Salgaien zerrenda

Dundu ñulee amna solo

«Dicho de la forma más sencilla posible, al oponer el mundo tal y como es al mundo tal y como las personas racialmente subordinadas querrían que fuera, esta cultura musical proporciona gran parte del coraje que hace falta para seguir viviendo en estos tiempos»
Paul Gilroy,ATLÁNTICO NEGRO, p. 36

La subordinación racial, en Iruñea en 2016, significa que puedes morir en comisaría tras una detención violenta y que nadie se vea obligado a rendir cuentas, que no haya respuestas ni consecuencias, que se imponga el silencio administrativo. Puede pasar y está pasando. Las distintas formas de subordinación tienen en común este tipo de desenlaces. El tratamiento que reciben las muertes nos lo dice en crudo: las vidas no importan lo mismo. El género, la raza y la clase son los factores clave en la fórmula que determina lo que vale un cuerpo. El mundo tal y como es.

Frente a él está el mundo tal y como las personas subordinadas (por raza o por lo otro o por lo otro) querrían que fuera. Tiene en realidad pocos vehículos de expresión, pocas vías para hacerse presente. La música es una de ellas. Más allá de sus particularidades estéticas o, mejor dicho, en su fondo, en su sala de máquinas, la larga tradición de lo que llamamos música negra tiene un motor ético. Hace audible la promesa de otra vida, encarna la posibilidad de invertir los valores de la sociedad presente, ésa es su fuerza moral. Cuando suena la música, el tiempo en que la subordinación es real entra en suspensión y se abre un tiempo distinto en el que los cuerpos se mueven libres e iguales.

En lo concreto, Elhadji Ndiaye murió hace un mes bajo custodia policial en la comisaría de la calle General Chinchilla. Este sábado 26 de noviembre se ha convocado una manifestación para exigir verdad, reparación y justicia. Sus lemas son: «Las vidas negras importan. Bizitza da handiena. Dundu ñulee amna solo». A modo de llamamiento, para reforzar la difusión de la convocatoria, se ha publicado esta canción. Es un gesto pequeño, pero muy cargado de sentido. No se me ocurre una expresión más clara de eso que el año pasado empezamos a llamar Atlantiko Beltza: preparar una canción en menos de una semana, en un proceso febril de colaboración entre Sustraian Records, la Broken Brothers Brass Band, Benation e Iruñea NOLA con un propósito que no es primordialmente estético. O un proceso donde, siendo justos, lo formal cuenta, pero no se puede desligar de lo político. Atlantiko Beltza no tiene sentido como etiqueta de moda o como validación de unos lenguajes musicales sobre otros, sino como modo de hacer. Porque los vientos sacados del afrobeat de Fela Kuti y Tony Allen, los samples del vídeo de la detención, los versos de Bertolt Brecht vía Mikel Laboa en el estribillo, el guiño a «Call it what it is» de Ben Harper, los rapeos en wolof e incluso los tiempos acelerados de grabación y edición son decisiones estéticas, claro, pero políticamente motivadas. La música es el humo, el fuego viene detrás. Y esa tracción trasera es la que marca la diferencia. O como escribe el propio Gilroy: (la música) «apunta a la formación de una comunidad de necesidades y solidaridad que por arte de magia se hace audible en la propia música y en las relaciones sociales que genera su uso y reproducción». Atlantiko Beltza, como idea, sólo vale de algo si se asume ese reto de formar comunidades, de ponerle sonido a nuevas relaciones y deseos sociales.

Necesitamos formar comunidades, reforzar vínculos, conectar resistencias. La muerte de Elhadji señala quizá la llegada de tiempos duros: nuevos recortes, recrudecimiento de conflictos sociales, represión. El mundo tal y como querríamos que fuera tiene pocos portadores. Los movimientos de base y la música son de las escasas herramientas que nos quedan. Y los monstruos que pueden surgir de sus combinaciones. Y de las corrientes del Atlántico, que siempre vuelven con promesas de una vida mejor.

Luis Soldevila Mataix



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