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Lo que Piratas del Caribe no te explicó sobre bucaneros, corsarios y filibusteros
El libro La vida bajo bandera pirata aborda el fenómeno de la piratería desde un punto de vista alejado del romanticismo. Además, aporta sorprendentes datos sobre estas comunidades de hombres libres, cuya organización fue más progresista de lo que cabría suponer.
Por Eduardo Bravo
3 de mayo de 2022
Desde hace siglos, los piratas han inspirado todo tipo de expresiones culturales: poemas, novelas, obras de teatro, ensayos, cómics, series de televisión, videojuegos y películas como Piratas del Caribe, saga que cuenta ya con cinco entregas, y cuyos buenos resultados en taquilla han hecho que Disney anuncie el próximo rodaje de una sexta. Sin embargo, la imagen que se suele dar de los piratas y su mundo en esos productos de ficción no siempre es fiel a la realidad.
Además de las licencias creativas de cada autor, esa falta de rigor radica en que la historia de los piratas no ha estado bien documentada. Muchos de los legajos en los que se recogían las normas de su organización desaparecieron en naufragios o fueron destruidos por ellos mismos, por miedo a que se convirtieran en pruebas incriminatorias duarnte los diversos procesos a los que fueron sometidos. Por otra parte, los sumarios judiciales o los relatos oficiales tampoco resultan fuentes demasiado fiables, habida cuenta de que fueron instruidos y escritos por personas que no eran precisamente neutrales en lo que a los piratas se refiere.
Para aclarar algunos de esos conceptos, Gabriel Kuhn ha publicado La vida bajo bandera pirata (Katakrak, 2022), un volumen en el que aporta una visión novedosa y desconocida de los piratas, de su organización social, de sus objetivos y de sus métodos para conseguirlos. Una labor para la que este escritor y traductor austriaco afincado en Estocolmo ha recurrido a los trabajos de antropólogos como Marshall Sahlins y Pierre Clastres, políticos como Mao-Tse Tung, historiadores como Eric J. Hobsbawm y filósofos como Friedrich Nietzsche o Michel Foucault.
Entre los muchos mitos sobre la piratería que derriba Kuhn en La vida bajo bandera pirata se encuentran, por ejemplo:
Semejante no es igual
Aunque con frecuencia se emplean como sinónimos, los términos “pirata”, “bucanero”, “filibustero” o “corsario” tienen ciertos matices entre sí. Un bucanero era originalmente un cazador de la isla de La Española (actualmente República Dominicana y Haití) que, posteriormente, se dedicó al robo marítimo; corsario era aquel asaltante de barcos que actuaba bajo licencia de una autoridad legal; filibustero era la castellanización de filibuster, el término francés para “bucanero”; y pirata era cualquier persona que robaba y saqueaba en el mar, independiente de las particularidades anteriores.
Estos términos también tenían diferentes significados según la nación que los utilizase. Para los españoles, bucaneros, corsarios, filibusteros y piratas eran prácticamente lo mismo, porque cualquiera de ellos suponía una amenaza para los barcos nacionales que hacían la ruta entre la Península y el Nuevo Mundo. Sin embargo, para ingleses, franceses y holandeses solo eran piratas los que se denominan exactamente así, pues los bucaneros y los corsarios trabajaban para ellos, saqueando los barcos españoles y dando parte de esos botines a dichos Estados.
De criminales a héroes nacionales, y viceversa
Durante años, los corsarios fueron utilizados por diferentes potencias europeas para acosar a la corona española y arrebatarle parte de las riquezas obtenidas en las Indias. Para ello, no dudaron en dotar a los barcos piratas de bienes materiales, recursos económicos y autorizar sus actividades delictivas, hasta el punto de considerar a sus capitanes y tripulaciones como héroes nacionales.
Sin embargo, cuando esas potencias decidieron que los piratas ya no les eran útiles, comenzaron los problemas. Aunque intentaron que dejaran de actuar de forma voluntaria, los piratas se resistieron y las autoridades no dudaron en emprender una cruenta lucha destinada a detener, juzgar y ejecutar a esos antiguos aliados que, para entonces, habían dejado de ser héroes de la patria para convertirse en criminales sin escrúpulos. Según Kuhn, la situación vivida por las potencias europeas y los piratas se adelantó varios siglos a lo sucedido con Estados Unidos y la financiación de milicias islámicas para enfrentarse a las tropas soviéticas en Afganistán y que, en último término, fueron el germen de los comandos terroristas que provocaron los atentados del 11-S.
El capitn William Kidd recibe a una dama en su navío. Se trata de un cuadro de Jean Leon Gerome Ferris fechado en 1932.
El capitán William Kidd recibe a una dama en su navío. Se trata de un cuadro de Jean Leon Gerome Ferris fechado en 1932. Universal History Archive
Poco tiempo, pero bien aprovechado
A pesar de su influencia cultural, la edad de oro de la piratería apenas duró tres décadas, concretamente, desde 1690 hasta 1722. Según Kuhn, la razón para tanta notoriedad en tan breve tiempo radicaría en que “estuvieron activos en un momento muy crucial de la historia. El comercio global y el colonialismo acababan de ponerse en marcha, de manera que se puede decir que el mundo en el que vivimos hoy comenzó a tomar forma alrededor de 1700, cuando los piratas de la edad de oro dejaron su huella”. Según Kuhn, los piratas, que operaban a lo largo de las rutas comerciales marítimas más importantes, se convirtieron en una respuesta a la sociedad burguesa que comenzó a tomar forma en esa época. Este hecho provocó que “fueran populares incluso en esos mismos círculos burgueses a los que combatían, porque permitían a las personas soñar con cosas que anhelaban pero que no se atrevían a hacer”. Por último, explica Kuhn, “los piratas también eran lo que hoy llamaríamos ‘expertos en medios’, porque exageraron su brutalidad para apoderarse de los barcos sin necesidad de luchar”.
