Rueda de prensa de «La danza de las luciérnagas»
Miércoles 27 de Noviembre
Katakrak ha publicado ‘El cirujano y el pastor’, un ensayo de la estadounidense Meg Ostrum, que sitúa la Selva de Irati como enclave fundamental de la red Zero, de evasión contra el nazismo. Dos prologuistas del libro explican esta historia
Jesús Barcos
PAMPLONA | 01·12·23 | 19:00
Iñaki Arzoz Carasusán y Ainara Rodríguez Rolán, con un ejemplar del libro 'El cirujano y el pastor. Resistencia al nazismo en la Selva de Irati' Iban Aguinaga
Un pasaje épico desconocido de la historia reciente de Navarra ha salido a la luz en una investigación de una estadounidense que publica Katakrak. La red Zero, de evasión de perseguidos por los nazis, tuvo en la Selva de Irati un enclave fundamental, gracias a la colaboración de múltiples vecinos. Este episodio histórico, con tintes novelescos, podría servir de libreto para una película oscarizada o triunfadora en los Goya o los César. De momento lo aborda El cirujano y el pastor, un ensayo que va por su segunda edición, escrito por Meg Ostrum (Cleveland, 1950), y prologado por dos navarros, el artista Iñaki Arzoz y la historiadora Ainara Rodríguez.
El núcleo del libro nos traslada a 1943, cuando unas 9.000 personas pasaron hacia Navarra huyendo de las cámaras de gas, por Bidasoa, Baztan, Ibañeta, Sorogain y Belagua, con familias enteras refugiadas. La red Zero, menos conocida que la Comète, fue una exitosa estructura clandestina franco-belga, que operó entre el 42 y el 43 y contó con la colaboración activa de las gentes que vivían en el entorno de la Selva de Irati, y una base de operaciones clandestina, el aserradero de Mendive, en la Baja Navarra, que camufló el trasiego de refugiados.
Dos protagonistas
En este enclave, la historia está protagonizada por un cirujano belga y judío, Charles Schepens, que acabaría emigrando a Estados Unidos, y un pastor del Pirineo vascofrancés, Jean Sarochar, excombatiente en la Primera Guerra Mundial. A ambos les unió su posición contraria a la Francia de Vichy, y un contexto que les puso “en la misma tesitura”, resume Iñaki Arzoz, por lo que “se aliaron junto con gente del lugar para hacer esta suerte de gran paso clandestino para refugiados y pilotos aliados”. Con esa acción se convirtieron, añade Ainara Rodríguez, en “dos héroes de la resistencia”.
Hacía falta una logística, y Schepens, para camuflar la red de evasión, se adentró en el mundo maderero, y construyó con la colaboración de gente local una pequeña línea de ferrocarril, que aparentemente trasladaba madera pero además llevaba clandestinamente a los refugiados y diversa documentación. “El golpe de ingenio de rescatar de la ruina a una antigua empresa maderera del Irati, fingir una industria, y hacer pasar a los refugiados fue una jugada maestra”, destaca Arzoz, y así se logró “una gran fuga” de refugiados, cuya seguridad sin embargo seguía en un alambre al cruzar la frontera.
Atravesada la muga estos encontraban al menos un respiro , pues en la primera posada de este lado de Navarra se les daba cobijo y se les ayudaba a tratar de escapar a partir de ese momento de la Guardia Civil.
Los judíos franceses tenían por delante una odisea, pues su objetivo final era poder viajar a Inglaterra o cruzar a Gibraltar. Desgraciadamente, hubo historias frustradas, que se toparon con la crueldad de la dictadura franquista. Según explica Ainara Rodríguez, Franco decidió no devolver a los refugiados detenidos al régimen alemán, pero “los utilizó para beneficio propio, porque muchos de ellos fueron encarcelados en Pamplona y luego llevados al campo de concentración de Miranda de Ebro, o acabaron realizando trabajos forzados”.
