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Reseña: LA IDENTIDAD ERRANTE

LA IDENTIDAD ERRANTE
(Gilad Atzmon, 2012, Madrid, Ediciones del Oriente y el Mediterraneo)

Gilad Atzmon nació en Tel Aviv en el seno de una familia israelí y profundamente sionista. Hoy en día vive en el Reino Unido y ha decidido no volver a pisar suelo Israelí. Su mudanza es más un viaje interior que un desplazamiento geográfico. En un tono autobiográfico y utilizando su propia experiencia Atzmon desmonta una por una las doctrinas que el Sionismo ha creado y que sirven de base para la identidad judeo-israelí contemporánea.

El autor intenta, en este libro, explicar cómo ha llegado a tumbar una por una las doctrinas identitarias que se le inculcaron desde su nacimiento. Su abuelo fue un terrorista sionista militante en la organización de derechas Irgún que operó durante el mandato británico en Palestina entre 1931 y 1948 (p.9). Como Jabotinsky (lider del sionismo revisionista) y, como su abuelo, Atzmon creía en un resurgimiento racial del pueblo judío (p.10). Fue en el ejército Israelí, precísamente, donde Atzmon puso a prueba las creencias que había heredado. Pero un hecho anodino que no guardaba relación con el conflicto entre Israel y Palestina captó su atención. Se trataba de un programa de jazz donde escuchó a Bird (Charlie Parker) con los Strings (p.11). Entonces pese a vivir en un sentimiento de omnipotencia racial se dio cuenta que las personas que más le entusiasmaban eran un grupo de negros americanos que nada tenían que ver con el milagro sionista.

Alistado en la IDF (Israel Defence Force) no eran el pacifismo, ni el amor a los palestinos, los que le impulsaban a evitar a toda costa sus obligaciones militares sino la práctica del jazz. En su segundo año en el ejército, estalló el conflicto libano-israelí. Y como prefería tocar su saxofón a matar a árabes, conociendo las mentiras de los políticos israelíes, se alistó en la banda musical de la Fuerza Aérea Israelí. Durante aquella guerra visitó un campo de retención de refugiados palestinos en el Líbano y sintió, mirando a los presos palestinos, la vergüenza de llevar el uniforme israelí.

En este ensayo el autor intenta deshacer el nudo en torno a la cuestión de la identidad judía. No desea atacar a los judío como etnia o raza ya que distingue entre judíos (la gente), el judaísmo (la religión) y la judeidad (la ideología). Para Atzmon, existen tres tipos de judíos en base a su propia autopercepción: los seguidores del judaísmo, los que se consideran a sí mismos como seres humanos y además de origen judío y finalmente los que ponen su judeidad por encima de todos sus demás rasgos (p.28) es la tercera categoría a la que se refiere constantemente. Esta categoría afecta también, incluso, a judíos abiertamente enfrentados al sionismo y a la ocupación israelí que se organizan primero como judíos y que anteponen su condición esencialista a los principios que les movilizan (Jews for peace, Jews against occupation) (p.75).

Tras elaborar el marco de análisis y describir el funcionamiento paralelo del departamento de defensa norteamericano y la reserva federal dirigida por dos sionistas reconocidos (Wolfowitz y Greenspan) para demostrar que los EEUU fueron guiados por los intereses de los poderes financieros y por los de Israel, se adentra en el terreno más filosófico de la identidad, la identificación y la autenticidad identitaria en su relación a cómo los aplica el sionismo (p.61).

Al discurso sobre la identidad le sucede el del inconsciente judío, definido en modo lacaniano como el discurso del otro e ilustrado por la diferencia de tratamiento informativo que se produjo entre la guerra del Líbano del 2006 y la operación Plomo fundido en Gaza en el 2008. El desastre de la primera confrontación trajo un resultado catastrófico, ya que la inteligencia militar israelí había permitido a los medios cubrir la guerra libremente lo cual puso a la opinión pública israelí frente a un espejo incómodo en el que se veían a sí mismo a través de los ojos de la opinión pública mundial no judia. Así en 2008 intentaron bloquear a los medios en Gaza. Si bien los medios occidentales obedecieron la prohibición israelí otros ojos mas incómodos permanecieron en Gaza (Al-Jazeera y la Press TV iraní). Esta vez en términos lacanianos no se trataba de verse a través de los no judios sino que los israelíes se miraban en un espejo puesto por el enemigo máximo (p.115).

