Feminismo socialista y revolución
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Feminismo socialista y revolución
ISBN | 978-84-16285-27-3 |
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Orriak | 107 |
Urtea | 2017 |
Argitaletxea | Fundación Federico Engels |
Saila | Feminismo(S) |
Alexandra Kollontái, una pionera del feminismo socialista ...
Esta es la consigna de la Sociedad Comunista. En nombre de la igualdad, de la libertad y del amor, hacemos un llamamiento a todas las mujeres trabajadoras, a todos los hombres trabajadores, mujeres campesinas y campesinos para que resueltamente y llenos de fe se entreguen al trabajo de reconstrucción de la sociedad humana para hacerla más perfecta, más justa y más capaz de asegurar al individuo la felicidad a la que tiene derecho. Alexandra Kollontái, El comunismo y la familia La lucha por la emancipación de la mujer trabajadora desde una perspectiva marxista, tiene una enorme deuda de reconocimiento y gratitud hacia un grupo de arrojadas mujeres nacidas a finales del siglo XIX. Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Nadezhda Krúpskaya, Inessa Armand , Alexandra Kollontái y una larga lista de revolucionarias, fueron capaces de superar todo tipo de obstáculos y prohibiciones para defender la causa de la mujer obrera. Desde la carencia de los derechos más elementales —al voto, al divorcio, al aborto o a la posibilidad de disponer de independencia económica—, pasando por la incomprensión inicial de amplios sectores del movimiento obrero y de muchos de sus compañeros en las organizaciones y sindicatos socialdemócratas, y de no pocas mujeres de su época educadas en la sumisión, las pioneras del feminismo socialista y revolucionario abrieron una senda que hoy todavía recorremos. En todo caso, sí encontraron un terreno en el que, al menos, existía una relativa igualdad entre hombres y mujeres: la represión. Todas ellas sufrieron cárcel, exilio y persecución. Dentro de esta constelación de combatientes, ocupa un lugar destacado por derecho propio Alexandra Kollontái. Es cierto que Kollontái fue menchevique hasta junio de 1915, y durante el proceso de degeneración burocrática de la URSS se situó junto a Stalin en el momento en que cientos de miles de comunistas eran recluidos y exterminados en las purgas, incluida la vieja guardia bolchevique. Pero a pesar de todo, Kollontái fue una firme militante del bolchevismo durante la revolución de Octubre y en los años de la guerra civil, y sus aportaciones políticas, su determinación, su lucha inagotable por romper las cadenas que la sociedad capitalista imponía a la mujer trabajadora, son una gran inspiración. No fue casualidad que Kollontái formara parte del Comité Central del Partido Bolchevique antes de la insurrección de Octubre, y posteriormente miembro del primer gobierno de los sóviets. Los primeros combates Alexandra M. Domontovitch, conocida por el apellido de su marido, Kollontái, nació el 19 de marzo de 1872 en San Petersburgo. Hija de una familia terrateniente, pasó sus primeros años entre Rusia y Finlandia. Su ciudad natal no sólo era el núcleo industrial más importante del país, sino el escenario de las primeras acciones del movimiento obrero ruso, acercando la lucha de clases a la joven Alexandra a pesar de su origen social. Ella misma describe el papel decisivo que jugó en su evolución política la visita a una fábrica textil en 1895, donde comprobó como las mujeres realizaban jornadas de entre 12 y 18 horas diarias, viviendo como presas, puesto que incluso dormían en su lugar de trabajo. Sus condiciones eran tan inhumanas e insalubres que muchas no superaban los 30 años de vida. Aunque sus padres no tenían prejuicios respecto al acceso de la mujer a la cultura, intentaron mantenerla alejada de esas ‘peligrosas’ ideas revolucionarias por todos los medios, hasta el punto de educarla en casa con maestros particulares. A pesar de ello, su inquietud política se desarrolló desde temprano y fue una de sus profesoras particulares, M. Strachova, quién la acercó a las teorías narodnikis . Otro de sus maestros, P. Ostrogorski, alimentó su interés por el periodismo, animándola a familiarizarse con esta actividad que sería clave a lo largo de toda su vida. Como hija de una familia privilegiada, Alexandra estaba destinada a casarse con quien sus progenitores consideraran mejor partido, siguiendo los pasos de su hermana mayor, que contrajo matrimonio muy joven con “un encopetado caballero de sesenta años” . Esta pretensión familiar dio a la joven Kollontái la primera oportunidad de rebelarse: desafiando a sus padres se casó muy joven y por amor con su primo Vladímir Lúdvigovich Kollontái, un estudiante de ingeniería de origen modesto, con quien tuvo