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Música, información y alcance político
Viernes, 29 de Marzo de 2019
Entre el segundo semestre de 2018 y el inicio de 2019, distintas editoriales han venido presentando libros tan interesantes como Espectros de la movida, Por qué odiar los años 80, revisión crítica de aquel movimiento pop (y no solo pop) a cargo de Víctor Lenore para Akal, o Creadores de hits. Cómo triunfar en la era de la distracción (Derek Thompson, Capitán Swing), y dos sellos navarros han incidido en el alcance social y político de la música moderna contemporánea, gracias a los cuales podemos leer la segunda entrega de Movimiento de resistencia, la subtitulada Radios libres, fanzines y okupaciones, a cargo del donostiarra Jakue Pascual, así como Sound system, obra de un hombre de música, Dave Randall.
Contexto, crisis y punk fue el nombre de la primera parte del análisis de los años 80 en Europa y Euskal Herria a cargo de Pascual, quien acaba de editar, igualmente en Txalaparta, su hermano literario, que porta como subtítulo el citado Radios libres, fanzines y ocupaciones. En él, hallamos una sociedad tan vigorosa como complicada, en la cual se dan la mano abertzales y ecologistas, radios libres y gaztetxes; Sound system: the political Power of Music es, por su parte, el título del libro de Katakrak donde se dan cita otro tipo de disturbios y diferentes fiestas y festivales de música, enriqueciendo, de paso, la muestra de la editorial en la que ya se publicó otro texto familiar (Sigue adelante, de Matt Sakakeeny). Sound system cuenta, también, con unas palabras introductorias de Nando Cruz: “Uno de los aspectos más importantes que explica Dave Randall en torno al poder político de la música es que la trayectoria de las canciones nunca está predestinada”.
Ese es, al parecer, uno de los motivos que han llevado al de Essex hasta el teclado elegido para escribir esta obra pero, ¿qué ha llevado a Jakue Pascual a escribir la otra obra que nos ocupa? Juan Ibarrondo: “(…) fortalecer la memoria colectiva, como hace Jakue en este libro, contribuye también a fortalecer nuestra propia identidad personal. Una identidad siempre en peligro de disolución”. Y hay algo más en el origen del ensayo del donostiarra: “La segunda reflexión -añade Ibarrondo- tiene más que ver con lo colectivo, o con lo político entendido en su mejor sentido. ¿Sirvió de algo lo que hicimos? ¿Reniego hoy de parte de lo que hicimos? Pues no, yo no me arrepiento de nada, como cantaba Édith Piaf, superviviente de otros naufragios”. Estos y otros aspectos de la sociedad con la que se soñó en los 80 del siglo pasado (y por la cual se luchó y se llegó a perder la vida) son el vehículo ideal para comprender el alcance político de aquellos jóvenes ligados al mundo de la música y la comunicación, enfrentándose muchas veces al poder de la contrainformación y al de la violencia represiva.
Son, como suele ocurrir, libros bien diferentes en cuanto a estilo y verbo pero pueden resultar igual de influyentes en el contexto crítico de la música popular: “Échale un vistazo a una calle concurrida, a un autobús o a un vagón de metro, y verás que casi en cualquier parte del mundo encuentras gente disfrutando de la música”, escribe Randall en Sound System, donde recuerda algo muy estimable para el funcionamiento racional del ser humano: “Nos acompaña al altar y nos aparta de la guerra (…). Nos ayuda a crear una atmósfera apropiada para seducir amantes, hacer hijos y acordarnos de todo ello cuando seamos viejos”. Sí, se refiere a la música, y se refiere a ella convocando a su poder como vehículo de conocimiento y de sentimiento: “La música, según se nos hace creer, no es más que entretenimiento (…). Pero quienes mandan han entendido siempre, secretamente, el poder de la música. Reconocen que la cultura es un campo de batalla fundamental en la lucha por los corazones y las mentes, una herramienta importante no solo para hacer dinero, sino para fabricar asentimiento”.
Santiago Javier Navarro