Un solete
Lunes 02 de Septiembre
Aquello de lo importante es participar no ganar que decía el barón de Coubertin no funciona en las sociedades actuales, lo que rige el funcionamiento social es el olímpico citius, altius, fortius…con el horizonte del Yo empresarial.
El momento actual desde hace ya unos años parece confirmar aquello que dijese Ortega y Gasset de que lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, y lo digo por la proliferación de etiquetas-diagnósticas para calificar la época: postmoderna (Jean-François Lyotard, Gianni Vattimo…), trans y/o ultra (José Antonio Marina o Rosa María Rodríguez Magda), sociedad líquida ( Zygmunt Bauman), del cansancio (Byung-Chul Han)… Ahora ve la luz una muy interesante obra cuyo título ya indica una característica fundamental de nuestro hoy: « La sociedad del rendimiento. Cómo el neoliberalismo impregna nuestras vidas» de Sebastian Friedrich et alii. ( Katakrak, 2018). El lema de tal tipo de sociedad bien podría ser el que encabeza este comentario: hacer que el trabajo sea rentable haciendo que cada cual se convierta en empresario de sí mismo, que la vida lo sea también, traduciendo esto último en una verdadera religión del cuerpo (gimnasia y alimentación al apoyo)…es el neoliberalismo y sus redes , microfísicas, las que atraviesan nuestros cuerpos y nuestras vidas – hablaban ya Michel Foucault de biopolítica (visión adoptada por Roberto Esposito o Giorgio Agamben) y Pierre Bourdieu de capital simbólico-, por medio de dispositivos que al final ( y al principio) hacen que los sujetos – atrapados por los mecanismos del poder, de los poderes- traguen lo que conviene a quienes sustentan el dominio, hasta el punto de lograr que los ciudadanos luchen por su esclavitud como si de su liberación se tratase, que decía Spinoza, en la estela de la servidumbre voluntaria diagnosticada por Etienne de la Boétie.
Una verdadera competición funciona a modo de permanente carrera que se plasma en las diferentes esferas de la vida, empapando todas las actividades que realizamos en busca de obtener el máximo provecho, el óptimo rendimiento…y quien no esté dispuesto a participar en este juego parece abocado a la derrota, merecida por otra parte, ya que muestra su conformismo, su falta de iniciativa; no está de más, en este orden de cosas, las apreciaciones de Jacques Rancière acerca de la distinción establecida ya desde Platón entre quienes tienen tiempo y los que no lo tienen, o lo tienen únicamente para trabajar (y para seguir la misma lógica productiva tras las horas de trabajo, puede añadirse en la actualidad). Hay que triunfar , rendir al máximo, ya sea en el mundo del trabajo, o de la vida cotidiana, traduciéndose esto último en comportamientos que abarcan al terreno de la educación, de cuidado del cuerpo, del alterne, del vestir y hasta del folgar ( que suena, por cierto, como follar, aspecto en el que igualmente se filtran los criterios competitivos)…y en esa competición que supone comparaciones puede entrar el desfonde, la pájara que surge en medio de la carrera.
Todo esto queda palmariamente claro en el libro que comento, libro que reúne las intervenciones de ocho ensayistas que dan una visión poliédrica a la tesis defendida por la obra. Ésta tiene dos partes netamente diferenciadas: en primer lugar, se nos presenta un diccionario de la sociedad del rendimiento, escrito por Sebastian Friedrich que por medio de diferentes ejemplos viene a suponer una especie de test para quien se acerque al léxico mentado: desde los cafés que se toman sobre la marcha que reflejan la movilidad, a la ingesta de drogas para rendir más en el trabajo, a los consejos de viajar al extranjero para completar un currículum como es debido, pasando por la búsqueda de sexo rápido, o la búsqueda en bolsas digitales para hallar pareja a la cata, según titulación y status, o el aplazamiento de ocupaciones personales en beneficio de cuestiones de índole laboral, los cursos de liderazgo emprendedor o los coachings y otras mandangas, o las bicis de carreras para las clases medias como signo de distinción (al recuerdo vienen los análisis de Roland Barthes sobre las mitologías de la modernidad, con las posteriores prolongaciones de los Michel Maffesoli o Marc Auget), la tiranía de la ironía, las carreras atléticas organizadas a nivel empresarial siendo premiadas aquella empresas que demuestren que sus empleados son los que más en forma se hallan…veintisiete escenas nos son ofrecidas como confirmación de la tesis de la tendencia a la optimización que rige el (mal)vivir de los ciudadanos. La lectura de estas entradas, que funcionan como flashes deslumbrantes, nos enfrenta a la realidad pura y dura, y en cierta medida, como queda ya dicho, nos pone a prueba para comprobar hasta que punto estamos pillados por esta trituradora social que nos hace funcionar como a los hámster que gira incesante en la portada de la obra, al ritmo de los himnos empresariales que originan un férreo espíritu de cuerpo.
La segunda parte, tras haber hecho boca con el tino y el humor del diccionario, amplía la visión con una serie de diferentes voces que intervienen en un retrato poliédrico de la sociedad de la que se habla: Zonas de optimización de sí mismo. Difícil dar cuenta de la variedad de ópticas o puntos de mira expresados. Se muestran las diferentes caras que completan el cuadro de los impulsos tendentes a la implantación absoluta del el capitalismo absoluto, que se infiltra en todos los entresijos de la sociedad, deteniéndose en las asesorías empresariales que marcan las pautas que se han de seguir, que cooptan a quienes mejor se acomodan a sus perfiles; los valores deportivos como modelo para la totalidad social e individual, la maternidad y el sexo como realización de sí y servicio al funcionamiento social, las emociones como componente de la buena marcha de la estructura capitalista, las diferentes terapias – medicamentos incluidos- que, supuestamente mejoran a los ciudadanos , hasta con supuesta fundamentación científica, nos hacen más nosotros mismos, mejorando la raza de los currantes sumisos y conformes que piensan que llueve cuando les mean encima, tecnologías de conformación, a la medida, y domesticación de los individuos tomando como baremo los gustos e indicaciones de quienes dominan el cotarro, bajo la exacta puesta a punto de los cronómetros tayloristas y fordistas, y otros ejemplos tomados de la presencia de tales presupuestos en la cultura pop, la maldición con respecto a la funesta manía de criticar, invitación a utilizar la crítica mas sometida al doble mandato (double bind )presentado por Gilles Deleuze et Félix Guattari explicando a Guy Bateson y las posiciones de la escuela de Palo Alto. Siempre bajo el lema de que solo se vive una vez…y siendo así hagámoslo a la carrera…hacia ninguna parte, pero del mismo modo que el Fausto goetheano decía que en el principio era la acción, en este caso el principio es moverse no estar quieto como si el estar afectado de una especie de baile de san vito fuese virtud per se.
Este es el panorama presentado en este atinado libro que da cuenta del anestesiante consenso- con todas las triquiñuelas comunicacionales y neo-contractualistas- que pretende hacer creer que lo que defienden los de arriba, sus intereses, y los de abajo, que creen cumplir con sus propios propósitos sin car en la cuenta de que no hacen sino cumplir con el karaoke, impuesto y, dominante. Situación que parece no tener en cuenta aquello que se dijese en el Julio César de Shakespeare: «Todo esclavo lleva en su propia mano el poder de romper su cautividad», desatendiendo de ese modo la prescripción de Jean Genet en Las criadas: « no vivamos más como esclavos» .