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RAÚL SÁNCHEZ CEDILLO
Autor del libro ‘Esta guerra no termina en Ucrania’
Advierte sobre el auge de un “discurso de legitimación de un neoimperialismo” con “consecuencias imprevisibles” en un conflicto “dependiente de variables imponderables”
Jesús Barcos
PAMPLONA | 18·12·22 | 22:22 | Actualizado a las 22:23
Sánchez Cedillo, en la sala de presentaciones de Katakrak. UNAI BEROIZ
Raúl Sánchez Cedillo (Madrid, 1969), activista, ensayista y traductor, presentó en Pamplona su ensayo Esta guerra no termina en Ucrania, editado por Katakrak. El libro parte de un artículo del propio Sánchez Cedillo escrito tras la invasión rusa del 24 de febrero. “Tiendes a pensar que semejante locura y acción criminal por cualquiera de los dos bandos no se va a producir, pero teniendo en cuenta la evolución del conflicto interno en Ucrania a partir de 2014 era de esperar que se produjera otra crisis militar”, afirma. Apela a la responsabilidad social de la prensa para contrastar y desmentir la propaganda. “Que no se esté dando es una parte esencial del problema” y “una tragedia para la democracia”, dice, pues “hay falacias e intereses en hacer de esto una escalada histórica de consecuencias imprevisibles aparte de las que ya ha tenido”.
Tras la invasión rusa hubo expertos que apelaron al derecho de legítima defensa de Ucrania, y por lo tanto, a una ayuda de otros países europeos. Van pasando los meses...
–No quiero pecar de clarividente, pero se confirma todo lo que temía y explica el nombre del libro. Estamos ante un conflicto de violación del derecho internacional, a la integridad territorial, a la soberanía. Una guerra de agresión, tipificada como violación en la Carta de Naciones Unidas. Como las potencias que están en guerra forman parte del consejo de Seguridad de la ONU con derecho de veto, tienen que ser coaliciones de aliados las que hagan valer el derecho internacional. Eso parece tener una racionalidad, un fondo de modus vivendi pacífico, y un castigo a quienes lo violan. Por desgracia, es una narrativa completamente hipócrita. Desde 2014 se produce una guerra en territorio ucraniano, en la frontera de la UE. Suficiente advertencia como para evitar a toda cosa un conflicto de independencia o de liberación nacional de una parte mayoritaria pero no completa de la ciudadanía ucraniana. También hay un conflicto interimperialista. Por un lado, el nacionalismo agresivo del régimen de Putin, la gran Rusia con la que acabó la revolución bolchevique, escudada en el relato de la guerra patriótica contra el nazismo para justificar la consolidación del viejo espacio del imperio zarista. Por otro, una innegable acción imperialista del bloque euroatlántico. Recordemos la doctrina del shock del FMI o Banco Mundial, que esquilmaron o liquidaron la propiedad social y pública de activos de lo que era la URSS. Esa destrucción de vínculos fundamentales explica la agresividad de los nacionalismos.
Antes de la invasión rusa la OTAN parecía estar en crisis. Ahora se ha reflotado, y no existe la prevención antiatlántica de los ochenta.
–La guerra ha servido para una relegitimación de la OTAN. La escalada ha dado validez al miedo y a la necesidad de protección, y la izquierda crítica con la OTAN se ha visto completamente marginada, incluso criminalizada, porque no tiene en cuenta la situación. Eso me lleva a pensar que la guerra es una gran oportunidad de reflotamiento de una alianza que beneficia a la hegemonía estadounidense desde 1945, y al sentido de protección de esa parte del mundo incomparablemente más rica que el resto del planeta, pese a sus enormes desigualdades internas, que está en un enfrentamiento estratégico, declarado en la doctrina de la propia OTAN y de Estados Unidos ante la hegemonía incipiente china. El relato y la práctica de guerra sirve como elemento ordenador y legitimador de la defensa militar de un supuesto orden civilizador y social. Yo creo que capitalista, financiero y oligárquico occidental severamente en crisis, no solo por la competencia china, sino por la incapacidad de resolver cuestiones como el calentamiento global o la desigualdad. De hecho, por mor del esfuerzo bélico, hay un abandono de facto de los objetivos de descarbonización.
“La apuesta del libro es la protesta y la revuelta social frente a esta carrera hacia el desastre generalizado”
Venimos de la intervención pública en una pandemia y de la constatación de ese cambio climático. Marcos que ponen al neoliberalismo en crisis. ¿Esto es un contrapeso?
–Sin duda, esta guerra sirve para mantener las jerarquías sociales de renta y de poder político y militar que estaban en cuestión. Lo que iba a ser una transición verde y social en los planes de reconstrucción y crecimiento del Next Generation, se reconvierte en una empresa civilizadora que exige sacrificios. Una guerra, dice la presidenta de la Comisión, Von der Leyen, en la que nos jugamos la transición verde, la democracia y la civilización europea frente a sus enemigos, Rusia y China. Por tanto, en la búsqueda de los materiales necesarios para esa transición tenemos que disputarlos contra las dictaduras, porque sin transición verde no tenemos democracia y viceversa. Eso es un discurso de legitimación de un neolimperialismo eurocéntrico y euroatlántico que se nos vende como mala pata: cuando justo íbamos a hacer la transición ecosocial tenemos que hacerla de guerra, marcada por una centralización del poder y por un sometimiento al miedo y a la emergencia de poblaciones que no podrán decidir quién se va a enriquecer con la transición o a dónde van los fondos.
