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Reseña a «Por nuestra cuenta» en

En la primavera de 2023 saltó a los medios de comunicación el caso de Iván. Ingresado por orden judicial en la Unidad de Psiquiatría del Hospital Provincial de Conxo tras sufrir un brote psicótico, fue sometido a diez sesiones de terapia electroconvulsiva. Pese a la negativa del paciente y de la familia que solicitaron a la justicia la paralización del tratamiento, esta dio la razón a la psiquiatra que lo prescribió. Además, el padre de Iván comenzó una huelga de hambre en la puerta del Hospital al tiempo que recababa firmas de apoyo para detener el tratamiento. También hubo manifestaciones, convocadas por la Asociación de Pacientes y Usuarios del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago, contra el tratamiento y en apoyo a Iván y su familia. El conflicto plantea una serie de cuestiones que interpelan a una sociedad democrática: la limitación de los derechos humanos y constitucionales del paciente, la revocación de su autonomía para poder decidir sobre el tratamiento y la propia aplicación de un tratamiento agresivo y cuya eficacia está cuestionada. Por otra parte, en este caso hay una serie de elementos que rompen con la indiferencia y sordidez con que son tratadas las cuestiones relacionadas con la enfermedad mental en los medios de comunicación: su publicidad mediática y sobre todo la protesta de la familia y el sostén de un grupo de “pacientes y usuarios”. Aunque limitado, me parece importante resaltarlo porque en España es relativamente novedosa la convocatoria de una manifestación en defensa de una persona psiquiatrizada. Si ha sido posible, es gracias a las transformaciones que se están produciendo en la sociedad española (lentamente y con importantes tensiones), respecto a la percepción de los tratamientos y del trato que reciben las personas psiquiatrizadas.

En este cambio ha sido fundamental el papel de los colectivos de psiquiatrizados que, desde hace décadas, reivindican sus derechos ciudadanos, denuncian las violencias psiquiátricas (contenciones mecánicas, tratamientos abusivos con psicofármacos y terapias electroconvulsivas), cuestionan, con matices, el sistema de salud mental, ponen en tela de juicio las profesiones “psi” (a las que consideran autoritarias e instrumentos de control social) y combaten la estigmatización y los prejuicios socioculturales hacia las personas con “trastornos mentales” que son caracterizadas ontológicamente como enfermas y por ende objeto de tutela y de desconfianza.

En España, salvo un breve y muy interesante movimiento de “psiquiatrizados en lucha” surgido a finales de la década de los setenta, los movimientos en primera persona no han despegado hasta la década de 2010, mostrando su presencia en redes sociales, en los medios de comunicación y celebrando desde 2018 el día del orgullo loco. En términos históricos asistimos a una irrupción organizada de la voz de las personas psiquiatrizadas, de carácter internacional, y con un componente claramente disruptivo en el panorama psiquiátrico. Este panorama tiene una rica historia que con distintos ritmos se ha desarrollado en diferentes países. En el marco del mismo, la obra de Judi Chamberlin, On our own. Patient-controlled alternatives to the mental health system, publicado en 1978, constituye una referencia fundamental.

Su publicación en castellano 45 años después por la editorial Katakrak, gracias a la traducción de Elisenda Tuneu y Hug Roger Figuera, es una buena noticia porque acerca a los lectores castellanohablantes un libro imprescindible para entender la génesis del movimiento de los psiquiatrizados en lucha.

En este sentido, es interesante resaltar que en los últimos años se hayan publicado en España varios escritos de pacientes o expacientes (originales en castellano o traducidos) como Un delirio de Julio Fuentes (2017), Viaje al manicomio de Kate Millet (2019), La otra verdad de Alda Merini (2019) y El último asilo de Barbara Taylor (2020), o la impagable novela gráfica Desmesura de Fernando Balius (2018), reseñada en las páginas de esta revista. Desde enfoques y objetivos diferentes todas estas obras son testimonios de personas psiquiatrizadas que relatan su experiencia y contribuyen al mejor conocimiento del sufrimiento psíquico y a que otras personas en circunstancias similares puedan reconocerse en ellas. No todas están escritas con la explícita intención de denunciar el sistema de salud mental o con el objetivo de transformarlo, ni de negar la existencia de la enfermedad mental, pero todas ellas muestran la debilidad sobre la que está construido, sus enormes limitaciones y el sufrimiento padecido por sus autoras y autores.