un hijo. No fue necesario mucho tiempo para que su matrimonio la hiciera sentirse atrapada: “seguía amando aún a mi esposo, pero la dichosa existencia de ama de casa y esposa se convirtió en una especie de ‘jaula” . Paralelamente a su alejamiento del papel que le había asignado su medio social, se produjo su acercamiento a la actividad política consciente. Tras separarse de su marido en 1896, se unió a los grupos revolucionarios de Petersburgo, involucrándose en las sociedades culturales que, en la práctica, eran un frente más de la actividad clandestina de las organizaciones que luchaban contra el zarismo. Todo ello le dio la oportunidad de entrar en contacto con los círculos marxistas rusos, que adquirieron un importante protagonismo a pesar de su número limitado. Si bien hacía ya tiempo que se había desprendido de las ideas narodnikis, su afiliación al Partido Obrero Socialdemócrata ruso (POSDR) no se produjo hasta 1899. Una revolucionaria internacionalista Voraz lectora y estudiosa, su espíritu curioso la llevó a viajar por diferentes países europeos. En 1903 se desarrolló el II Congreso del POSDR, marcado por la polémica entre Lenin y Mártov, y la diferenciación política entre bolcheviques y mencheviques. Kollontái se encontraba en ese momento en el extranjero y, aunque colaboró con ambas fracciones, permaneció en las filas del menchevismo hasta 1915. En 1903 el POSDR introdujo en su programa la igualdad plena de derechos entre hombres y mujeres. Asumiendo el carácter pionero del marxismo en esta cuestión, los socialdemócratas rusos inscribieron en su bandera la lucha contra la opresión de la mujer trabajadora y la necesidad de su liberación. Pero el salto de la teoría a la práctica fue más complicado y, en muchos casos, bastante turbulento. Alexandra Kollontái, junto a otras camaradas como Clara Zetkin o Krúpskaya, jugó un papel decisivo para que la socialdemocracia comprendiera la necesidad de una orientación y una propaganda específica hacia la mujer trabajadora, que precisamente por su doble opresión, de género y de clase, no se adhería con facilidad ni al Partido ni a los sindicatos. Kollontái no abogó por organizaciones separadas, puesto que comprendía que la emancipación de la mujer trabajadora sólo sería posible como parte integral de la lucha por el socialismo junto con el resto de la clase obrera. Pero esto no implicaba ignorar que eran necesarias medidas concretas destinadas a ganar a las mujeres de la clase trabajadora a la lucha revolucionaria. Nadie les regaló nada, ni a ella ni a ninguna de las precursoras del feminismo de clase. En su autobiografía, publicada en este libro, Kollontái hace numerosas referencias a las dificultades que su trabajo y el de otras camaradas encontraron entre los hombres del Partido Socialdemócrata. Una incomprensión que, lejos de intimidarla, la animó a redoblar su militancia y tenacidad. Siempre en primera línea de combate, sus llamados a la insurrección y su intenso trabajo entre las mujeres proletarias durante la revolución de 1905 y en el año 1906 , le supusieron una dura condena por los tribunales zaristas por lo que huyó de Rusia. En la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Stuttgart en 1907, Kollontái participó como miembro de la delegación rusa. En cualquier caso, sus años de obligado exilio le dieron la oportunidad de conocer a relevantes figuras como Kautsky, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin o Plejánov, y mantener, siempre que le resultaba posible, su intervención política en Rusia buscando cualquier resquicio legal. Entre octubre y diciembre de 1908, realizó más de 50 reuniones de mujeres en San Petersburgo bajo la cobertura de conferencia sobre higiene. El estallido de la Primera Guerra Mundial marcó su ruptura con los mencheviques, ya que se opuso activamente a la contienda por su naturaleza imperialista al servicio de las diferentes burguesías nacionales. Como ella misma recuerda: “Entre mis propios camaradas rusos de partido [mencheviques], que también vivían en Alemania, no hallé comprensión alguna para mi postura ‘antipatriótica’. Tan sólo Karl Liebknecht y su esposa, Sofía Liebknecht y otros pocos camaradas alemanes, sostenían mí mismo punto de vista y consideraban, como yo, que el deber de un socialista era combatir la guerra”. En junio de 1915 se afilió a los bolcheviques y apoyó sus posiciones en la Conferencia de Zimmerwald . Llevó su postura internacionalista y clasista a la práctica, recorriendo diversos países para hacer campaña contra la guerra. Para darnos una idea de la determinación de esta mujer, baste recordar su gira por EEUU, en la que durante cinco meses visitó ochenta y una ciudades y pronunció discursos en alemán, francés y ruso.