Este libro refleja, en una sistemática tan audaz como la hegeliana (aunque en completa oposición a ella), todas las vías y todas las fases de la experiencia humana, pero situando en el centro de su interpretación la Biblia en vez de la filosofía griega clásica.

El autor se propone el ambicioso objetivo de ofrecer nuevas categorías y valores filosóficos que sustituyan a los elaborados desde Parménides hasta Hegel, pues dicha filosofía alcanzó –según él– su final en el siglo XIX. El viejo pensamiento cumplió su tarea: pensó la Totalidad; pero su consumación abre la puerta a una necesaria manera nueva de pensar.

La obra se divide en tres grandes partes: I. Los elementos o el perpetuo antemundo (1. Dios y su ser o metafísica; 2. El Mundo y su sentido o metalógica; 3. El Hombre o su sí mismo o metaética); II. La Ruta o el mundo siempre renovado (4. Creación o el fundamento perpetuo de las cosas; 5. Revelación o el nacimiento siempre renovado del alma; 6. Redención o el futuro eterno del Reino): III. La Figura o el supramundo eterno (7. El Fuego o la vida eterna; 8. Los Rayos o el camino eterno; 9. La Estrella o la verdad eterna).