«Idazketa labana bat da» GARAn
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Gustau Nerín
Barcelona. Lunes, 5 de junio de 2017
Iñaki Redín Eslava (Popi) es padre y profesor de secundaria en la escuela pública, además de biólogo. Pasó la juventud en los años ochenta, cuando muchos jóvenes se quedaban muertos en las esquinas, por la heroína y por el sida. Por varios motivos, pues, es experto en la relación entre los jóvenes y las drogas. Y además, como buen rockero, es un hombre dispuesto a romper con las convenciones. Y lo hace con Educar sin drogas (editorial Katakrak). Un libro que analiza conjuntamente las drogas que más afectan a los jóvenes hoy en día. Dos aceptadas por el conjunto de la sociedad y vetadas a los jóvenes: el alcohol y el tabaco. Una prohibida, pero que ha sido habitual en muchas familias: el cannabis. Y una última que se ha colado en las casas en los últimos años: el metilfenidato, la droga que se receta a los niños y jóvenes a los que se diagnostica problemas de hiperactividad. Pero la ruptura continúa con el mismo tratamiento del texto: Redín no quiere hacer un análisis parco, con mucho texto, sino que elabora un libro en que el cómic se mezcla con explicaciones muy sencillas y provocativas: un manual que quiere ir dirigido, no sólo a los padres y a los maestros, sino también a los propios jóvenes. Porque Redín considera que es esencial que los jóvenes sepan qué es y qué provoca lo que toman, aunque no lo tendrían que tomar.
Redín empieza rompiendo moldes: afirma que si los niños se drogan, parte de la culpa es de sus padres. Si estamos en una sociedad que enaltece el consumo de alcohol en ciertas ocasiones, como durante las fiestas, es difícil condenar el consumo de alcohol entre los jóvenes. Una familia fumadora no puede considerar muy extraño que su hijo adolescente consuma tabaco. El mundo de las catas y los maridajes se vende como repleto de glamour y después se pretende estigmatizar la bebida entre los jóvenes. Redín intenta sacar luz de estas contradicciones y recuerda que si bien los de su generación, que ya tienen 50 años, de jóvenes bebían en la barra del bar, los jóvenes hoy se ven condenados a hacer "botellón" en los descampados, donde no se puede hacer otra cosa que beber. Pero Redín, a pesar de mostrarse absolutamente contrario a las drogas, rehuye el prohibicionismo, considerando que acaba fomentando el consumo. Pero al mismo tiempo se niega a dejar el consumo de drogas en manos de la libre voluntad de los jóvenes. Hace falta informarlos, orientarlos y seguirlos, porque si no se hace así, fácilmente se pueden dejar llevar por las influencias de sus compañeros, o por la publicidad de alcohol y tabaco de la televisión.
Cada vez hay más chicos que son diagnosticados de TDAH, trastorno de déficit de atención e hiperactividad. Y para tratarlos se les da metilfenidato, el famoso speed, que en los años ochenta era la droga de los punks. Incluso lo fabrican en forma de gominolas, con el fin de normalizar más su consumo. La droga que antes estaba prohibidísima, ahora está impuesta desde el sistema médico y pedagógico. Muchos niños la empiezan a tomar a los 9 años, y otros ya la consumen a los 4. Redín se pregunta: "¿Necesitamos estar drogados para conseguir un título, el título más elemental de toda la enseñanza?"; y concluye: "¿Estamos completamente locos?". Redín asegura, basándose en opiniones de médicos de peso, que el TDAH no existe, que es una "enfermedad inventada". Asegura que aquellos que defienden la existencia de la enfermedad a menudo tienen intereses en la industria farmacéutica y apunta que el hecho de que se recete metilfenidato responde a intereses económicos y no a motivos de salud.
Redín asegura que el diagnóstico de TDAH viene a menudo de un recorte de los medios de la enseñanza y especialmente de la enseñanza pública. Los niños se drogan para que no molesten y distorsionen el funcionamiento de la clase, y más adelante se les recompensa con notas anormalmente altas para "compensar" su "problema". De esta forma su aprendizaje se ve limitado y su derecho a la educación resulta sistemáticamente vulnerado. Pero Redín deja bien claro que para él, "hay una cosa más importante que estar atento a clase y es estar atento a la vida". Y el metilfenidato les impide vivir plenamente en el mundo que los rodea. Según explica Redín, basándose en su propia experiencia: dar clases a niños medicados con metilfenidato es como "hacerlo a siluetas de cartón".
Redín recuerda a lo largo del libro que las drogas legales, alcohol y tabaco, también van asociadas a costes sociales muy duros. Por una parte, provocan graves problemas de salud: cánceres, trastornos psicológicos... Pero los problemas que generan en los adolescentes todavía son más graves. Redín hace una larga lista de los comportamientos que van asociados al consumo de alcohol: desde peleas y salidas violentas, hasta confesiones indeseadas, o falta de control que lleva a embarazos no deseados. Su experiencia como profesor de secundaria es clave para poner de relieve cómo afecta el consumo de alcohol a los jóvenes.
Redín acusa de los problemas de las drogas a las industrias productoras de alcohol, tabaco y metilfenidato, y a sus complicidades con los poderes fácticos y con las élites que controlan el poder político. En realidad, el autor ha recibido virulentas críticas, algunas de padres con hijos con TDAH que consideran que el metilfenidato es esencial para garantizar la salud de sus hijos y que consideran que las teorías de Redín ponen en peligro su bienestar. Redín a pesar de todo, es un firme defensor de la ciencia y exige estudios científicos neutrales sobre las diferentes drogas y que se dicten leyes en base a estudios serios y al margen de las presiones de las industrias afectadas. De todas formas, el libro de Redín es una reflexión fresca y provocadora, que no puede dejar indiferente a ningún padre, educador, médico o simple ciudadano interesado en el problema. Y que a buen seguro obligará a repensar muchos problemas de la juventud.