Redes salvadoras
“En la necesaria recuperación de su memoria, con verdad, justicia y reparación”, escribe Ainara Rodríguez en su prólogo, “hay que recordar que hubo implicadas, a ambos lados de la frontera, colectividades “con vínculos profundos e hibridaciones entre las dos vertientes. Sin ellas, y sin las mujeres que habitaban el territorio, no se explican las redes que permitieron a miles de fugitivos escapar de las garras del nazismo”. Esta joven historiadora expresa su voluntad de proseguir los pasos de Meg Ostrum, y se muestra sorprendida de que a día de hoy ningún monolito o panel informativo recuerde esta historia de resistencia frente al nazismo, como un enclave memorístico.
Iñaki Arzoz, Artista
“Fue un suceso absolutamente fascinante”
Iñaki Arzoz (Pamplona, 1966) se muestra fascinado tras conocer esta historia. “Participó mucha gente anónima. Uno de los valores del libro es rescatar esta suerte de heroísmo colectivo”. Esa burla al nazismo fue breve, no obstante, por la dificultad de canalizar el trasiego de personas sin llamar la atención de delatores o perseguidores. “Por debajo de los movimientos tectónicos de la geopolítica, hay unas comunidades, pueblos y personas que sienten esa llamada de la solidaridad y ayuda mutua”, reflexiona Arzoz, en defensa del “derecho de fuga”, ante un riesgo vital. Episodio que le ha devuelto “un poco de confianza en el género humano”.
Como pone de manifiesto este prologuista del libro, en contraste con “los homenajes en la parte francesa a la resistencia contra el nazismo y el régimen de Vichy, en la España de Franco y el posfranquismo estas historias quedaron invisibilizadas”.
Esta publicación puede contribuir a quebrar ese largo manto de silencio. Por eso Arzoz aboga por que se produzca un reconocimiento público en la Selva de Irati, en homenaje a los antiguos convecinos de la zona, que por filiación republicana o antifascista o por cualquier otra convicción, ayudaron a los refugiados a alcanzar un destino seguro.
Ha tenido que ser una historiadora de 73 años la que haya hecho pública este episodio. Algo que entronca con una tradición, la de los vascófilos estadounidenses, “seguramente por los vínculos culturales que ha dejado la emigración vasca allá, que han rescatado aspectos de nuestra cultura, descubriendo cosas fascinantes, incluso parcelas importantes que desde aquí se habían dejado completamente olvidadas”. Como en este caso de desmemoria histórica.
Ainara Rodríguez, Historiadora
“Aún queda mucho por investigar sobre lo sucedido en esa zona”
Fue un profesor de Historia y Patrimonio de la UPNA, Fernando Mendiola, el que propuso a Ainara Rodríguez Rolán (Pamplona, 2001) le propuso escribir el segundo prólogo de este libro. Rodríguez es una joven natural de Otsagabia fascinada por la historia local, que resalta el desconocimiento que existía sobre este pasaje histórico protagonizado hace 8 décadas. Hasta el punto de que uno de los protagonistas citados en el libro, también de Otsagabia, era un tío abuelo suyo, que formó parte de esta historia de evasión ignorada a nivel familiar. “Eso demuestra que aún queda mucho por investigar”, constata Rodríguez, que recuerda que hasta 2007 no se contó con una ley de memoria histórica en el Estado. Por aquel entonces ella contaba con 6 años. Hoy su licenciatura es una muestra de que el interés por el pasado suele emerger tras periodos de olvido. En este caso, dos generaciones después.
En su prólogo, Ainara Rodríguez se refiere a otro episodio desconocido sobre la muga, la experiencia de las ainarak (golondrinas), chicas adolescentes que entre 1850 y 1929, de los valles de Zaraitzu, Erronkari, Echo y Ansó, se desplazaban cada 7 de octubre a Maule a trabajar en la alpargata durante el otoño y el invierno, y regresaban en primavera, dados los lazos existentes a ambos lados del Pirineo, unidos por una lengua común. Un precedente para entender mejor por qué posteriormente esta red de evasión y resistencia contra los nazis pudo germinar en un territorio limítrofe, pero donde los vínculos seguían siendo muy grandes.