Crearon una cultura propia al margen de la hegemónica
Una de las razones que permitieron a los piratas arraigarse profundamente en el folclore, tanto europeo como del otro lado del Atlántico, fue el desarrollo de una cultura propia muy reconocible y en la que destacan sus característica bandera, las largas barbas, las joyas y las ropas estrafalarias que robaban a los miembros de la alta sociedad por lo que, más allá de un elemento ornamental, también era forma de demostrar su particular lucha de clases. Además, los piratas desarrollaron una jerga particular, se divertían haciendo representaciones de juicios en los que se mofaban de los magistrados y fiscales y hasta disfrutaron de una gastronomía propia en la que destacaba el salmagundi, plato a base de carne de todo tipo —incluida la de tortuga, pato o paloma— marinada en vino especiado y a la que se añadían carnes saladas como arenques y anchoas, huevos y vegetales, cuando estaban disponibles, claro.
Elegían a sus líderes democráticamente
A diferencia de lo que sucedía en las armadas de los Estados nacionales, las tripulaciones piratas elegían a sus capitanes de manera democrática y los reemplazaban por otros mejores si no cumplían con las expectativas. Por ello, para que un capitán pudiera conservar su cargo debía ser un buen orador, tener capacidad de liderazgo, demostrar su talante pacificador entre la marinería y ser generoso con sus bienes, que debían estar siempre disponibles para aliviar una necesidad urgente de alguno de los miembros de la tripulación. Asimismo, los piratas también decidían democráticamente el rumbo que debía tomar el barco y los objetivos que había que atacar.
Trabajaban poco
Según explica Kuhn en La vida bajo bandera pirata, el trabajo no era una las prioridades de los piratas. Mientras dispusieran de dinero, era complicado convencerles de que se echasen a la mar para asaltar nuevos barcos. El problema era que, con frecuencia, gastaban en pocas semanas la riqueza que habían acumulado durante varios meses, lo que les obligaba a zarpar antes de lo que hubieran deseado. A pesar de todo, el hecho de gestionar ellos mismos sus recursos, disfrutar de un reparto equitativo de los botines y tener voz y voto en las decisiones del barco, hacía que los piratas se vieran como personas privilegiadas en comparación con los marinos de los barcos comerciales y naves militares de países como España, Francia, Inglaterra, Portugal u Holanda.
Tenían su propia seguridad social
Aunque preferían gastarse el botín que guardarlo de cara al futuro, los piratas fueron pioneros en crear una caja común destinada a sostener un sistema asistencial similar a la seguridad social, que se ocupaba de aquellos miembros de la tripulación que eran heridos en los combates y perdían un brazo, una pierna o un ojo. Según afirma Angus Knostam en The History of Pirates, trabajo que es citado por Kuhn en su ensayo, “mientras los marineros navales heridos eran arrojados a tierra para que mendigaran o se murieran de hambre, los piratas cuidaban de los suyos”.
Disfrutaban de una sexualidad abierta
Aunque, como explica Kuhn, “no hay ninguna razón para creer que la proporción de homosexuales, por un lado, y hombres heterosexuales o bisexuales, por otro, hubiera sido significativamente mayor entre los bucaneros y los piratas del Caribe que en otras comunidades exclusivamente masculinas”, el hecho de que las travesías durasen un año o incluso más, hacía que las relaciones homosexuales fueran habituales entre la tripulación, que las vivían sin culpa ni dramas. Mientras que la Royal Navy solía hacer campañas para reprimir las prácticas homosexuales durante las travesías, en ninguno de los estatutos piratas que se han conservado hay normas contra la homosexualidad. En todo caso, cuando las tripulaciones llegaban a tierra firme, la mayor parte de los piratas solían preferir las relaciones heterosexuales, deseo que satisfacían en la amplia oferta de burdeles disponible en las inmediaciones de los puertos.
No eran tan crueles…
Los piratas no eran tan agresivos como han sido descrito en las películas o los libros. Al menos, no más de lo que eran las armadas de países como España, Francia o Inglaterra. Lo que sí está probado es que los piratas solían aplicar su particular código ético con especial inquina a los capitanes de los navíos mercantes o militares que asaltaban. La razón era que, antes de ser piratas, muchos de ellos habían sido marinos mercantes o soldados y habían sufrido los abusos y los malos tratos de los capitanes de esas flotas. En su descargo también hay que decir que, en muchos casos, los piratas decidían no aplicar esos castigos cuando la tripulación del barco enemigo afirmaba que el capitán en cuestión era buena persona y los trataba correctamente.
… pero tampoco eran angelitos
Los piratas desafiaron muchos de los prejuicios y desigualdades sociales de su época, pero no por eso se puede afirmar que fuera un colectivo ejemplar. “Decir que las sociedades piratas eran cuasi anarquistas o comunistas es exagerar”, explica Gabriel Kuhn, que deja claro que “los piratas tampoco eran Robin Hoods: no había mucha redistribución de la riqueza más allá de la propia tripulación, y los barcos de pesca pobres podían ser un objetivo tan grande como los barcos mercantes ricos”. Además, las sociedades piratas eran exclusivamente masculinas, por lo que no eran precisamente igualitarias ni respetuosas con las mujeres y, aunque entre la tripulación podía haber nativos de África, Asia o Sudamérica, parte de sus ingresos procedían de la venta de esclavos. “Por tanto —concluye Kuhn—, las sociedades piratas no sirven como una especie de ideal utópico, pero fueron una fuerza progresista en su época”.