Walpole, William Godwin o la propia Radcliffe, fomentaron el folletín al subrayar ellos mismos una fórmula que caló hondo entre los lectores de la aristocracia. Sin duda, las lectoras jóvenes de Radcliffe se identificaban con las protagonistas de las desventuras propuestas por la lectora, y de esa manera, relatos como The Romace of the Forest, fueron al momento un gran éxito.

Pero no por esta falta de originalidad se puede denostar un Un romance siciliano que de no existir, tampoco lo había hecho el trabajo de por ejemplo las hermanas Brontë. La sensibilidad femenina de Radacliffe está presente en todas las situaciones terroríficas de la historia, en la cual hay esposas encerradas para siempre en un calabozo, o niñas a las que no se les ha permitido disfrutar de la vida más allá de los muros que es su hogar.

Estas mujeres están rodeadas de caballeros que expresan su amor luchando por ellas en batallas a caballo, a la par que otras pérfidas madrastras echan mano de la ponzoña y de las mentiras para lograr sus propósitos.

Un romance siciliano fluye gracias a la prosa repetitiva pero béllamente engalonada de Ann Radcliffe, la cual no duda en incluir fragmentos de su célebre poesía, donde demuestra su maestría con el uso del inglés arcaico. La obra, además, contiene ciertos pasajes que critican a la iglesia del momento, abandonada a la lujuria y a los placeres terrenales. Y existe un aire moralista que es realmente oportuno, tras el devenir de los hechos.

Un romance siciliano no será solamente disfrutable por las lectoras enamoradas de Jane Eyre, sino también por ese género masculino tal vez más reacio a las desventuras amorosas de corte dulce y sentimental.