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Eduardo Halfon en DIARIO DE NOTICIAS

Eduardo Halfon premio de las librerías de navarra

«Parto de los recuerdos y dolores familiares para hablar de temas más universales»

Una entrevista de Ana Oliveira Lizarribar - Viernes, 16 de Marzo de 2018

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) incumple con esta novela el mandato paterno de no escribir sobre su tío muerto, poniendo en marcha una pesquisa que le llevará a visitar algunos paisajes de su infancia y a indagar en los mecanismos de la construcción de la identidad. En Duelo, este descendiente de judíos árabes y europeos continúa el proyecto que inició con El boxeador polacoy que continuó con Monasterio ySignor Hoffman(Libros del Asteroide).

Viene a Pamplona a recibir un premio de las librerías navarras que no tiene ninguna dotación económica, solo (que no es poco) la valoración de los profesionales del gremio.

-Tiene algo muy curioso este premio. No hemos mandado el libro a ninguna parte, los libreros han seleccionado este título libremente. Y tiene mucho mérito que les haya gustado algo tan breve, tan particular comoDuelo. Me agrada y más que orgullo u honor siento validación. En este oficio nunca sabes si estás haciendo bien las cosas;tú lanzas algo que crees que está bien, pero poco más, y recibir respuestas positivas como esta es una retroalimentación que te dice ‘continúa, sigue escribiendo, algo estás haciendo bien’.

En esta novela vuelve a los recuerdos familiares, ¿son la fuente de su escritura?

-No sé si es que vuelvo a la memoria familiar o a mi memoria;a las cosas que me dijeron, a las cosas que viví. Siempre vuelvo a mi infancia. No sé por qué, no es premeditado, simplemente algo me mueve hacia esas historias. Y Duelo es eso, parte del recuerdo de un niño ahogado.

El niño Salomón, que hubiera sido su tío, se ahogó, o eso le contaron, porque con esta historia se elaboró un relato que pasó de generación a generación.

-Es un recuerdo que yo no vi, alguien me habló de la muerte de este niño y yo construyo toda una ficción en mi mente sobre cómo murió. Luego descubriremos que no murió ahogado, pero todo parte de una historia que alguien me contó y que marcó mi infancia.

¿Cómo marcó su infancia y la vida de su familia?

-La marcó desde la ausencia. No se hablaba de este niño, que hubiese sido el hermano de mi padre. Era una historia secreta, estaba prohibido hablar de ella, permanecía siempre presente, pero como guardada en un armario. Ese silencio se volvió muy fuerte para mí, el misterio alrededor de este personaje es lo que siempre me llamó la atención.

¿Cómo fue esa infancia a la que siempre regresa?

-Muy buena. Alegre y sobreprotegida. Yo vivía en un mundo acristalado en una Guatemala en guerra, violenta, aunque de niño ni te das cuentas. Los tiroteos en la noche eran habituales, bombas a todas las horas del día, la inseguridad... Para mí era cotidiano y hacía de todo eso un juego.

¿Es la memoria la fuente genuina de la literatura?

-Sin duda. Aparte de las palabras, que son como su arcilla o sus óleos, trabaja con la memoria. Y no necesariamente lejana, como la infancia, sino también con algo que ha podido pasar hoy en la mañana o ayer mismo. El escritor construye algo nuevo a partir de la memoria. A veces pasa mucho tiempo para que algo que está dentro de mi mente me parezca algo literario, y otras veces estoy viviendo una situación que quiero adaptar, llevar a la escritura.

¿Y la escritura le sirve para negociar con el dolor, para hacerlo más llevadero, o, al revés, más bien abre la herida?

-Yo creo que con la escritura no resuelves nada. No te sientes mejor, no encuentras ninguna solución. Simplemente es hurgar con el dedo en la herida y en realidad usas esos recuerdos y esos dolores familiares para hablar de otra cosa. Duelo no habla del niño ahogado, es el punto de partida, la anécdota para abordar otros temas que me interesan más y que son mucho más universales.