No obstante la culpabilidad no lleva necesariamente a retrotraerse sino que también permite huidas en adelante terminando en una relación esquizofrénica consigo mismo: «cuando más insisten en quererse a sí mismos por quienes creen que son, más se aborrecen por lo que han resultado ser» (p.121). Para los judíos que insisten en la identidad definida por el sionismo les quedarían tres vías de salida: la segregación total (adoptada por Netanyahu), la vuelta a la ortodoxia religiosa abandonando la vía del laicismo, huir de la judeidad, dejando atrás la elegibilidad y pasando a ser llamado marrano por la comunidad (p.122). Esta es la vía adoptada por el autor.

Para los nacidos en Israel, el sionismo parece algo difuso, una especie de episodio previo al estado israelí. Ellos viven en un estado ya creado y que parecería haber estado siempre. Por lo tanto ya no viven la pasión de sus abuelos y abuelas y por eso también Israel tiene dificultades militares que se traducen en sus fracasos más recientes. Los jóvenes israelíes parecerían más interesados en el individualismo y en el buen vivir que en inmolarse en el altar judío colectivo y por ello bombardean Gaza: para evitar la invasión terrestre. Al haberse convertido en una sociedad hedonista se les hace difícil producir soldados espartanos y solo les queda luchar a distancia enviando misiles y bombardeando con fósforo blanco. Esta realidad se opone a la imagen idealizada que tienen los judíos de la diáspora sobre Israel a los que la propaganda israelí anima a alistarse en el ejército israelí aunque no hayan pisado nunca el país (p.138).

La tercera sección del libro intenta establecer una divisoria entre la historia real de Israel y el relato místico que ha elaborado el sionismo. Como reconoce Atzmon, ha tenido muchos sueños en que era bombardeada su casa o en que le perseguían aviones bombarderos del ejército Sirio (p.173) pero nunca recuerda haber sufrido agresión alguna. En cuanto abandonó Israel dichas pesadillas desaparecieron.

Para Atzmon el trauma que le perseguía no corresponde a un fenómeno postraumático (típico en soldados que han estado en el área de combate) sino en un fenómeno pretraumático que es un principio fundamental de la cultura judía e israelí. Llevan a estudiantes en viajes de fin de curso a Auschwitz, y al regresar y entrar en el ejército, donde, en lugar de simpatizar con las víctimas parecen imitar la brutalidad mientras gritan nunca jamás (p.176). Este stress pretraumático lleva a interpretar cualquier crítica Israel como una llamada al judeocidio.

Para el autor, la religión que une a los israelíes no sería ya la creencia judia, sino la constante referencia al holocausto, una verdad eterna que trasciende el discurso crítico (p.203). Esta idea no es original del autor y ha sido tomada por el filósofo judío ortodoxo practicante Yeshayahu Leibowitz y también Norman Filkenstein, profesor en los EEUU nieto de supervivientes del holocausto pero a su vez muy crítico con la instrumentalización que se realiza desde el sionismo. Se trataría de la fase final de una creencia religiosa, ya que se sustituiría a una deidad externa (Jehová) por un culto al sí mismo. En lugar de seguir a un dios que ha elegido a tu pueblo, eres tú mismo el que designas a tu pueblo como el elegido.

El libro termina con una descripción de los mecanismos que el sionismo de hoy en día dispone para mantener en pié su ideología y sus posiciones políticas. La presencia de miembros judíos en el parlamento británico constata que está en sobrerrepresentación si se compara con la de población. Para el autor no existe una conspiración judía ya que ello implicaría ocultación, y todo, se realiza transparentemente. Y así los políticos sionistas muestran su apoyo a las intervenciones tanto israelíes en Gaza como las propias en Iraq (p.227). Influencias, donaciones, grupos de expertos y medios de comunicación que funcionan mejor en un sistema democrático al ser este el más apropiado para aupar a tipos mediocres e inexpertos y que explica la desastrosa implicación occidental en el oriente próximo (p.229).

En el epílogo de este ensayo se plantea la solución al conflicto palestino-israelí. Tendría que ser radical y pasaría por acabar con la idea de la superioridad ideológica judía y el estado debe des-sionizarse dejando de ser también el Estado Judío. Viendo que esto es imposible piensa el autor que el único pueblo que puede traer la paz es el Palestino ya que su sociedad sigue siendo regida por la ética (p.251).

Juan Etxenike



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