Los motivos de esta eclosión de escritos no son fáciles de dilucidar. Es posible que tenga que ver con el creciente interés que la problemática de la “enfermedad mental” y la “locura” suscita en nuestras sociedades y en la necesidad colectiva de acceder al relato de la experiencia de los seres humanos que la viven. El acercamiento al sujeto que sufre constituye un contrapunto al discurso y prácticas hegemónicas de la psiquiatría (y de otras especialidades “psi”), así como una explicación a unas sociedades extremadamente psicologizadas, fruto del individualismo extremo impulsado por la razón neoliberal, generadora de una nueva subjetividad y de una “nueva razón mundo”, en palabras de Dardot y Laval. También subyace un sincero interés por el testimonio de las víctimas que, movido por la empatía, puede contribuir a un mejor conocimiento de esa experiencia concreta y a una reinterpretación del universo de “la locura” y de las herramientas utilizadas para domesticarla, con demasiada frecuencia atentatorias contra la dignidad humana. Pero existe el peligro de reducir, consciente o inconscientemente, la identidad individual y colectiva de las personas psiquiatrizadas a la de víctima, limitando su capacidad de acción política. La publicación en castellano de Por nuestra cuenta es un acierto, porque es una obra profundamente política que impugna la visión hegemónica sobre las personas psiquiatrizadas, trasciende su mero estatus de víctimas pasivas y las dota de capacidad y agencia política.

De su lectura se infiere que el estatus de víctima puede y debe ser politizado para transformarlo en otra cosa, para convertirlo en una lucha por la dignidad y la superación de un sistema de salud mental obsoleto que redunda una y otra vez en sus propios errores. Chamberlin, parte de su propia experiencia. Como a otras muchas personas, su paso por las instituciones psiquiátricas la despojó de su dignidad y humanidad y la sumió en la incapacidad de entender lo que sucedía y en la sensación de culpabilidad. Con veintiún años tuvo un aborto espontáneo que le produjo un intenso estado de tristeza que fue diagnosticado como depresión. La psiquiatrización de su estado de ánimo, el etiquetaje como depresión “frustró” en palabras de la autora “durante años las posibilidades de hacer que mi vida se moviera en una dirección positiva” (56). Su primera visita a un psiquiatra inició una espiral de cuatro años de ingresos voluntarios e involuntarios en hospitales privados y públicos. El resultado fue la despersonalización y deshumanización originadas por la rutina hospitalaria, el sometimiento a fuertes tratamientos farmacológicos y el padecimiento de la desconfianza y desinterés de los psiquiatras y del resto del personal de las instituciones. A partir de esa experiencia narrada en el capítulo 2 (“La creación y destrucción de una paciente mental”), Chamberlin se adentra en una fuerte crítica al sistema de salud mental y en propuestas alternativas al mismo, basadas en la plena autonomía de los pacientes y expacientes mentales, en su capacidad de tomar decisiones conjuntas sobre su vida y en el apoyo mutuo. El libro está estructurado en nueve capítulos y aborda cuestiones que siguen estando de actualidad. La autora desgrana los avatares del movimiento de psiquiatrizados en Canadá y EE. UU. que ella misma contribuyó a crear. La integración de su experiencia personal con las reflexiones sobre el sistema de salud mental y las alternativas propuestas que cristalizaron en diversos lugares constituye un punto fuerte de su obra.

