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Feminismos
Patricia Reguero Ríos
15 ene 2024
Andrea García González (Madrid, 1979) es licenciada en periodismo y antropóloga. En su infancia y adolescencia en Madrid, lo que llegaba hasta ella sobre la situación en el País Vasco eran noticias aterradoras que no llegaba a entender. Fue en la universidad donde empezó a cuestionar las narrativas hegemónicas de los medios y a tratar de acceder a otro relato, después de ser también consciente de cómo la violencia ha marcado una historia en la que su familia se fue de Errentería hacia el exilio para no volver.
En Calla y olvida: violencias, conflicto vasco y la escucha vulnerable como propuesta feminista (Katakrak, 2023), la antropóloga aporta al relato sus propios apuntes: unos apuntes feministas con los que quiere complejizar los hechos para desvelar las violencias, todas, y acabar con ellas.
Me parecía muy significativo que el título viniera de esas palabras que le dice la madre de Axun a ella para protegerla. En lo que la madre le expresa, ya sentimos la contradicción. Desde el amor y desde la protección, le está diciendo que calle sobre algo tan importante en su vida y que va a afectarla, algo que se le va a quedar en el cuerpo para para siempre, porque es una violencia extrema que ella sufre.
Según Axun va procesando lo que le sucedió y a través de de los encuentros con otra gente que ha sufrido distintos dolores, distintas experiencias de violencia, escuchando a esas personas y dándose cuenta de las distintas violencias que han sucedido, ella también decide hacer ese quiebre sobre lo que se le aconsejó hacer. Ella lo quiebra hablando sobre esto tan doloroso que le sucedió, que en el libro es lo único que pongo en primera persona, porque sentía que que tal cual me lo transmitió a mí, la gente tenía que escucharlo. Entonces “calla y olvida” viene de esa experiencia que me parece muy relevante en el libro, pero además conecta con todos los silencios que no solo son del contexto del conflicto armado en el País Vasco. Son de la dictadura franquista, son de otros contextos de conflictos, de dictaduras, donde digamos que los movimientos de víctimas han reivindicado precisamente lo contrario.
La demanda de muchos movimientos de víctimas es “ni olvido ni silencio”. Lo dicen las madres de falsos positivos de Colombia, las Madres de Plaza de Mayo o las buscadoras de México. Y no solo es un lema, sino que es una práctica, no callar y no olvidar supone desvelar las violencias para contribuir a su eliminación, para que no vuelva a suceder.
Los términos dividen, los términos, separan, enfrentan… son marcas de otredad. Y de ahí la dificultad. Yo utilizo los términos que me parece que complejizan más el fenómeno y permiten el entendimiento. Por ejemplo el término “terrorismo”, aunque su significado sí puede representar las vivencias de muchas personas que han sentido terror, ese miedo cotidiano que provocaba un grupo armado, muchas veces bloquea el entender las causas por cómo ha sido utilizado a nivel de nuestro país y a nivel global. Pone una marca y demoniza de una manera que al final termina simplificando el fenómeno. Para mí era importante usar términos que nos lleven a conocer las causas y que nos permitan entender que las violencias no son excepcionales. O sea, no es solo la violencia de ETA o no es solo la violencia de los agentes armados estatales, sino que esas violencias que son visibles, que son extremas, están también conectadas con otras no tan visibles, pero que tienen la misma base que es esta jerarquía dicotómica donde tú eres una otra o un otro. Si reducimos lo sucedido durante un conflicto armado a solo un agente perpetrador, no damos la complejidad del fenómeno como para analizar cómo han sido las dinámicas de la violencia.
Me parecía interesante rescatar las violencias que no suelen ser tan representadas en los escenarios de reconocimiento político y social porque incluso las personas que las han vivido no las reconocen como lo suficientemente importantes. O bien plantean que son violencias que ellas han vivido personalmente, como si no fuera socialmente relevante. Creo que ahí se nos dan claves para poder identificar violencias que nos suceden en el día a día y que están normalizadas y, por tanto, ocultas. Identificar las violencias no es tan fácil cuando no es una violencia extrema.
Yo bebo mucho de mi trabajo en prevención de violencia de género. Entonces en prevención de violencia de género hablamos del iceberg de la violencia. En la punta de lo que se ve están los asesinatos de mujeres o incluso el maltrato físico. Pero todo lo que no se ve está sosteniendo esa violencia extrema, y todo eso muchas veces se incorpora en el día a día como no tan relevante. Muchas veces no se denomina como violencia y al no denominarlo como violencia nos es más difícil actuar sobre ello, dejar de sentirlas o dejar de reproducirlas.
