JOSÉ K, TORTURADO

JOSÉ K, TORTURADO

Javier Ortiz

12,00 €

IVA incluido

Disponible en 4-5 días

JOSÉ K, TORTURADO

ISBN 978-84-613-8157-9
Páginas 76
Año 2011
Editorial Atrapasueños
Sección Teatro

José K. es un terrorista que ha caído en manos de la policía, pero no se trata de un terrorista más, sino de uno de los más despiadados, un asesino que esconde un tremendo as en la manga: una bomba colocada en alguna parte de la Gran Plaza de una ciudad importante. ...

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De acuerdo a la definición de la Real Academia, la tortura es un “grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo”. El Poder inmenso del Estado se pone de manifiesto, no hay tiempo que perder, el aparato de castigo actúa de manera decidida a cambio de evitar una masacre: lleva a cabo la tortura en un hombre hinchado del convencimiento firme de que lo que cree es la única vía posible y por ello lucha y mata sin piedad. Este es el punto de partida de José K. Torturado, la obra de Javier Ortiz que Carles Alfaro dirige en el Teatro Español. El actor sevillano Pedro Casablanc le pone cuerpo a José K y, gracias a su talento, el espectador puede hacer un viaje de inmersión dentro de la jaula de cristal donde José K. permanece esposado, después de días de padecer la tortura. El personaje se enfrenta a una entidad todopoderosa que no tiene una cara visible y que representa a la razón, en cuanto que raison d’État en términos del cardenal de Richelieu y que tiene su origen en El Príncipe de Maquiavelo. El personaje, en definitiva, se enfrenta al Poder establecido en la época que le toca vivir. Lo que se ve en el escenario del Teatro Español puede ser, perfectamente, una metáfora parida del mismísimo Big Brother de George Orwell o una situación vista desde cualquier ángulo de los panópticos a los que se refiere Michel Foucault en Vigilar y castigar. En José K. Torturado sale a la luz, no sólo la violencia con la que convivimos a diario y que, para más inri, asumimos con resignación, sino también el nivel de hipocresía al que somos capaces de llegar los humanos cada vez que, por las razones que sean, miramos hacia otro lado a sabiendas de que el dolor, psíquico y físico, infligido mediante la tortura ocurre, geográficamente hablando, mucho más cerca de lo que queremos creer.


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