Entre las numerosas cuestiones que aborda señalaré algunas especialmente importantes y que mantienen su vigencia. El fracaso del sistema de salud mental atraviesa toda la obra. Frente a esta realidad la autora contrapone la creación de movimientos de pacientes y ex pacientes que denuncian el sistema, pero que también proponen su emancipación y la creación de alternativas asistenciales dirigidas por ellos mismos como centros de acogida para los periodos de crisis y residencias para estancias de largo plazo.

En este sentido, Chamberlin se muestra particularmente crítica con las propuestas alternativas promovidas por psiquiatras, a menudo de talante progresista, o por los anhelos reformistas de algunas instituciones porque considera que lejos de trasformar el sistema lo reproducen en una versión aparentemente más amable. Los psiquiatras y los trabajadores de los centros psiquiátricos “reformados” mantienen todo el poder y la discrecionalidad en la aplicación de las normas, excluyendo a los pacientes de las tomas de decisión verdaderamente vitales a pesar de la retórica integradora e igualitaria que profesan. La propuesta de nuestra autora es clara al respecto: las alternativas deben organizarse y dirigirse por los propios afectados en condiciones que garanticen la igualdad, la autonomía, la horizontalidad en las relaciones y el respeto de las necesidades de cada uno. Este modelo inspirado en el apoyo mutuo y la autoorganización requiere una fuerte implicación de los participantes en las mismas y el cumplimiento estricto de las normas decididas entre todos. La creación de espacios de confianza no jerarquizados, en los que el acompañamiento mutuo es el objetivo primordial constituye, de manera resumida, la razón de ser de las alternativas. No obstante, y este es un punto fuerte del libro, Chamberlin defiende sus propuestas tomando en cuenta los matices que impone la realidad, que abarcan desde el enorme esfuerzo por conseguir la financiación y mantenerla sin perder la autonomía de las instituciones creadas, hasta los conflictos internos y los mecanismos de resolución de los mismos -siempre basados en el debate y las decisiones conjuntas-, pasando por el respeto hacia los diferentes grados de implicación por parte de los residentes o la toma en consideración de las distintas percepciones del sistema de salud mental de los psiquiatrizados.

Por nuestra cuenta hace una defensa cerrada de la necesidad de concienciación de los pacientes y ex pacientes como un proceso necesario, nunca obligatorio, para tomar conciencia de la propia realidad y trascenderla organizando un movimiento que ponga en tela de juicio el sistema de salud mental imperante y a la propia psiquiatría. En realidad, la concienciación aparece como la piedra de toque de la conversión de la causa de los psiquiatrizados en una lucha de profundo contenido político. Chamberlin se muestra muy consciente de que muchos de los fracasos de las alternativas puestas en marcha por el movimiento tienen su origen, entre otros factores, en la falta de un proceso de concienciación que muchas veces rechazan los propios interesados. Particularmente interesantes son los vínculos que establece entre los procesos de concienciación de las personas psiquiatrizadas y los del feminismo. En cualquier caso, la concienciación como proceso es la llave que abre la puerta a otras cuestiones fundamentales que planean en el libro como son la definición y crítica del “cuerdismo” y el cuestionamiento de los conceptos de enfermedad y salud mental.

El “cuerdismo” es el término utilizado por el movimiento de liberación de pacientes mentales para referirse al pensamiento hegemónico sobre los “enfermos mentales”. Se refiere a los prejuicios y estereotipos negativos profundamente arraigados cultural y socialmente (también políticamente) sobre los “pacientes mentales” que generan y reproducen su marginación sistémica. La consideración de estos como incompetentes, incapaces de gobernar sus vidas y de tomar decisiones, la necesidad de ser supervisados y asistidos de manera permanente, el temor a sus supuestas reacciones potencialmente peligrosas, en definitiva, la desconfianza, son los principales elementos que compondrían el “cuerdismo” o “chauvinismo cuerdo”, como también se le denomina. Sin embargo, señala Chamberlin, el “cuerdismo” es interiorizado por los pacientes y ex pacientes autolimitándoles. De ahí la defensa de la autora de la necesidad del proceso de concienciación como paso fundamental para la liberación.