Pero, escuchando a las mujeres entrevistadas, se ve cómo muchas de las violencias, aunque no las denominaran como tales, habían supuesto experiencias de violencia en sus cuerpos, en sus vidas. Y muchas veces las traían a las entrevistas o a sus experiencias vitales a través de elementos simbólicos. Un ejemplo es el de Zoraida cuando, en su primera experiencia de una carga policial, ella solo piensa en que va a perder las alpargatas. Ese simbólico de los zapatos, de lo que te sostiene, de lo que te va a hacer poder moverte, huir de la violencia, pareciera que no es importante cuando en realidad es tan relevante que nos hace ver todas las características que tiene la violencia: el despojo, el dejarte desnuda, la desposesión, la pérdida de control sobre tu cotidiano.
Eso aparece en muchas experiencias de mujeres que están en el libro. Y eso también nos puede vincular a todas las que leemos el libro con experiencias que hemos tenido nosotras, que no tienen por qué ser parte de un conflicto armado. Y eso también me parece una potencia del libro, esa no desconexión entre violencias.
El contínuo de violencias, que también ha sido muy teorizado desde académicas feministas y desde movimientos feministas, se da en contextos de conflicto armado cuando se pone el foco en las experiencias de las mujeres. Las violencias contra las mujeres se dan antes, durante y después, y se dan en distintos niveles y espacios. Ese continuo que se ha analizado en conflictos armados, también es un continuo con quienes recibimos esas experiencias en otros contextos que no son conflicto armado.
El tema de mi tesis principal era analizar el proceso sociopolítico tras el alto el fuego de ETA. Y el incluir voces de mujeres suponía no mantener las voces hegemónicas que podían estar liderando ese proceso. Tomando en serio las experiencias de las mujeres, se puede enriquecer el análisis del contexto. Luego también, me fui dando cuenta de que era una apuesta política, no solo por dar visibilidad a voces que normalmente no la tienen, sino también porque el espacio de la entrevista en sí mismo tenía mucha potencia de valoración de experiencias que muchas veces no eran valoradas ni desde fuera ni incluso desde dentro de quienes lo habían vivido, porque no entraban dentro de de los marcos de valoración de los escenarios públicos de conformación de la memoria y de lo que se suele considerar como lo político con mayúsculas. En el espacio de la entrevista sí había una valoración de la experiencia propia muy interesante y en sí misma tenía la potencialidad de que a esa voz se les diera el valor que tiene. Pero el trabajo de campo no fueron solo las entrevistas, el material etnográfico fue también un año de trabajo de campo de observación participante, de estar con distintos grupos, desde familiares de víctimas de ETA a familiares de presos y presas vascas, a grupos que fomentaban el desarrollo de la convivencia en esos pueblos. Y esos eran grupos mixtos.
Yo creo que suma a un trabajo que se ha hecho. Desde distintos colectivos feministas, desde encuentros entre mujeres, se está haciendo un análisis feminista de la situación y de los años de conflicto armado y de los años posteriores a la disolución de ETA. No es que presente algo que haya creado yo sola,, sino que se ha creado en diálogo con otras.
Desde el feminismo hay una atención tanto a entender las violencias como interconectadas como a analizar las violencias múltiples y los conflictos múltiples, o sea, ampliar el foco sobre las violencias. Y hay que entender como importante y trascendental la violencia de ETA y la violencia de los agentes armados estatales, pero también dar relevancia a las otras violencias que comparten la base común y que tienen que ser visibilizadas para la construcción de paz. Porque si no, se pone solo el foco en una violencia que se entiende como excepcional y como ya situada en el pasado, cuando hay muchas otras violencias que
Precisamente tras un alto el fuego, o tras negociaciones de paz —que en este caso no ha habido— son periodos de posibilidad para poder poner todas las violencias sobre la mesa y poder ver cómo avanzamos hacia su eliminación. En eso creo que el feminismo está aportando mucho y también en dar relevancia de lo cotidiano, no solo a los hitos del conflicto armado que han sido más visibles, más mediáticos, sino en cómo ha afectado a las relaciones del día a día. Poder analizar eso y los quiebres que ha habido en las relaciones del día a día en el País Vasco, y la potencialidad del encuentro y de la escucha para la transformación social, eso es la base del análisis feminista.
