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«Mercados reproductivos» en S MODA

Sara Lafuente Funes:
“Habría que poner en el centro la reproducción y no la generación de beneficio económico”

El libro 'Mercados reproductivos' analiza el auge y mercantilización de las técnicas reproductivas y su relación con la precariedad del mercado laboral, y propone otras soluciones alejadas de la lógica capitalista.
EDUARDO BRAVO | 25 OCT 2021 08:46

Sara Lafuente Funes (Madrid, 1986) acaba de publicar Mercados reproductivos: crisis, deseo y desigualdad (Katakrak, 2021), una monografía en la que aborda la realidad de la reproducción humana en la sociedad actual, marcada por la precariedad, el retraso en la edad de la maternidad y la proliferación de técnicas que buscan aliviar situaciones personales mientras que cronifican problemas colectivos. Investigadora en el departamento de Biotecnología, Naturaleza y Sociedad de la Universidad Goethe de Fráncfort, Lafuente Funes se encuentra estos días en España para presentar su libro en diferentes ciudades.

¿Se puede afirmar que existe un derecho a la reproducción? Si es así, ¿qué incluiría y cuáles serían sus límites?

Por un lado existen los derechos sexuales y reproductivos y, por otro, el derecho a la salud. Lo que en mi opinión no existe es el derecho a tener una criatura propia o a reproducirme yo con mis genes o yo con mi cuerpo. En todo caso, el hecho de que no exista un derecho concreto, no quiere decir que el deseo reproductivo no sea relevante, más aún en una sociedad en la que juega un papel muy importante, tanto a nivel social como en lo que se refiere a lo que somos cada uno subjetivamente. El problema es que, en el debate sobre la reproducción, en ocasiones se ha banalizado el deseo. Se ha tratado como si fuera un capricho y tampoco es eso, porque sí que es un aspecto importante dentro de esa concepción amplia del derecho a la salud. Por esa razón, es importante habilitar formas de cumplir los deseos reproductivos sin que se conviertan en una forma mercantilizada ni se lleven por delante lo conseguido en materia de derechos sexuales y reproductivos, como puede ser el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, a acceder a la planificación familiar.

Según explica en Mercados reproductivos: crisis, deseo y desigualdad, las técnicas reproductivas buscan soluciones particulares a problemas colectivos. ¿Qué problemas son y por qué no se abordan?

Si bien los problemas reproductivos se suelen vivir de forma individual, muchos tienen una base común, como el retraso de la edad a la que tenemos criaturas. Muchos de estos problemas que se resuelven —o más bien se parchean— en las clínicas de reproducción asistida, no precisarían de esa intervención medicalizada si se abordasen en relación a su raíz común. El problema colectivo es averiguar por qué se están retrasando las edades de reproducción, pero la solución iría más allá de abordar la fertilidad en sí misma o cuestiones biomédicas, y alcanzaría a cuestiones como la precariedad laboral de los jóvenes, de las mujeres que son madres, la existencia de un mercado laboral que busca que las personas seamos solo productivas… En ese sentido, haría falta poner en el centro de lo que defendemos la reproducción y no tanto la generación de beneficio económico.

En su trabajo señala que es no es lo mismo una crisis reproductiva que un descenso de la natalidad. ¿Puede explicarnos en qué consiste la diferencia y qué consecuencias tiene en una sociedad?

El descenso de la natalidad, el hecho de que nazcan menos niños, no es en sí mismo un problema o no tendría por qué serlo. La idea de hablar de crisis reproductiva es señalar que estamos reproduciéndonos en un contexto de crisis multidimensional —de cuidados, climática, etcétera—, y dentro de esas crisis hay una que tiene que ver con lo puramente reproductivo, que afecta tanto al antes de lanzarnos a tener criaturas como al cómo las criamos después. Actualmente, existe una gran brecha entre deseos y realidades reproductivas, esto lo muestran los datos del INE. Esta crisis se compone de frustraciones reproductivas e injusticias reproductivas: frustraciones derivadas de haber querido tener más hijos de los que se tienen, de haberlos tenido más tarde de lo que hubiese querido; o injusticias como las que rodean a los altísimos niveles de pobreza infantil en el país. Criamos en un contexto en el que la reproducción, la crianza y el sostener y cuidar de la vida no se prioriza, sino que es algo que se resuelve sin demasiado apoyo institucional y, muchas veces, sobre los hombros de las mujeres. Esto es: socioeconómicamente priorizamos sostener lo productivo, no lo reproductivo. Esto se ve en que vivimos en una sociedad adultocéntrica en la que lo productivo y lo adulto está en el centro, pero lo reproductivo, la infancia y lo que llamamos “dependencia” se deja en los márgenes: se naturaliza, pero no tendría por qué ser así. Esto se ha visto muy claramente, por ejemplo, con la crisis de la covid-19 y el cierre de los parques.