¿Alemania es un país clave para poner freno a esta dinámica?
–Vemos las contradicciones que esta apuesta estadounidense, principal fuerza militar, suponen por ejemplo en Francia, por comprar el gas de ‘fracking’ estadounidense a precios astronómicos, ventaja competitiva frente a las industrias europeas. En el caso alemán su modelo de gas barato, salarios bajos y relaciones mercantilistas con todo tipo de Estados, incluida China, se ve asediado por la pretensión estadounidense de crear un circuito comercial cerrado de los países aliados. Por tanto, una crisis social y política incipiente puede agudizarse este invierno dependiendo de cómo sea de crudo, o de que logren frenar los precios del gas y del petróleo. Lo determinante para mí, la apuesta del libro, es la protesta y la revuelta social frente a esta carrera hacia el desastre generalizado. Se trata de aprovechar esas contradicciones a partir de un despertar ciudadano.
¿Complica ese despertar que la Casa Blanca la ocupe un demócrata, con su contraste frente a Trump?
–Sí, es una gran operación de enorme calado y eficacia propagandística, narrativa y mediática, del Partido Demócrata o de las élites estadounidenses, con la inestimable colaboración de periodistas, analistas políticos, instituciones humanitarias... que han reformulado la vieja causa antisoviética como causa humanitaria y por la libertad. Plantean que estamos ante una batalla contra algo que se parece a Hitler. Un discurso que recuerda los tonos de la Segunda Guerra Mundial, cuando yo creo que el escenario que se parece más a la Primera. Esto le sirve a Biden para retomar el control del desorden global y la hegemonía, e introducir una disciplina interna en una situación de peligro de guerra civil y de descomposición de la nación estadounidense.
“Se sabía desde el principio que estamos hablando de una guerra de muchos cientos de miles de muertos”
La guerra se alarga, lo que se presuponía con el apoyo a Ucrania. ¿Eso puede generar más voces críticas?
–Yo creo que sí, la guerra siempre trae empobrecimiento, militarización, fijación de injusticias, autoritarismo... Se pretende que se quede limitada a Ucrania, pero ya hemos visto con los misiles ucranianos que cayeron en Polonia cómo hay resistencias a cualquier tipo de tregua.
Llegar a una paz implica renuncias muy dolorosas: o irte con las manos vacías o perder territorio.
–Exactamente. Tanto el Kremlin como el Gobierno de Kiev se juegan todo. Hay que conquistar algo, consolidarlo y poder venderlo como una victoria. Putin se juega su propia permanencia después de tantos años y su propio régimen, en cierta medida. Se sabía desde el principio que esto iba a terminar así, y que con esas exigencias, estamos hablando de una guerra de muchos cientos de miles de muertos. De devastación de territorios desde el punto de vista humano y ecosistémico, de generar una situación en el centro de Europa que se parecerá a la de Irak. Un territorio condenado a seguir en guerra por lo que ha creado otra guerra. Una especie de extensión infinita. Por eso el título del libro. Vemos que los aliados más beligerantes contra Rusia son Polonia y los países bálticos. Históricamente esa especie de revanchismo contra Rusia vuelve, y el gobierno polaco quiere la directa intervención de la OTAN. Si Joe Biden perdiera las elecciones en 2024 significaría un conflicto completamente fuera de control, que depende de variables absolutamente imponderables. Está también la posibilidad del uso del uso del arma nuclear táctica. Es una pesadilla para lo que se prometía como una reconstrucción del mundo después de la pandemia del covid.
Uno de los prólogos lo escribe Pablo Iglesias. Que un Gobierno de coalición con Unidas Podemos apruebe un alza del presupuesto militar contundente, ilustra un statu quo con marcos hegemónicos evidentes.
–Demostración de que o se desafían esos marcos o la izquierda desaparece. Dentro de Unidas Podemos hay también un contraste de pareceres. Podemos sí se ha pronunciado claramente contra el envío de armas y por la búsqueda de soluciones diplomáticas cueste lo que cueste para parar la guerra, mientras que los otros componentes se han puesto de perfil, y han dicho que este tema no debe dividir al Gobierno, como si fuera uno más de política exterior. Esa inconsciencia, no la podemos llamar de otra manera, es la prueba de que lo que llamo ‘régimen de guerra’ está asfixiando y cortando los nexos de una izquierda emancipadora. Ha sucedido también en Alemania, en los países escandinavos, vemos cómo se ha criminalizado a Jeremy Corbyn... Estamos en un momento claramente anticomunista y de relegitimación de valores que parecían desterrados de la construcción europea. El militarismo, la voluntad de campaña, los discursos de Von der Leyen en términos de cruzada civilizadora, son la derrota de la izquierda, que tiene que reconstruirse a partir de este momento.