Todas tenemos unos puntos de partida por nuestro pasado, por nuestros conocimientos, que te hacen entender el mundo de una manera que pasa por un binarismo de qué es justo, qué es injusto, pero yo decidí acercarme a grupos y personas con distintos posicionamientos políticos. El enfrentarme, el empezar a tener conocimiento sobre esas distintas experiencias, el que esa escucha me removiera, eso hace que el lugar donde yo estaba se vaya quebrando, tambaleando. Tu percepción del mundo y tu identidad se trastoca, y eso es incómodo y muchas veces queremos salir. A veces sientes que te desestabilizas y te preguntas dónde está tu ideología. Y siento que es a partir de esa incomodidad como se puede avanzar, porque desde lo incómodo, se puede crear movimiento. Lo que he querido transmitir en el libro es una lectura que creo puede ser incómoda por las diferentes experiencias que se incluyen, y también por cómoestá narrado en distintos momentos con la intención de que salgamos de que la escucha sea una reafirmación de lo que ya pensamos y sea más el abrirnos a aquello que no conozco.
En la escucha vulnerable no solo se expone la que muestra lo que le ha sucedido o lo que le sucede, sino que también se expone quien escucha o quien atiende a esa otra persona. En esa escucha, esa persona se permite tambalearse, y ver que la vulnerabilidad que la otra está exponiendo, no solo está en esa otra, sino también en una misma, en quien escucha. Pese a las dificultades que esto entraña, con repercusiones como percibirnos de manera diferente a cómonos hemos construido durante años, quebrar con certidumbres y con la estabilidad que nos da una determinada visión del mundo. La escucha vulnerable es un desafío, un reto que pasa por el removernos en esa escucha. Esto además supone una conexión con la otra. Ahí está también el elemento de placer. O sea, puede ser una escucha de sufrimientos, puede conectar con un sufrimiento mío. Pero, ¿por qué nos vamos a exponer a eso si todo es dolor? Las protagonistas del libro inciden en este sentimiento de placer, muchas veces poco explicitado, en los encuentros que tienen con otras personas que también han sufrido.
Lo que yo detecto que puede ser movilizador, es el placer de la conexión, el placer de poder estar con otras, frente a esa supuesta invulnerabilidad promovida desde un sistema capitalista, productivista, colonialista, esa idea de que podemos con todo es irreal, y muy poco conectada con los cuerpos. En el momento que quebramos esos discursos y nos damos cuenta de esa interdependencia, de esa vulnerabilidad común, y de cómo eso se siente desde el cuerpo, creo que ahí sí hay un alivio. Y eso es placentero, eso es satisfactorio.
Creo que la frase de que “la violencia deje de ser pensable” es una sentencia provocativa que nos puede hacer pensar. Nombro a Graciela Hernández en el libro porque para mí fue de las personas que me transmitió esto y murió hace poquito y fue una pérdida muy grande. Digamos que en lo que yo trabajaba con Graciela, y con otras compañeras del proyecto Relaciona y de Pandora Mirabilia cuando hacíamos prevención de violencia de género es que la violencia tiene que dejar de ser pensable a la hora de resolver conflictos.
Y hay que diferenciar conflicto y violencia, eso también lo dejo claro en el libro: que no uso el término posconflicto, porque el término posconflicto denomina lo que se deja atrás como conflicto, cuando en realidad es violencia. Esa asimilación de conflicto y violencia no es buena para pensar el mundo y para pensar la transformación social, porque en el conflicto vivimos, el conflicto es inherente a las relaciones humanas. Conflicto es que yo piense una cosa, tú otra, y podamos dialogar sobre esos distintos intereses. Cuando un conflicto se transforma en violencia es porque se aborda de forma violenta. Se aborda a través de una imposición.
Entonces, ¿cómo generamos una sociedad en la que la resolución de conflictos no pase por la violencia? Para llegar a ese punto creo que es importante el reflexionar sobre prácticas que hacemos en el día a día donde se desplaza la violencia... Lo que se nos transmite en los principales medios de comunicación es que la violencia está presente todo el rato: los conflictos armados, las guerras, robos... Violencia, violencia, violencia. Pero cuando pensamos en cómo yo me relaciono contigo, cómo yo me relaciono con mi vecina, cómo me relaciono con mis amigas, ahí muchas veces lo que intentamos es que la violencia no esté presente, que no haya una imposición de opiniones. Y está mucho más extendido que las dinámicas de violencia, lo que pasa es que no les damos ese valor.