Por lo que comenta, el capitalismo dificultaría la reproducción, al tiempo que crearía un mercado en torno a ella porque, en último término, también necesita que la mano de obra se renueve. ¿Es una situación fruto del azar o planificada?

Si bien es clave que si no nos reprodujésemos no habría forma de mantener el capitalismo, el aumento de las técnicas reproductivas no es tanto una situación planificada, como una capacidad que tiene el capital de sacar nichos de mercado de muchos sitios. Además, el capitalismo no se sostiene solo, sino que lo hace en relación al heteropatriarcado, lo que complica aún más la situación. De alguna forma, lo reproductivo se ha sostenido gracias a los mandatos de género que han hecho que, fundamentalmente, sean las mujeres las que se hagan cargo de reproducir y sostener la vida. Socialmente se naturaliza que las mujeres deben hacer una serie de cosas «por amor», como han denunciado desde hace muchos años los activismos en torno a los cuidados, y eso ha hecho que tengan una carga mucho mayor, a menudo invisibilizada, de cuidados. La vinculación entre ser mujer y ser madre es clave en la producción del deseo de maternidad, que hoy por hoy se construye en una tensión con la necesidad de ser productiva para el mercado laboral: esta tensión estalla cada vez más tarde, pero sigue siendo fundamentalmente asumida por las mujeres. El problema es que la entrada mayoritaria de las mujeres en el mercado laboral no ha ido acompañada de la incorporación de un número semejante de hombres a la esfera de lo reproductivo: siguen siendo ellas las que cogen más bajas, las que tienen la carga mental de los cuidados, las que ponen el cuerpo al servicio de las técnicas, incluso cuando los problemas de fertilidad son masculinos.

¿Cuál sería la solución a ese desequilibrio en las responsabilidades relativas a la reproducción y la crianza?

La clave es hacernos cargo colectivamente tanto de lo productivo como de lo reproductivo, con igual participación de hombres y mujeres en ambas esferas, y haciendo a las empresas y al ámbito público también responsable de garantizar la esfera reproductiva, sin la cual no podría existir la productiva. Aunque no se solucionarían todos y cada uno de los casos, sí se resolvería un gran número de aquellos que se tratan de manera biomédica y en el mercado privado. Esto es: la gran mayoría de tratamientos en las clínicas de reproducción asistida tratan hoy por hoy problemáticas vinculadas al retraso de la edad de maternidad y paternidad. Abordar la raíz del problema, ese retraso, en lugar de sus consecuencias individualizadas, los problemas reproductivos de cada cual, es más útil para abordar la crisis reproductiva, y la brecha entre deseos y realidades. Esto pasa por abordar los motivos que hacen que retrasemos la reproducción y afecta a muchos aspectos de la vida: regulación laboral, crisis habitacional… Asegurar el derecho a la vivienda es clave, pero también asegurar que tengamos horas para cuidar y tejer alianzas que vayan más allá de la familia nuclear. Otro ejemplo de respuestas colectivas a este problema sería el de luchar por la ampliación del número de personas reconocidas en la filiación: si la filiación permitiese más figuras además de las de padre y madre podríamos buscar alternativas diferentes a las que nos propone el mercado, como, por ejemplo, la gestación por sustitución, y basadas en llegar a acuerdos de crianza: esto sería clave para quien no pueda gestar, pero sí quiera criar, pero ya no sería dentro del marco rígido de la familia nuclear.

En el libro menciona el caso de empresas de Estados Unidos que incluían en los seguros médicos de sus empleadas la crioconservación de óvulos. ¿Es eso un avance social o una forma de promover el retraso de la maternidad para no asumir políticas de conciliación familiar?

El problema en este caso es que pueden ser ambas cosas a la vez. Para algunas mujeres puede funcionar como un avance, como una solución que les dé un respiro. Sin embargo, al mismo tiempo, supone medicalizar algo que tal vez no precisaba ser medicalizado y que, como decíamos antes, parchea lo individual sin tocar lo colectivo. Además, en este caso hace quedar bien a unas empresas que están transmitiendo a sus trabajadoras el mensaje de que entreguen a las compañías los mejores años de sus vidas y pospongan lo reproductivo. Por eso, si no van acompañadas de medidas de conciliación, las propuestas de cubrir la crioconservación se convierten en una trampa.

¿Quién debería hacerse cargo de esas medidas de conciliación? ¿El sector público o el privado?

