaldo la literatura argentina. Sobre todo si vemos que el peronismo, una de sus formas ―una de sus caricaturas―, continúa siendo el presente del gran territorio de las vacas, como con más romanticismo que sorna llamó Humboldt al país austral. Pero, en verdad, ¿qué hay en El fiord para que cuarenta y cuatro años después de su publicación, bajo el sello Chinatown en 1969 (una editorial que publicó un solo libro, y nunca compartió espacio de novedades en librerías, ya que el libro de Lamborghini se vendía "por debajo de la mesa" en un solo estanco de Buenos Aires), siga pareciendo la escritura más rabiosamente moderna de todas las que pudieran construirse ahora mismo? Hay sangre. Sí, como escuchan. Mucha-mucha sangre… Y también hay mocos, y gritos, y golpes, y una vagina rota en cuatro pedazos, y un niño que sale pero se niega a salir, y goce ante la muerte. Esa sádica que siempre aparece en todas sus prosas como si fuera una pincelada china. Y por supuesto, hay neones ideológicos: "No Seremos Nunca Carne Bolchevique Dios Patria Hogar", "Perón Es Revolución", "Dos, Tres Vietnam". Es decir, eso que algunos críticos llaman "las inscripciones del tiempo". Sin embargo, a nosotros ―lectores en el Ahora― lo que más nos interesa es la sangre. Es decir, de ¿dónde sale esta? ¿De qué color sale? ¿Con qué se mezcla? ¿Qué funda? ¿Qué mancha? En El fiord hay una palabra que nunca se dice, sin embargo, es de donde precisamente viene esa sangre. Y no necesariamente roja, espesa, hermosa, con sabor a barbitúricos… (Si observáramos de cerca los diferentes libros de Lamborghini, podríamos darnos cuenta que sus personajes muchas veces parecen cucarachas. Tienen varias patas y se esconden y corren y muerden. Así que creo que lo mejor sería imaginarse la sangre de El fiord de un color blanco-parduzco, del mismo color que sueltan los blatodeos.) Una sangre que vendría a terminar (exterminar) los años de militancia roñosa de Lamborghini con el peronismo y lo colocaría en una posición fría; una posición que se fue, dicen, derritiendo poco a poco, como "un hielito en un vaso". Entonces, de ¿dónde vendría esa sangre-orgía que casi da asco? Toda la sangre de El fiord viene del cadáver de Perón… Como escuchan: del cadáver hinchado y subjetivo y cuadrado del in extremis Juan Domingo Perón. Suerte de muñeco que es violado, transexualizado, mordido, clavado y macheteado en ese relato-poema-novela que es El fiord y, sin dudas, vendría a poner en dudas a ese otro muñeco-fetiche (al final los dictadores son solo inflables-fetiches) que Lamborghini tenía adentro y lo hacía observar las cosas desde un solo bando. El Perón-escuelita en que un Lamborghini joven (recordemos murió a los 45 años) había creído. El Perón ideólogo. A ese Perón ―que como ya hemos visto, no tiene nada que ver con el militar sonriente que pide asilo político en Madrid y después retorna a Argentina―, el autor de Sebregondi retrocede y Las hijas de Hegel se encarga de darle muerte. ¡Y cómo! Primero lo pone a parir encima de una mesa haciendo que la vagina se le contraiga, después lo encula y le rompe los colmillos con una manopla, más tarde lo viola y lo pajea, haciendo un difícil ménage à trois con Carla Greta Terón (CGT, ¿recuerdan?) y El Loco Rodríguez, personajes que son todos al final lo uno y lo mismo. Es decir: peronistas que se han tragado la píldora-dictadura. Peronistas embarazados por este, y por la puta Evita, y por los militares fascistas, protoperonistas de otro bando, tal y como demuestra de manera feroz la actualidad, donde uno no sabe ya qué se quiere decir con el "legado del general del pueblo". ¿No es acaso Lamborghini el primero que ve esta confusión política de manera radical además? ¿El primero incluso que la somete a cuchillita? El fiord es el relato de una operación. De un salón de operaciones. De una cuchillita que avanza abriéndole la barriga a todo el mundo, aunque sobre todo a sí mismo. Un relato seppuku. Con él, Lamborghini, no solo dejó retratada a una sociedad ―una donde la polarización política y el marxismo creaban su particular monstruo― sino que pudo dar cuenta del proceso más complejo de separación y descontento ideológico del que se tenga memoria. No porque se ponga a negociar con sus fantasmas (el efecto Lamborghini crea, por su violencia, un entramado antinegocio), sino porque ni siquiera les da la oportunidad, todo lo contrario de lo que haría un Cabrera Infante por ejemplo, quien monologaba siempre