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Viernes 20 de Diciembre
La cocina y los cuidados pertenecen al «hogar», al espacio privado y, por tanto, queda adjudicado a las mujeres. La alta cocina, negocio rentable o no, está elevada a la categoría artística. Se hace por pasión, por vocación, por compromiso, no por afán de lucro, dicen, y no casualmente, pertenece a los hombres. Es el lugar de reconocimiento social y prestigo de grandes maestros.
En el artículo Restaurantes gastronómicos, más pasión que negocio de Diario.es, Ricard Camarena dice que para sobrevivir en la alta cocina se necesita valentía, respaldo de un equipo, un punto de locura y otro de osadía. Es una idea bastante generalizada en los oficios apasionados. ¿Pero es solo eso? ¿Por qué con estos ingredientes sólo se desarrolan personalidades masculinas? Intentemos dar más argumentos: nos falta nombrar el beneficio de la división sexual del trabajo, el menosprecio de la mujer, el poder castigarla cuando es osada y loca, y el mensaje social de que los equipos fuertes y la camaradería son cosa de hombres.
Y así ha sido desde que la cocina irrumpió en el mercado. Porque como dice Angélica Cortés Fernández, en Pikara Magazine, cuando por fin los hombres entran en la cocina, no lo hacen para quedarse, sino para marcharse con el libro de recetas y, de paso, con la gloria. Dejando las responsabilidades y cuidados de la vida en en la cocina, junto al resto de propuestas de un plan igualitario. No es casualidad que se tomen como verdad las categorias positivas del rol masculino y se «entienda» que cocinan mejor que las mujeres o que tienen más capacidades para las competencias en el negocio. Por tanto, se repite el patrón y cobran más y tienen más oportunidades de acceso al trabajo, como consecuencia son muchos más los hombres en el negocio de la alta cocina.
Tanto así que la marca de champan Veuve Clicquot se inventa un galardón llamado «premio a la mejor chef femenina» con objetivo de ensalzar a las mujeres innovadoras. Pero creando otra discriminación por género, como si la titularidad y el éxito fuera una característica sexual física. De paso, se intenta eliminar del campo de juego cualquier tipo de presencia de las mujeres, creando otra categoría para ellas. Socialmente se disfraza de discriminación positiva y la jugada es maestra.
A los hombres se les valora el trabajo intelectual y técnico necesario para la producción de un plato. Son maestros que dominan los alimentos que producen. Las mujeres, sin embargo, son valoradas por ser muy trabajadoras. Raramente por sus habilidades técnicas. Los hombres se relacionan con la gastronomía molecular y las mujeres con la gastronomía tradicional. Cuando los hombres logran la categoría de chef, seguirán montando varios restaurantes, libros, asesoría… las mujeres, sin embargo, se describen a sí mismas por rehuir del éxito. Dicen trabajar desde el corazón en los cuidados y no para fortalecer el ego y el éxito financiero, como relata Addie Broyles.
Las mujeres se consideran «invasoras» en el terreno Chef de los hombres y sus supervisores masculinos, a menudo, tienen ideas preconcebidas de que las mujeres no son físicamente y emocionalmente lo suficientemente fuertes como para trabajar en las cocinas. Desde luego, la conciliación y el maternaje no son compatibles con un trabajo con extensas jornadas y poco márgen de cambio. Por tanto, la migración a otras profesiones y el abandono de las carreras profesionales son otra vez, el recorrido «natural» definitivo formulado para las mujeres.
Maitane Unzu