¿Cuáles son esos temas?

-Hay muchos. El título de este libro ya adelanta alguno: el duelo como luto, como dolor, la relación y el combate entre hermanos... Hay un tono mitológico, bíblico en Duelo. Se retrata a un país a través de un lago, que también es un personaje principal;el agua como peligro que ahoga, pero también como salvación... Mis libros tienden a funcionar así, parto de algo muy concreto y personal, pero luego se me escapa.

¿Así que hablar de las cosas no las cura?

-Definitivamente, no. Hurgar en la herida puede causar incluso más problemas, puede que a la familia no le guste lo que estás contando;puede que ofendas a alguien. Yo lo hago más bien por el deseo de ver un dolor más universal, general, a través de un dolor personal. Se trata de crear una historia de todos más que una historia una mía.

¿Y cómo lleva su familia que escriba sobre sus recuerdos?

-Pues depende quién. A algunos les gusta, a otros les gusta menos... Lo hago siempre con mucho respeto y con mucho cariño;nunca con intenciones negativas, vengativas o lucrativas. Para mí se trata de honrar la memoria de la familia, de mi abuelo, de mis tíos, de mis padres, de mis hermanos... Pero con sinceridad. No escribo cartas de amor. Y las reacciones son muchas, desde los familiares y amigos que no me leen por evitar estos temas hasta aquellos a los que no les gusta lo que escribo pasando por quienes disfrutan mucho. Pero no puedo pensar en eso porque no escribiría nada jamás.

¿Le han servido de algo estas incursiones en la literatura aurreferencial?

-(Ríe) Creo que de nada. Si te respondo que me ha servido de algo, implica que la literatura tiene una utilidad. Y para el autor no la tiene, ni económica, ni personal, ni como bálsamo de autoayuda... Como lector, sí. Yo como lector de otros libros siento muchas cosas, pero como escritor, no. Esto es un oficio. Un trabajo.

¿Y por qué sus últimos libros son tan breves;apenas más de un centenar de páginas?

-La única respuesta que puedo dar es porque así me lo impone la historia. Yo no decido en qué momento la acabo;si es un cuento de una página o de 106 es la historia quien lo decide. Esto es un vehículo que produce una emoción, y a veces es un vehículo muy breve y otras es más largo. Yo tengo que respetar y servir a esa historia. Duelo me pidió 106 páginas y no puedo añadirle ni quitarle nada. Es exactamente el número de palabras que necesitaba para contar lo que tenía que contar. Luego puede que el editor, el librero o el lector quiera más, pero ese ya no es asunto mío.

¿Hay quien ha visto en esta novela pinceladas de realismo mágico?

-No tengo ni idea de realismo mágico. Yo vengo de un mundo muy ajeno a él, crecí en Estados Unidos y lo leí muy tarde. Hay quien ha comentado eso de algunas escenas de Duelo, pero yo no lo veo. Hay una escena onírica, es una especie de sueño que tiene el narrador, pero no creo que sea realismo mágico. Pero si los lectores lo ven así, pues me parece bien, algo habrá (ríe).

¿Su intención es seguir trabajando en la línea de la memoria?

-Diría que sí, aunque nunca lo sé. Mi trabajo es muy espontáneo, no lo planifico. Pero si ves lo que he ido haciendo en los últimos quince años, en mis doce o trece libros se ve que siempre vuelvo a mi familia, a mis raíces y a preguntarme qué conforma mi identidad, así que es muy posible que continúe. Aunque no podría asegurarlo porque no estoy trabajando en nada nuevo ahora.

¿Les da tiempo a las historias?

-Mucho. Dejo que lleguen. A veces llegan rápido y otras tardan un poco más. No me da miedo el silencio;no me da miedo dejar de escribir durante un tiempo, de hecho creo que es necesario, y no me daría miedo dejar de escribir del todo. Si hasta aquí llegó lo que tengo que decir, pues que así sea;no siento ningún desasosiego con detenerme y esperar a que venga esa próxima historia, si es que llega.



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