Un solete
Irailak 02 Astelehena
UNA SILLA PARA LA SOLEDAD
(Ignacio Samper, Madrid, Contra Escritura, 2015)
Buscar el fondo. Hay momentos en la vida en los que, misteriosamente, la fuerza que domina no te empuja hacia arriba sino hacia abajo. Momentos de hundimiento, en los que flotar es algo lejano, pero seguir bajando algo excesivamente tedioso. Y uno sólo desea tocar fondo.
Tocar fondo ya, para poder subir quizás, o tal vez solamente para dejar de seguir bajando. Supongo que lo importante es eso: no seguir bajando más. Lo curioso es que ese deseo es lo que provoca un impulso en la misma dirección. Hacia abajo, pero más rápido, en busca del maldito fondo. ¡Fondo ya!
No son las imágenes de la superficie lo que te arrancan del plácido y al mismo tiempo tedioso descenso. No son las lejanas utopías ni la promesa de felicidad. Es justo lo contrario; una mezcla entre asco por el movimiento sin fin que te hunde y deseo de que algo pase. Algo que irrumpa y rompa, algo que te sacuda. Es la búsqueda del acontecimiento. Y, en un descenso de esos en los que comienza a ser difícil ver la luz que en algún momento venía desde arriba, el único acontecimiento posible está más abajo. En el fondo.
He conocido diferentes estrategias para tocar fondo. La que más me hacía sonreír era la de un amigo, incansable buscador, que tenía un plan perfecto. Cuando se aburría de los descensos se iba a un centro comercial del extrarradio, solo, y pasaba la tarde. Visitaba tiendas de ropa repletas de avidez y consumo, después cenaba en un McDonalds, y después se iba al cine a ver la última superproducción de Hollywood. Decía que al llegar a casa sabía que sólo tenía que dormirse porque el día siguiente iba a ser mejor. Seguro.
No sé si mi amigo, cuando estaba en el McDonalds, dejaba una silla vacía frente a sí. Es lo que hace Dani, protagonista de Una silla para la soledad. Una silla que te recuerda que estás solo, y paradójicamente te hace compañía. En todo caso, lo que sí que comparten ambos (mi amigo y Dani) es la búsqueda de lo duro, lo que permite finalizar un descenso. Y de algún modo, uno se puede reconocer en esas tesituras. Es lo que hace que la novela te enganche y te susurre al oído: “ven conmigo hacia abajo, impúlsate, más rápido, que pronto notarás el golpe”.
Una silla para la soledad es un buen relato con el que se aprende de fondos, y más. Léanlo.
Imanol Miramón