Un solete
Irailak 02 Astelehena
«- ¿Qué significa alcanzar el despertar?
- Según dicen, ahuyentar las preocupaciones y conocer la verdad.
-No entiendo.
-Yo tampoco.»
Novela circular. Un ejercicio que se asemeja a la ceremonia del té. Aki Shimazaki, radicada en Canadá y de origen japonés, autora de este libro escrito en francés, nos envuelve en un microcosmos cautivador. La traducción de Íñigo Jáuregui, modélica, como siempre. Ambientada en una pequeña librería de lance donde Mitsuko trabaja y vive con su madre y su hijo sordomudo. Todo parece discurrir plácidamente hasta la llegada de una acaudalada mujer en busca de libros para su marido diplomático. A partir de ahí nos adentramos en el pasado. Desvelado en un ejercicio de deshoje magistral.
La propia Mitsuko trabaja también como camarera en un prostíbulo. La narradora hace la transición de un escenario a otro de manera sutil y desenfadada. No hay posibilidad de juicio. Todo fluye. Podríamos decir que la novela es un ikebana tupido pero despejado, colorido pero formal. Un ejercicio estilístico notable donde cada descripción de lugar o las toponimias de los kanjis es un deleite.
«-No hay que revelar nada a nadie. Las palabras que salen de la boca dejan de ser secretas.
A pesar de mi advertencia, empieza» (p. 117)
Palabras. Pasado. Generosidad. Historia. Vida. Axiomas de un haiku posible para definir está hermosa novela.
Eduardo Irujo