Un solete
Irailak 02 Astelehena
Cuando leo a María Pazos se me ocurren dos posibilidades. O logramos que sus reflexiones se plasmen en el eje de las políticas públicas (sueño con que tal vez se presente algún día y pueda ser presidenta o como mínimo ministra de Economía) o hay que irse a vivir a un país nórdico.
En sus libros, ya el anterior (Desiguales por ley) o este que estoy reseñando, desmenuza con paciencia budista el estado de la cuestión: el porqué la desigualdad es tan brutal y está tan metida en la estructura y la superestructura social en España y en los países familiaristas.
Puede que haya mujeres y hombres que estén leyendo este texto a los que les parezca que la desigualdad no es tan grave, no es su caso, por ejemplo... ¿De verdad? Hay un ejercicio fenomenal que hicieron en la escuela de mi hija el pasado 8 de marzo y que deberían hacer en todas las escuelas. Consistía en una lista de tareas hogareñas y un “marque con una cruz” quién lo hace: mamá, papá, yo u otro. La lista era pequeña (no incluía piojos, uñas, baños, dentistas, cantidad de veces en que lo hace mamá o papá, etc.), pero lograba aproximar a los niños y las niñas el porqué el 8 de marzo la huelga es imprescindible. Es una lista que podría (o debería) ruborizar a más de un hombre que se jacte de progresista y justo. Y que podría (o debería) abrir los ojos a muchas mamás (¿por qué en general los grupos de Whatsapp de las escuelas son de mamis?¿Los papás no existen?).
Sucede que muchas veces ni mujeres ni hombres nos damos cuenta de la situación. Las mujeres estamos acostumbradas a asumir roles, esclavizadas, sumidas en una especie de síndrome de Estocolmo en el que el trabajo y el amor están relacionados, mezclados, difuminados. No entendemos por qué estamos tan cansadas, deprimidas, estresadas... Pazos le llama “patriarcado de consentimiento” a este patriarcado que parece que nosotras elegimos. Y que por supuesto no elegimos aunque (por suerte cada vez menos) asumimos con resignación. O no con resignación pero sin demasiadas alternativas, por ahora.
Si eres medianamente prudente, y no te haces feminista después de leer a Pazos (ya seas hombre o mujer), lee de nuevo. Significa que no estabas prestando atención.
Sus conclusiones son tan obvias que una se agarra la cabeza pensando en cómo puede ser posible que en 2018 en un país que se llama laico y democrático, la política esté tan atrasada en todo lo que se refiere a la igualdad de género, y que los cuidados se dejen en manos de las mujeres, sin pestañear. Pazos nos obliga a abrir los ojos. Por ejemplo, cuando habla de la ley de dependencia. Dicha ley da menos del salario mínimo por cuidar de un familiar 365 días al año 24 horas. Entonces decimos que las cuidadoras “al menos tienen algo”. Si a la misma situación se le cambiara el género (hombre) y la tarea (cuidado), pensaríamos inmediatamente que es esclavitud. Lo que Pazos quiere decir es que se necesita una política pública con atención profesional y bien remunerada a la dependencia (por supuesto, además de atención a la infancia de 0 a 3).
A nosotras nos dan migajas, supuestamente para protegernos. Es vergonzoso que nos traten a las mujeres como si fuéramos, pobrecitas, niñas que requieren ser protegidas (esa protección es una trampa brutal que nos lleva a la absoluta desprotección si queremos ser libres). Protección, como limosna, en vez de derechos. Es vergonzoso que todavía estemos en un sistema político que nos infantiliza a la vez que nos explota. Que el Estado no se haga cargo de los cuidados y que, para colmo, nos castiguen en la pensión como a nadie.
En el libro de Pazos se entiende perfectamente por qué las mujeres sacamos mucho mejores notas en los institutos, pero luego esas notas y ese esfuerzo no se ven reflejados ni en los salarios ni en el rendimiento laboral. Es la división sexual del trabajo (DST). Es injusta e ineficiente.
Todas las políticas del Estado, comenzando por las bajas maternales y paternales (iguales, intransferibles y pagadas al 100%) hasta las pensiones, los impuestos, las políticas de promoción de empleo, el tiempo dedicado al empleo, la educación y, sobre todo, los servicios públicos relacionados con los cuidados... Todo debería pasar por la economía feminista.
Políticos y políticas, por favor, no dejen de leer a Pazos. Es un ruego.