con sus espectros en sus nuevos libros. Lamborghini no. Lamborghini no les daba el más mínimo chance a sus fantasmas. Los aplastaba y ya. Y que se aguanten, parecía decir, o decía, con otras palabras. Para eso, como escribe él mismo "me puse un frac de sirviente y un collar de perro: [pero] me los saqué rapidito, ¿no es cierto?", haciendo uno de sus tantos guiños autobiográficos. Guiños a los que siempre va a dar entrada de manera escurridiza, confundiéndola ―haciendo que la confundamos― con la ficción… o la violencia no-self. Violencia que ha intentado explicarse como una de las claves de su infancia. Uno de esos sucesos inconfesables (Ricardo Strafacce, en su magistral libro sobre Lamborghini, pasa de puntillas por encima de los rumores escabrosos) que recorren la obra de todo autor creando una serie de pliegues al que solo un grupo de iniciados, finalmente, tendrá acceso. (Curiosamente en su poesía, por lo menos en esa donde sitúa su particular pólemos con el exilio, suele ser más directo, por lo menos en cuanto a experiencias de vida se refiere): Aceite de colza Jeta morada, culo verde. ¿Cómo dice el corazón, esto dicho en Val, Valverde? ¡Ostias! Estamos en España: España, la imbécil. Ahora, sólo poemas divertidos, sólo el ridículo ―después de la terrorífica pérdida de la lengua. España: España, la imbécil. ¿ostras? ¿vosotras? (¿vos, ostras?) En catalunya Trancat en lugar de Cerrado: Closed, please, Closed y dn’t cry for me Argentina (?) (debe haber algo peor ―todavía― que ser un canalla y, encima, boludo) inteligente: poco El océano Atlántico es una inmensidad irreversible No harán jamás un mundo estos pueblitos […] España es una mentira, no un mito. España es vil, como toda desgracia. […] De los sueños De la mitad del mundo. De Viena invadida por los Nazis y de Buenos Aires: Buenos Aires. España aquí. Es aquí: la nostalgia del significante. ¿No es la lectura del trauma lo que ha vuelto aún más interesante a José Donoso o a John Cheever (aunque estos por desgracia no fueron violados), al hacerse público el "secretico" por el que ambos sufrían, ese secretico que les hacía sudar y tartamudear pero a su vez impulsaba el aguijón oscuro que atravesaba el imaginario de ambos? César Aira ha escrito que, lo que resulta una interrogante en el mundo Lamborghini, es el hecho de que pudiera escribir tan bien, de un tirón, con tanta música. Música y exactitud, dice. Yo diría que lo que resulta una interrogante es que Osvaldo Lamborghini no haya narrado de manera más directa su fictiva violación. (Todas las violaciones siempre son fictivas, ya que giran alrededor de una nebulosa desplazada y real.) Saber en qué posición fue que lo consumaron, cuántos golpes le dieron, cuánto tiempo fue que tuvo que estar succionando, el olor del "asunto"…, hubiera sido el non plus ultra de esa secta de seguidores que lo han elevado casi a héroe nacional. A gran orgiástico-mamahuevo. Y esto, si hacemos caso a Luis Gusmán, quien fundó con él y Germán García la revista de vanguardia Literal, entre 1973 y 1977, le hubiera encantado. Ser aplaudido de continuo, recibir palmaditas en la espalda, ser elogiado por los mongólicos de turno era algo que el radical, neo-lumpen e histérico Lamborghini no hubiera despreciado. Por el contrario, en esa contradicción (escribir para ser ilegible, ser ilegible para ser respetado) se movía parte de su poética. Ahora, y volviendo a El fiord, ¿no es cierto que todos los grandes escritores ―dixit Genet― tienen que ser violados, aunque sea de mentirita, para poder hacer visible ese asco que los separa del resto de los mortales y sobre todo de sus contemporáneos? La obra de Lamborghini, con toda su agresividad rioplatense, y sus juegos simbólicos, y sus violaciones y su carga y sus dislates y su guerra, casi pudiera ser la mejor respuesta. Y digo "casi" por una cosa: a Osvaldo Lamborghini sí lo violaron. Lo violó su padre, de niño. En la misma cama donde dormía con su madre. Una, dos, varias veces…, mordiéndole el cuello. Y esto, evidentemente, fue el gran trauma de Lamborghini. Ver por el espejo (jaaa, ¡el espejo!) a su padre, quien era ingeniero peronista además, montándolo, sudado. El fiord, quizá el relato más exacto que se ha escrito hasta ahora en lengua española, es la confesión de este trauma. De este trauma y de las varias guerras de Osvaldo Lamborghini. Guerras que, por supuesto, solo podrán ser habladas y representadas y digeridas si las aceptamos como "ficción".