Probablemente los dos. El problema es que se ha entendido que el sector público se tiene que hacer cargo de una serie de cuestiones, mientras que el sector privado puede simplemente disponer de todas las horas productivas de las personas. Lo que tendríamos que hacer es tender a un sistema en el que las empresas asuman que sus trabajadores necesitan tiempo para cuidar y que tienen que dedicar su tiempo otras cuestiones además de trabajar.

En el caso de la reproducción asistida parece que hay un permanente desfase entre la realidad y la regulación. ¿Por qué la legislación va siempre a remolque de la técnica?

No creo que sea la técnica la que va muy rápido. Lo que va muy rápido es el mercado y, en este sentido, en el Estado español se ha aplicado poco el principio de precaución. La normativa existente no solo es muy laxa, sino que a veces parte de una confianza en la técnica como algo bueno en sí mismo. Por eso, si bien a nivel sanitario y en lo que se refiere a la seguridad de las técnicas está todo garantizado, no ha habido un debate sobre qué supone la introducción masiva de estas técnicas o, más bien, de las prácticas asociadas a las técnicas. Eso se ve muy claramente en la donación de óvulos, que se presenta como una técnica, cuando en realidad es una transferencia de capacidad reproductiva de unas mujeres, generalmente más jóvenes y precarias, a otras que están accediendo a las clínicas en una doble faceta: como pacientes y como clientes. Por eso, tal vez debería haber un mayor debate social sobre qué se está mercantilizando, cómo se está haciendo, en qué términos, si es mejor el sistema de anonimato de los donantes o el de no anonimato… En lugar de eso, lo que se ha hecho ha sido una regulación que solo se planteó si lo que ya se estaba haciendo de facto estaba bien o no.

¿Cómo se explica que sí exista una legislación que no permita comercializar con órganos para trasplantes y, sin embargo, sí permita que se puedan contratar técnicas reproductivas que acabarán dando lugar a una persona?

No hace falta irse a la donación de órganos. Tenemos otros ejemplos, como la donación de sangre o la donación de médula. En todo caso, resulta curioso que en un país en el que la Organización Nacional de Trasplantes funciona tan bien y en el que existen unas medidas muy claras sobre cómo donar el material biológico, eso no se aplique en las donaciones de semen u óvulos. La explicación tal vez esté en el papel tan importante que tiene la industria en torno a la reproducción asistida, que ha hecho que muchas decisiones en torno a este tema se hayan tomado desde una lógica privatizada y de mercado. Por eso, plantear cómo sería un sistema público de donación de gametos puede ser una buena forma de hacernos preguntas y darnos cuenta de cómo en la donación de gametos hay una mercantilización mayor que en las donaciones de otros materiales biológicos.

¿Qué cree que debe hacerse con los hechos consumados? ¿Hay que perseguir a las personas que han contratado una gestación subrogada al margen de la ley española o hay que legalizar esas situaciones por el bien de los menores?

Lo importante no es tanto abordar lo que hemos hecho hasta ahora como ver cómo queremos que sea esto en el futuro. Para no tener que lidiar con casos individuales y hechos consumados, debería existir un debate y una regulación internacional sobre gestación por sustitución, como la que existe en el tema de venta de órganos. Además, la legislación nacional debe ser consecuente con lo que pasa a nivel internacional, porque no podemos tener un doble sistema que, a nivel estatal, prohíba la gestación por sustitución, y que lo que haga sea externalizarlo. En mi opinión, es una situación compleja que hay que abordar desde la complejidad, y que probablemente necesite un consenso a medio y largo plazo a escala internacional.

La investigadora Sara Lafuente. FOTO: DR

En principio, una legislación sobre gestación subrogada debería amparar a las mujeres que prestan su cuerpo para gestar los bebés de otras personas. Pero, ¿cómo debería hacerlo? ¿Desde el ámbito penal para determinar si lo que se está haciendo está o no permitido? ¿Desde el civil, por entender que es un contrato privado entre las partes? ¿Desde el laboral para garantizar unos derechos y deberes derivados de una relación laboral? ¿Desde el mercantil?

En la actualidad, la reproducción por sustitución no es una práctica reconocida en el ordenamiento jurídico español. En nuestro país, quien gesta y quien pare tiene solo dos opciones: dar el bebé en adopción o ser la madre de ese bebé. Otra cosa es que queramos incluir en la ley otras formas porque, si bien es verdad que el debate se ha centrado en cómo regular la gestación por sustitución, en mi opinión sería más interesante ver si tendría sentido ampliar las figuras de filiación más allá de las de padre y madre. Para ello, lo ideal sería no vehicularlo a través del mercado y la figura que este nos ha ofrecido —que es justamente la gestación por sustitución— sino a través de nuevas figuras de filiación que se puedan construir desde una lógica relacional en lugar de mercantil. En ese caso no sería tan importante legislar sobre la figura de la gestante, sino sobre otras formas posibles de filiación.

