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Reseña: LA URUGUAYA

LA URUGUAYA
(Pedro Mairal, Libros del Asteroide, 2017 Madrid)

La nueva novela del argentino Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) bien podría comenzar con la cita de los primeros versos de su novela en sonetos EL GRAN SURUBÍ (publicada por episodios en la revista Orsai entre 2012-2013 y, luego, hecha libro):

«Quizá quería morirme no matarme
Dormir un año entero de corrido
Quizá quería estar no haber nacido»

Morir, dormir… quizás soñar (resuena Hamlet). Como huida hacia adelante. Como una cara de esos dos impulsos motores —miedo y deseo— que, dice el propio Mairal, hacen funcionar una historia: «alguien se escapa de algo y alguien va hacia algo».

Miedo y deseo que se entremezclan y alternan en LA URUGUAYA, en el viaje de un tal Lucas al otro lado del charco, de Buenos Aires a Montevideo. Lucas es escritor —pero más profesor—, marido mantenido, padre asustadizo, niño bien del barrio cheto (pijo) de Palermo venido a menos, promesa incumplida de bohemio inconsciente: «la plata estaba en mi infancia», dice y se pregunta «¿cuánta plata le habré costado a mi padre?».

La novela no es el viaje. Es la reconstrucción del viaje años después. Es el racconto de un día, de un martes cualquiera, que este tal Lucas decide cruzar en ferry a Montevideo. Es el intento de reconstrucción más bien, como en el día de la marmota, para contarle a alguien; para explicar qué pasó en ese viaje, para explicarse, para justificarse… ¿para vengarse?, ¿para aliviarse?.

Y digo intento porque el protagonista va y viene en los recuerdos, salta entre ese presente del cruce a Montevideo, que para él ya es pasado, y los retales de un primer viaje, los detalles de su vida conyugal, su infancia, sus miedos de padre moderno, los diálogos de otros que intercepta, sus encuentros con algún mentor, las interpelaciones a su interlocutora, su refugio en un ukelele y ciertas alusiones sexuales explícitas, porque «no hay límite en lo explícito que se puede ser al hablar de sexo», reflexiona Mairal, y «suele ser más efectivo escribir sobre los polvos malos, lo que sale mal».

Así, la historia principal, el viaje, se ve rodeada de múltiples disgresiones, «miniensayitos» los llama Mairal, sin terminar de saber el protagonista si lo que cuenta, lo que recuerda, es lo que sucedió, lo que se perdió o lo que hubiese querido que sucediera.

Ese contarle a alguien qué pasó se traduce en la herramienta literaria más potente que usa Mairal en esta novela: una voz de narrador en segunda persona, que habla a un tú (a un vos) que no es el lector, es alguien más cercano, y que nos lleva a nosotras, lectoras, de la mano y sin descanso por sus páginas.

No hay manera de desengancharse de LA URUGUAYA hasta llegar al final. No hay manera de no entrar en su tono franco y directo (emparentado con el de otro argentino, Fabián Casas, autor de Los Lemmings y Ocio, ambos editados en España por Alpha Decay), interpelante, con toques de un humor desopilante y muy porteño, hasta en los momentos que más rozan la tragedia.

Hay en la novela el retrato de un Montevideo particular, que contrapone las bolsas de cannabis recreativo y legal de Mujica a las restricciones del cepo cambiario kirchnerista, es el Montevideo idealizado para quienes siempre quieren cruzar el charco al menos un fin de semana: «el paisito donde todos son buenos y te podés relajar y bajar la guardia», según Mairal.

Pero el que calca este relato es un espíritu uruguayo que mira al porteño de reojo, lo detecta, lo vigila en silencio, lo desarma. Otro engarce, acaso, con EL GRAN SURUBÍ: la presencia del río, ese río-mar que separa. El agua. «Es como si hubiera un espejo deformante que transforma las cosas al otro lado del Rio de la Plata —dice Mairal en una entrevista al diario La Nación—. Me interesa ese desplazamiento entre la familiaridad y el extrañamiento que se produce incluso en el lenguaje. Las cosas no se dicen igual».

Hay también homenajes en LA URUGUAYA. Un tal Lucas cruza a Montevideo para cobrar un dinero que le permitirá recomponer su situación y, además, para reencontrarse con una tal Magalí. «La Maga sos, ¡no lo había pensado! y encima sos uruguaya, como la Maga», dice Lucas en uno de los diálogos intercalados en esa voz, su corriente de conciencia, que nos lleva por 142 páginas. Un tal Lucas se encuentra con la Maga. Cortázar presente, entre medio de unas cuantas citas a Borges que tiene la novela.

Volvemos, por fin, al miedo y al deseo. A ese escapar de algo -la crisis personal y conyugal- y, a la vez, ir hacia algo, hacia alguien. Como en su primera novela, Una noche con Sabrina Love (Premio Clarín 1998, llevada al cine por Alejandro Agresti, con Cecilia Roth como protagonista), el nuevo personaje de Mairal —que tiene mucho de él, pero también mucho inventado— va hacia una mujer. Y, en el camino, tropieza.

Y en el relato de ese camino, busca respuestas: «Dejo que los distintos momentos crezcan en mi cabeza. Trato de no agregar nada que no haya sucedido, pero, de todas formas, sin querer, le agrego ángulos, planos, perspectivas que en ese momento no vi, porque pasé como pasa uno siempre por sus vidas, a toda velocidad y a los tumbos». Porque así, a los tumbos, construimos los recuerdos.

Andrea Caprarulo Pasquali



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