El cuestionamiento de la enfermedad mental, es quizá el tema más complejo y controvertido. En líneas generales Chamberlin impugna su existencia argumentando que la psiquiatría no es una ciencia pese a sus pretensiones y que lejos de curar sus terapias ahondan los problemas del paciente. En este sentido, aunque se mueve en un terreno a veces ambiguo, considera que muchas de las etiquetas psiquiátricas en realidad no corresponden a ninguna enfermedad, sino a dificultades vitales, a reacciones contra el “sentido común” social, a crisis personales generadoras de gran sufrimiento psíquico, que no precisan un abordaje médico sino empatía y acompañamiento, algo que la psiquiatría está incapacitada para dar. Este planteamiento conlleva una lectura sociocultural y política del sufrimiento que apunta a las disfunciones entre las exigencias del sistema y el sujeto. Sin manifestarlo de manera nítida, en el libro subyace una crítica al sistema económico y político (y una necesidad de transformarlo) que, a día de hoy, los grupos de pacientes y expacientes más combativos asumen al relacionar, de manera un tanto mecánica, el capitalismo con el sufrimiento psíquico.

Ahora bien, las experiencias de centros alternativos descritas por la autora se basan en la selección de pacientes y expacientes que cumplen con perfiles concretos. La mayoría no admitían personas con problemas con el alcohol, el consumo de drogas (incluidas las psiquiátricas), tendencias violentas o suicidas. En general, los pacientes y expacientes potencialmente admisibles en este tipo de centros debían responder y amoldarse a los objetivos de los mismos. No obstante, el espectro de sujetos excluidos es amplio, pues además de los ya indicados, estos centros perseguían estancias de corta duración y perfiles de personas inclinadas a solucionar sus problemas vitales y tomar las riendas de sus vidas. Por tanto, la pregunta que queda en el aire es ¿qué hacer con el resto?, máxime cuando se niega la existencia de la enfermedad mental. Se produce así una división que deja fuera a los que pudieran resultar molestos o disruptivos. Es cierto que son experiencias modestas, que tienen que vencer grandes obstáculos para salir adelante y que no pretenden arrogarse la sustitución del sistema de salud mental, sino mostrar la posibilidad de encarar de otra forma la “enfermedad mental” y devolver a los pacientes y expacientes su dignidad como personas y empoderarlos, recibiendo un trato humano.

En todo caso, el libro de Chamberlin es profundamente político y forma parte del acervo de los grupos de apoyo mutuo y de psiquiatrizados en lucha. Pero, desde mi punto de vista, trasciende al colectivo de personas psiquiatrizadas por al menos tres motivos. En primer lugar, porque nos interpela como sociedad sobre nuestra percepción de la “locura” y su gestión, poniendo sobre el tapete cuestiones que difícilmente las sociedades democráticas pueden eludir. En segundo lugar, porque devuelve la humanidad y la dignidad a las personas psiquiatrizadas e inserta su lucha y reivindicaciones en la de los derechos humanos y ciudadanos, derechos que nos atañen a todos. En tercer lugar, porque produce conocimiento sobre la “locura” y la realidad del sistema de salud mental a partir de la experiencia en primera persona; un conocimiento que trasciende el estatus de víctima, que propone un cambio radical en la percepción de la “enfermedad mental”, impugnando el cuerdismo y entroncando con la política. Es una profunda reivindicación de la condición de personas y no de pacientes, como reza el título del último capítulo del libro. Por todo ello, su publicación en castellano, aunque se produzca cuarenta y cinco años después de la original en inglés es una buena noticia.

Ricardo Campos

Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia 76 (1)
enero-junio 2024, e14
ISSN-L: 0210-4466. eISSN: 1988-3102
https://doi.org/10.3989/asclepio.2024.14



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