Aunque la gestación subrogada no es legal en España, en lo que se refiere a otras técnicas de reproducción nuestro país es uno de los líderes del mercado europeo. ¿Es una cuestión de demanda interna o damos servicio a ciudadanos procedentes de otros países?

España es el principal destino de turismo reproductivo a nivel europeo. Eso es así porque es muy utilizada la donación de óvulos, mientras que en otros países es más difícil, bien porque no está permitido, bien porque no está compensado, bien porque hay menos precariedad o porque las donaciones no son anónimas. Toda esa mezcla de factores, sumada a que hay un nivel biomédico muy alto, ha funcionado como reclamo de no residentes que vienen a hacerse los tratamientos reproductivos.

¿Qué relación hay entre mercado reproductivo y adopción? ¿Las exigencias en las adopciones abocan a la gente al mercado reproductivo o son realidades diferentes?

Son dos cosas muy distintas. La adopción es un sistema para dar un hogar seguro y amoroso para que crezcan criaturas que no lo tienen. No es una vía de acceso —o no debería serlo— para que las adultas tengamos hijos. Eso no quiere decir que en ocasiones se tienda a pensar la adopción desde ese punto de vista, que no es el ideal. Por eso, tal vez sea necesario que se revisen algunas cuestiones relacionadas con la adopción. Como no soy experta, no sé qué es aquello que se debería cambiar, pero sí creo que la perspectiva que habría que mantener en la adopción es que los menores tengan un sitio en el que crecer de la mejor manera posible.

Según explica en su libro, el mercado reproductivo no se limita a la reproducción de individuos, sino que reproduce también situaciones de clases o determinada racialización. ¿Cómo se produce ese fenómeno y qué problemas conlleva?

La reproducción asistida no solo reproduce bebés, sino que busca bebés sanos; y en esa forma de entender qué es un bebé sano o garantizar unos marcadores de salud, se dan una serie de cosas. Por ejemplo, se reproduce una forma de entender la familia, como puede ser el parecido físico o la continuidad familiar. En el caso que se introduzcan óvulos o esperma donado, la legislación obliga a que haya una coordinación fenotípica, lo que significa que se busca que las pacientes y las donantes se parezcan. Eso hace que se acepten o rechacen una serie de donantes. Por eso, aunque no hay una selección genética, porque no está permitido por la ley, los profesionales sí seleccionan donantes según cómo entiendan ellos ese parecido físico.

Aunque la ley no permite elegir el sexo del bebé o el color de los ojos, sí que se puede descartar embriones por enfermedades genéticas, como puede ser el síndrome de Down. ¿Qué consecuencias éticas puede tener esa decisión?

Es una cuestión sobre la que ha habido poco debate social. Uno de los problemas de la reproducción tardía es que aumentan los problemas genéticos de los embriones. Ese hecho —junto a una regulación muy laxa— ha llevado a que las pruebas genéticas sean bastante frecuentes. Dichas pruebas buscan evitar problemas genéticos con el embrión, para lo cual señalan aquellos que no son compatibles con la vida, es decir, que no se implantarían o terminarían en aborto espontáneo. Sin embargo, también detectan algunas cuestiones genéticas que sí son compatibles con la vida, como es síndrome de Down o problemas de variedad cromosómica como el síndrome de Turner o Klinefelter. Cuando se detecta una anomalía genética, en principio, se tiende a descartar esos embriones y a transferir otros que no tienen esa diferencia genética. Eso abre cuestiones de profundo calado ético, que se están resolviendo por los profesionales o los comités de ética de las clínicas reproductivas como si fueran cuestiones técnicas, aunque tal vez deberían llevar a un debate más amplio sobre qué pasa con la diversidad genética y qué pasa con la diversidad en nuestra sociedad.

¿La decisión de descartar esos embriones se consulta a la madre o queda en manos del equipo médico?

Entiendo que se consulta con las pacientes y que probablemente la decisión se tome contando con ellas, pero es verdad que se construye una dinámica en la que se da por hecho que se descartan. De hecho, si se plantease el transferirlos, casi podría ser un problema para algunos profesionales.

¿Qué papel ha jugado el colectivo LGTBI+ en el tema de las técnicas de reproducción?