Cuando hablo en el libro de prácticas de paz me refiero a eso, a esos desplazamientos de las violencias que se dan en el día a día y que es muy difícil que tomen esos escenarios de configuración de la memoria, porque muchas veces no las reconocemos como valiosas. Es más fácil identificar situaciones violentas que situaciones donde esas violencias se desplazan. Lo interesante del trabajo de campo también es que ni siquiera en las entrevistas aparecen estas experiencias, estas prácticas, sino que se muestran en comentarios cotidianos, que yo conceptualizaba como prácticas de paz. Y cuando comentaba esos ejemplos con otras personas, salían más ejemplos de prácticas de paz.
Uno que comento en el libro es cuando están varios familiares de presos y presas, en un bar y una comenta que a ese bar no solía ir, pues porque era de una persona muy de derechas. Otra le dice que ella sí solía tomar el café ahí y la sorpresa cuando detuvieron a su hijo de que se le acercó la mujer del dueño y le dijo: “Bueno, igual mi marido no te lo dice así, pero que sepas que aquí estamos toda la familia para lo que necesites”. Cuando lo transmite en el grupo, eso supone un quiebre de la otredad para esas personas. A quien consideraban un “otro”, de pronto conocen esta historia, y sienten que hay una práctica de solidaridad que ni se les pasaba por la cabeza que pudiera suceder.
Ese tipo de de situaciones en las que la otredad se rompe, la imagen del enemigo se rompe, son fundamentales para entender que no todo está permeado por la violencia, que no todo está permeado por esa dicotomía del conmigo o contra mí, de que tú eres el otro y por tanto eres eliminable. La paz en mi planteamiento está aterrizada en el día a día no como algo idealizado y por tanto no conseguible, sino en prácticas que sí que podemos ejercer incluso en pleno momento de guerra, de conflicto armado.
Y luego también diferencio paz de pacificación porque entiendo la pacificación como silenciamiento, como ocultamiento de violencias que continúan. La pacificación es a lo que se puede tender en situaciones después de un alto al fuego, después de negociaciones de paz, donde digamos que es fácil que el orden neoliberal tome esos periodos históricos e incidiendo en el no querer volver a la violencia del pasado pretenda asentar todavía más ese orden a través de falsos consensos, de acallamientos de la crítica y la disidencia. Mi propuesta lo que plantea es lo contrario: hablemos, hablemos de todo eso.
Nunca hay un único punto de partida. En mi historia familiar, el que mi abuela sea del País Vasco, de Errentería, el desplazamiento de toda la familia del territorio vasco desde la Guerra Civil, cuando a mi abuela y a su hermana las mandan a la Unión Soviética en un barco como niñas de la guerra, mientras todo el resto de la familia se va en el exilio a Francia. Cuando yo soy más consciente de este desplazamiento, no solo me conecta con un territorio del que digamos que me han separado, porque ya mi familia nunca regresó ahí, sino que también soy consciente de toda esa violencia que mi familia ha sufrido y que siguen sufriendo las siguientes generaciones.
Y es una violencia que adopta distintas formas, pero continúa en ese territorio en el que nació mi abuela. Me empiezo a interesar por conocer más qué está pasando ahí cuando en mi infancia creciendo en Madrid lo único que escucho y que siento son las bombas de ETA o los atentados de ETA que me afectan mucho, pero no entiendo por qué eso sucede. Y a partir de ahí, con un grupo de mujeres en el que yo estaba en la Facultad de Periodismo y otro colectivo mixto en el que en el que estaba, que cuestionábamos las narrativas hegemónicas de los medios de comunicación, pues empezamos a querer saber más de lo que está sucediendo en en el País Vasco y conocemos a personas vinculadas a movimientos sociales que nos hablan de de torturas, de encarcelamientos, de detenciones de gente no solo vinculada directamente a ETA, sino que son parte de un movimiento político independentista y que en el día a día igual están haciendo actividades similares a las que hacemos en Madrid de construcción de comunidad en los barrios: centros sociales, radios libres, medios de contrainformación. Así es como me hago más consciente también de esas otras realidades.
Cuando se da el alto el fuego de ETA siento que es un momento político con bastante potencial de que la gente que bloqueaba el conocimiento de esas otras violencias, porque veían al otro como violento y por tanto sus denuncias como mentiras o comoparte de la guerra, pueda entender, que se puedan escuchar las distintas violencias y poder comprender todo lo sucedido. Y entonces me pongo a indagar en si eso es posible, y en cómo la sociedad puede vivir también ese momento después de tanto sufrimiento, y si podemos plantear discusiones colectivas sobre cómo desplazar las violencias desde su raíz.