Muchas veces se habla de las técnicas de reproducción como si hubiesen abierto la posibilidad de que las personas LGTB tuvieran descendencia. Incluso la gestación por sustitución se suele vincular a la figura de los hombres gais cuando, en realidad, la gran mayoría de las personas que acuden a la gestación por sustitución son parejas heterosexuales. Lo que sucede es que son menos visibles porque, una vez pasados los nueve meses, a una pareja heterosexual no se le va a preguntar quién ha gestado el bebé.

La realidad es que las personas LGTB han tenido descendencia siempre y las mujeres lesbianas tienen capacidad de tener hijos sin recurrir a las técnicas reproductivas. Lo que sucede es que, el hecho de que la regulación no reconozca, por ejemplo, la donación no anónima de esperma, obliga a las mujeres que no tienen ningún problema reproductivo a pasar por una clínica para acceder al esperma, en lugar de poder llegar a acuerdos con amigos que sean reconocidos como donantes.

Esas mujeres solas o parejas de lesbianas que quisieran someterse a una reproducción asistida, ¿deben medicalizarse y someterse a un proceso de hormonación?

Sí. Por eso es importante que haya un reconocimiento legal a otras formas para personas que no quieran medicalizar su proceso. Entendiendo que claro que las clínicas son una ayuda a un montón de parejas de lesbianas o mujeres solas, pero también que las opciones no tienen por qué limitarse a estas.

¿Cómo es la realidad de las personas gestantes, por ejemplo hombres trans, en el tema de las técnicas de reproducción?

Los hombres trans pueden gestar y pueden tener hijos de forma normal, pero, si quieren recurrir a la reproducción asistida, se enfrentan a un contexto complicado, porque las clínicas son espacios muy cisnormativos. Hacen falta protocolos específicos para tratar a hombres trans en el ámbito de la reproducción asistida, no porque las necesidades fisiológicas sean distintas, sino para que se les reconozca su situación y se les interpele como hombres que pueden gestar.

¿Hasta qué punto es importante abordar el futuro de las técnicas de reproducción con una mirada feminista? ¿Cómo es posible hacer eso en una sociedad patriarcal?

Como con todos los temas, es importante abordarlo desde una óptica feminista y, como con todos los temas, va a haber resistencias, pero también hay mucha fuerza. Creo que el feminismo es un punto de vista importante a la hora de abordar las cuestiones de justicia reproductiva, de igual modo que la creatividad feminista es útil para pensar nuevas fórmulas que den respuesta a nuestros deseos reproductivos y que lo hagan de un modo más igualitario.

Para finalizar, su trabajo no es una crítica a las técnicas reproductivas per se, sino a aquellas que se basan en el lucro privado. ¿Cuáles serían las técnicas éticamente aceptables y hasta qué punto cabe una remuneración por ellas?

No busco tanto diferenciar qué técnica sí o qué técnica no, sino mostrar que unas técnicas que se crearon a finales de la década de los setenta han devenido en un mercado concreto, el cual ha sido modelado por unos años de expansión del neoliberalismo y de privatización de la salud, que a su vez ha provocado que las prácticas socio-técnicas que hemos desarrollado estén mercantilizadas y privatizadas. La cuestión sería ver qué cuestiones previas podemos abordar para no necesitar esas técnicas y, posteriormente, cómo regular, no ya tanto las técnicas, sino las transferencias de capacidad reproductivas, que es donde yo ubicaría la donación de óvulos y la gestación por sustitución y donde surgen los mayores conflictos ético-políticos que tenemos que abordar.

Al hilo de lo anterior, en su libro habla de «altruismo» y «altruismo con compensación». ¿Podría explicarnos en qué consiste cada una y cuál es, en su opinión, la que es preferible?

Lo que se plantea en el libro es que hay diferentes modelos de esas transferencias de capacidad reproductivas. Hay modelos laborales —si se plantea como un trabajo—, hay modelos altruistas —como las donaciones de sangre— y luego estaría el altruismo con compensación, que es lo que se da ahora con la donación de óvulos, que son donaciones que se compensan con, en torno, a mil euros. El altruismo con compensación introduce la donación en el mercado pero no del todo, porque ni se paga a las mujeres a precio de mercado ni su contribución está dentro del ámbito relacional o altruista. Sin embargo, sí hay alguien que obtiene un beneficio con esa donación: la clínica. Por eso, habría que ver si queremos que socialmente los óvulos, el esperma o los embriones formen parte de un régimen mercantil o laboral, o si preferimos que sea un régimen altruista que no esté mercantilizado. Yo incluso propongo una cuarta vía, que sería resolverlo buscando formas relacionales.

Artículo actualizado el 25 octubre, 2021 | 13:28 h



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